Tipos bajo cero: combustible para los fondos de renta variable

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | El 10 de diciembre fue una fecha clave para los españoles: desde ese día, por primera vez en la historia, nos pagan por prestarnos dinero. La subasta de bonos del Tesoro a diez años se saldó con un tipo marginal negativo del -0,016%. Es decir, que nos pagan un 0,016 por ciento al año por nuestros bonos a diez años. Una noticia mala para los fondos de renta fija pero muy buena para los de renta variable. De hecho, algunos gestores esperan que el espectacular “efecto noviembre” (el despegue de las bolsas motivado por el factor combinado “vacunas-Biden”) se repita en diciembre… pero también en enero, marzo, abril…

Que tengas que pagar para que te guarden el dinero no es algo nuevo. El euríbor entró en tipos negativos en 2015; el todopoderoso bono alemán lo hizo un año después y en estos últimos días Alemania no sólo cobra un 0,6% al año a quien compra sus emisiones de deuda a diez años, sino que incluso Portugal ofrece tipos más bajos que los españoles, en concreto un -0,03 por ciento. No es que los inversores confíen ciegamente en las economías portuguesa o española y las consideren tan sólidas como la alemana, sino que saben que ahora, debido al impulso combinado de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo, cuando inviertes en deuda de cualquier país miembro de la Unión cuentas con el respaldo de toda la Unión. La mutualización de la deuda ha provocado que cualquier bono de cualquier país europeo se convierta, de facto, en un eurobono, en un seguro a todo riesgo donde muchos inversores institucionales refugian su dinero… aun a cambio de tener que pagar por ello.

Lo cual no es exclusivo del mercado de renta fija. Imagínense que ahora, aprovechando el serio recorte en los precios inmobiliarios provocado por la pandemia, encuentra usted un buen piso a precio rebajado, con toda la pinta de ser una muy razonable inversión si puede esperar dos o tres años para que la economía se recupere y el sector vuelva a brillar. Será muy tentador convertir en ladrillos un excedente de capital (recordemos que las tasas de ahorro son altísimas no sólo en España, sino en toda la OCDE), con la esperanza de lograr una buena plusvalía, o una notable rentabilidad por alquiler, dentro de tres años. Pero, mientras tanto, tendrá usted que pagar por meter ese dinero en ladrillos: IBI, gastos de comunidad, seguros, mantenimiento… A efectos prácticos, está haciendo lo mismo que quien compre un bono del Tesoro a diez años: pagar por tener el dinero en un sitio seguro.

Todo este escenario de tipos negativos complica la vida de los gestores de fondos de renta fija, que deben buscar rentabilidad en mercados emergentes y en bonos privados de mayor riesgo que la híper segura deuda de la eurozona. Por el contrario, levanta el ánimo de los gestores de fondos de renta variable. ¿Dónde van a ir los inversores que busquen rentabilidad y no quieran conformarse con inversiones a largo plazo, como los bonos del Tesoro o el ladrillo, que les cuesten dinero? La respuesta obvia es la Bolsa. ¿Seguirá teniendo el riesgo inherente a la renta variable? Sin duda. ¿Mostrará un comportamiento muy desigual por sectores y mercados? También. ¿Sufrirá alta volatilidad e incluso sobresaltos fuertes en valores que se aproximen a precios de burbuja? Seguro. Pero, en cualquier caso, en la Bolsa está la rentabilidad potencial, sobre todo si apostamos, como recomiendo siempre, por fondos de renta variable internacional de gestión muy activa, bajas comisiones de gestión y razonables comisiones de éxito. El capital que no sea tan cobarde como para refugiarse en un sitio en el que tenga que pagar dinero por esa “protección” (como un bono de la eurozona o un inmueble rebajado pero con costes de mantenimiento), sin duda acudirá a la renta variable.

Si no hay otra debacle pandémica o alguna otra calamidad imprevisible, e incluso aunque se produzca un improbable Brexit duro (Boris Johnson deberá seguir bajándose los pantalones en Bruselas si no quiere arruinar y desunir a su ya muy fragmentado país), la rentabilidad está en la renta variable, sobre todo si el inversor mira plazos largos… aunque no sean tan largos como los de ese bono del Tesoro alemán, portugués o español que, durante diez años, nos obliga a pagar por meter en él nuestro dinero. Con el agravante de que, en cualquier momento durante esos dos lustros, los tipos pueden subir, saldrán al mercado bonos que ya ofrezcan tipos positivos e, inevitablemente, se hundirá el precio en el mercado de estos bonos con tipos negativos que muchos inversores querrán vender antes de vencimiento. Y los fondos de inversión que no los vendan y los mantengan en cartera deberán reflejar en sus valores liquidativos la depreciación de estos bonos, como ocurrió durante la gran crisis de la renta fija en 1994, cuando muchos inversores descubrieron que la renta fija sólo tenía de fijo el tipo de interés, pero no el precio del bono, que subía y bajaba al albur de las tensiones económicas.