Invertir (en China) tapándose la nariz

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Igual que muchos ciudadanos votan tapándose la nariz –apuestan por su partido de siempre pese a que sus malas prácticas desprendan cierto mal olor–, muchos inversores quizás deban anular su sentido del olfato si quieren apostar por los fondos que prometen uno de los mayores potenciales de crecimiento: los especializados en renta variable china.

Algunos fondos (de gestoras internacionales) centrados acciones del gigante asiático acumulan este año revalorizaciones del 40 por ciento, pese a la pandemia. Y eso es una tentación muy fuerte para cualquiera, incluso para quien no soporte que China sea una peculiar dictadura capitalista/comunista, con su escaso respecto a las libertades y los derechos humanos, su presión inaceptable sobre Taiwán, su represión sobre Hong Kong, sus malas prácticas comerciales y tecnológicas, su intervencionismo en los mercados financieros, etcétera, etcétera…

Pero aquí pasa como con las dictaduras árabes: de no haber tenido petróleo y gas bajo sus arenas, quizás ya hubieran caído o, al menos, serían las apestadas del escenario internacional. Pero, ya ven, el dinero se mueve casi siempre tapándose la nariz, y lo seguirá haciendo hasta que los criterios y prácticas ASG (ambientales, sociales y de buen gobierno corporativo) se generalicen –pero de verdad y no sólo como etiqueta de moda– en el mundo de la inversión.

Pese a todo lo que China pueda ofender a nuestras pituitarias, los datos económicos son los que son. Como señala un reciente análisis de Standart&Poor´s, la economía china ha crecido un imbatible 979 por ciento desde 2001, muy por encima del resto de economías emergentes englobadas en la sigla BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Además, mientras que el resto de BRICS padecerán este año retrocesos de PIB de entre el 4 y el 10 por ciento por culpa de los efectos de la Covid-19, China crecerá un 1,9 por ciento, pese a caer un 6,8 por ciento en el primer trimestre, según el FMI. El mismo organismo internacional pronostica que el gigante asiático se anotará un crecimiento del 8 por ciento en el, esperemos, próspero año nuevo de 2021. Es poco para lo que necesita China (crecer por debajo de dos dígitos resulta insuficiente para mantener el pulso económico de un país de 1.300 millones de habitantes), y no debemos olvidar que el sistema financiero chino es peculiar, que la deuda de sus empresas está disparada, que hablamos de una economía fuertemente intervenida, con salarios que se han sobrecalentado y han disparado también los precios inmobiliarios y son una permanente amenaza para la inflación (y eso que el tipo de referencia para préstamos lleva siete meses en un 3,85 por ciento).

Con todos estos condicionantes, China fue el primer país en sufrir la pandemia, el primero en frenarla y será el primero en escapar de sus efectos económicos. Pero es que además –entre otras cosas gracias a la estupidez del okupa que está a punto de ser desalojado de la Casa Blanca– ha ganado protagonismo y liderazgo internacional. Trump se empeñó en combatir a lo bestia ciertas malas prácticas chinas, una estrategia bastante inútil y que sin duda corregirá Joe Biden. Ya comenté hace apenas un mes que, ganara quien ganara las elecciones norteamericanas, un triunfador claro de las mismas sería China. Su presidente, Xi Jinping, aseguró públicamente, el pasado 20 de noviembre, que “no cambiaremos el rumbo ni iremos en dirección contraria a la Historia; no habrá desacoplamientos ni formaremos grupitos para excluir a otros”. Era una clara referencia a su intención de solventar la ruptura abierta con Estados Unidos. Y pronunció estas palabras no sólo 17 días después de la victoria de Biden, sino justo después de que China y otros catorce países firmaran el mayor acuerdo comercial del mundo, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP en sus siglas anglosajonas). Un pacto que une comercialmente al 30 por ciento del PIB planetario y a 2.100 millones de consumidores, que elimina los aranceles para más del 90 por ciento de los bienes que se intercambia sus quince firmantes y que deja fuera a Estados Unidos y, entre otras cosas, a los derechos laborales que impulsaba Washington cuando Obama relanzó en 2008 un proyecto de su predecesor, George W. Bush, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP en inglés). El TPP original excluía a China, para que no marcara su impronta en las relaciones comerciales asiáticas, pero el estúpido de Trump se salió del tratado impulsado por los dos anteriores presidentes. Y ahora vemos el resultado: la dimensión y transcendencia del RCEP deja al TPP en nada y a Estados Unidos en la tercera división del comercio transpacífico… algo que sin duda rectificará Biden, para mayor beneficio tanto norteamericano como chino, y quizás también para que los derechos de los trabajadores recuperen algo de presencia en futuros tratados.

Ya se ha visto lo bien que los mercados bursátiles de China y de otros líderes económicos asiáticos se han recuperado y cómo incluso han ganado ímpetu desde que, hace escasos días, comenzó por fin el traspaso de poderes en la administración norteamericana, pese a las zancadillas ilegales de Trump y sus sudorosos abogados. Sin olvidar el estimulante “efecto vacuna”. Y ese impulso global asiático ilustra otra alternativa para los inversores en fondos: si no quieren apostar en exclusiva por un fondo de acciones chinas, pueden elegir multitud de productos diversificados en renta variable asiática. Así aminorarán no sólo los efectos del mal olor, sino también el riesgo, ya que, como repito siempre, este tipo de fondos son sólo aptos para carteras bien diversificadas. Y si el fondo diversifica, a su vez, en varias bolsas, mejor que mejor.