Nuevas y sorprendentes etiquetas para los fondos de inversión

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | La creatividad publicitaria a la hora de generar etiquetas para cualquier producto siempre sorprende: en alimentos, en detergentes y hasta en fármacos, no dejan de aparecer etiquetas llamativas e incluso inventos (generalmente con los prefijos “mega”, “extra” o similares) que atribuyen bondades casi mágicas a cualquier producto. Algo que también ocurre, cómo no, en los fondos de inversión.

En la inversión colectiva se han multiplicado las etiquetas durante los últimos tiempos, más o menos relacionadas con tendencias del mercado, cambios normativos o, simplemente, modas. Por supuesto, abundan los nuevos fondos ASG, supuestamente regidos por criterios ambientales, sociales y de buen gobierno, aunque en muchos casos sean poco más que buenas intenciones; en esta misma línea, surgen como setas los fondos verdes, de cero emisiones o neutrales ambientalmente; proliferan también los fondos de tendencia, de inversión de impacto y los sectoriales de todo tipo (en los que el valor de la etiqueta es más fácil de comprobar si efectivamente la cartera del fondo se concentra en el sector que dice, lo cual no siempre es fácil).

La última etiqueta que me ha llamado la atención es la de un fondo recién comercializado como, supuestamente, el primero de Europa con “protección contra cisnes negros”. Ya todo el mundo sabe lo que en economía y finanzas se denomina “cisne negro”: un evento absolutamente improbable pero que, de vez en cuando, aparece y lo trastoca todo. Es obvio que protegerse contra cisnes negros es muy recomendable al gestionar un fondo de inversión. Es más: debería ser casi obligatorio. El gestor tendría que esforzarse por evitar sobresaltos en los valores liquidativos o, al menos, procurar que el desplome provocado por un cisne negro fuera lo menos agudo posible y, una vez ocurrido, buscar una razonablemente rápida recuperación.

De hecho, muchos gestores ya lo hacen, sobre todo cuando operan con activos volátiles, que hoy día lo son casi todos, pero, por naturaleza, son especialmente los cotizados en los mercados de renta variable. Hay, desde luego, diversos estilos de gestión para protegerse de la omnipresente y creciente volatilidad de las Bolsas. La diversificación (por áreas geográficas y por sectores) es una de ellas. Otra es la cobertura con derivados, de modo que un agudo desplome en el activo subyacente, las acciones cotizadas, sea compensado por una fuerte revalorización de las opciones y futuros en los que el gestor ha invertido como cobertura.

Y ese es precisamente el criterio que, por lo visto en la comunicación hecha pública, utiliza ese supuesto primer fondo europeo diseñado para protegerse contra cisnes negros: el gestor ofrece retornos altos, próximos a los de los mercados, durante los periodos alcistas en Bolsa, mientras que en periodos de fuertes retrocesos promete un deterioro limitado en los valores liquidativos gracias a las ganancias que obtienen los derivados utilizados como cobertura. Además, se compromete a incrementar posiciones en renta variable después de las fuertes caídas. Es decir, a comprar lo más barato posible cuando, como se ha dicho siempre, “retumban los tambores”.

¿Protege esto de los cisnes negros, de esos eventos inesperados que trastocan todas las previsiones? Debería. De hecho, es una estrategia ya probada en combate por multitud de gestores. Por tanto, no entiendo mucho lo de comercializar el fondo como diseñado para proteger al inversor de los cisnes negros. Me parece casi tanto como anunciar ahora, como primicia, un automóvil que incluya sistema antibloqueo de frenos (el famoso ABS) para reducir riesgos de accidente en situaciones límites de adherencia. Las primeras patentes de ABS proceden de los años treinta del siglo pasado y el sistema comenzó a generalizarse en los coches hace más de cuatro décadas. Cubrir las carteras de renta variable con derivados no sólo también está inventado hace décadas, sino que es una práctica generalizada y que incluso debería ser casi obligatoria, máxime en mercados tan resbaladizos como los de los últimos años y como los que se avecinan.

Los cisnes negros quizás proliferen, hasta el punto de que incluso deberían comenzar a perder este calificativo. ¿Es la variante ómicron del coronavirus un cisne negro? En mi opinión, no, ya que los científicos no han dejado de alertar de que llegarían inevitables mutaciones en el “bicho”. Ni siquiera la aparición de la covid-19 debería llamarse “cisne negro”, porque también estábamos más que avisados de posibles pandemias más graves de las que ya habían aparecido antes. ¿Puede ocurrir cualquier cosa mañana que dé la vuelta a los índices? ¿Una decisión del gobierno chino, una amenaza de Putin, otro barco que se atraviese en el Canal de Suez, un accidente en una central nuclear, el estallido de la criptocrisis de la que alerté hace semanas? ¿La caída de ese meteorito que, antes o después, impactará en la Tierra? Por supuesto. Los cisnes más o menos negros van a ser legión. Así que cualquier buen gestor debe estar preparado casi para cualquier cosa. Y también debe estarlo el inversor, con sus herramientas de siempre: diversificación, posiciones a medio y largo plazo, etc… 

No creo que proceda vender más etiquetas. Veremos cómo lo hace el fondo anti-cisnes negros. Ojala funcione mejor que ninguno. Pero eso tendrá que demostrarlo con el tiempo, no sólo con una llamativa idea/etiqueta comercial.