Un shock de oferta negativo:
 De los proveedores más eficientes a los más fiables

Enrique Marazuela * | La nueva situación geopolítica dista mucho de la que nació tras la caída del Muro de Berlín en 1989. Ya no tenemos una potencia global hegemónica sin rival alguno, Estados Unidos, sino que ha emergido otra, China, que reivindica, sin prisa pero sin pausa y con firmeza, su primacía mundial. Junto a ellas, Rusia ha resurgido de sus cenizas y, si bien no busca ocupar el papel que desempeñó durante la Guerra Fría, sí reclama una posición muy distinta a la que ha ocupado en las últimas décadas.

La caída del Muro de Berlín y la revolución tecnológica permitieron un desarrollo casi explosivo del comercio mundial que, como todo shock de oferta positivo, cristalizó en un mayor crecimiento y una menor inflación, así como una reducción nunca vista de la pobreza extrema, tal y como lo atestiguan los datos del Banco Mundial.

Este entorno favorable al comercio mundial se ha resentido mucho en el último lustro, especialmente con los conflictos bélicos de Ucrania y de Gaza. Esto ha generado una conciencia de necesidad de rearme en los países de Occidente, a excepción de EE.UU., aplicando el famoso aforismo acuñado por los romanos si vis pacem, para belum, que afirma que la mejor manera de evitar la guerra es la disuasión.

Esto tiene también trascendencia en el comercio mundial, ya que requiere revisar la cadena de suministros y desviarla desde los proveedores más eficientes hacia los más fiables en el caso de un conflicto. Esta reasignación del proveedor más eficiente al más fiable supone un shock de oferta negativo, con las conocidas consecuencias económicas: menos crecimiento y más inflación.

Pero éste no es el único shock de oferta negativo al que nos enfrentamos, pues esperamos otro y de mucho más impacto, el derivado del aumento de aranceles entre países, que da lugar a que se sustituya el bien importado, más eficiente, por otro, doméstico, más caro o de menor calidad. Si bien los efectos en alza de inflación son claros, las consecuencias en crecimiento doméstico no parecen tan evidentes, pero sí son nocivos. Aunque a corto plazo la sustitución de importaciones por producción doméstica pueda suponer un empuje a la economía nacional, a la larga genera una pérdida de competitividad que suele tener funestas consecuencias y la historia económica está llena de ejemplos.

Pero el cambio en el tablero geopolítico tiene otra consecuencia negativa: el rearme. Con independencia de su calificación moral, el rearme trae a colación el dilema popularizado por el premio Nobel Samuelson: mantequilla o cañones, que nos refleja que la fabricación de armas tiene un coste de oportunidad. Además de lo anterior, el rearme ha de ser financiado y ello solo puede hacerse por una de estas tres vías: más impuestos, menos gasto público o más emisión de deuda, o una combinación de los tres, que es lo que probablemente ocurrirá. En todo caso, supone una merma del bienestar social, que no será recuperable porque el nuevo paradigma implica que hemos perdido el llamado dividendo de la paz.

Desde un punto de vista geográfico, los ciudadanos occidentales, y especialmente los europeos, somos los que estamos más expuestos y menos preparados frente a una amenaza rusa, y, por lo tanto, los que tendremos que hacer el mayor esfuerzo. No negamos las externalidades positivas que la inversión en defensa tiene en la actividad industrial y el avance científico, pero esta externalidad positiva solo compensa parcialmente, e insistimos en el término parcial, el esfuerzo que supone.

Si hay un riesgo actualmente es que revisemos a la baja el crecimiento y al alza la inflación, lo cual hace más difícil la bajada de tipos de interés por parte de los bancos centrales. Las casas de análisis prevén todavía en 2025 una bajada de tipos por parte de la Fed hasta el 4,0% y del BCE hasta el 2,0%; es difícil que se materialicen si sigue la dinámica actual y es probable que si bajan los tipos rectores de estos dos bancos centrales lo hagan por la mala razón, caída del crecimiento, y no por la buena, reducción de la inflación.

La nueva llegada de Trump a la presidencia ha tenido consecuencias en los mercados un poco contradictorias. Por una parte, la bolsa norteamericana, que se veía como la gran ganadora, ha quedado estancada, y la europea ha rebotado, perdiendo su condición de eterna Cenicienta. Parece que el rearme en Europa puede ser el estímulo que necesitaba Europa, especialmente Alemania, para salir de su largo letargo. Este movimiento no solo se justifica por el cambio de expectativas, sino por la previa situación de valoración, muy desfavorable con este lado del Atlántico y excesivamente optimista con la otra orilla.

En el mundo de la renta fija también ha habido consecuencias, pues los bonos de referencia a 10 años han experimentado una relajación en EE.UU. desde cerca del 4,8% hasta el 4,3% actual y en Europa, y tomamos como referencia el Bund alemán, un repunte desde el 2,4% hasta el 2,8% actual. También atribuimos este movimiento a una combinación de cambio de expectativas y de estrechamiento de diferenciales.

¿Tendrán razón los mercados que han reflejado el cambio de situación geopolítica con estas reacciones? Solo el tiempo lo dirá porque la política es lo suficientemente impredecible actualmente como para hacer un juicio mínimamente basado.

* CFA, CAd; Director Asuntos Económicos de la Universidad Pontificia Comillas