Dierk Brandenburg (Scope Ratings) | Con el inicio de la COP 28 los inversores se enfrentan de nuevo a la necesidad de hacer valer sus opiniones a la hora de evaluar la viabilidad de las estrategias cero neto, especialmente en el sector energético. Esto puede ser una buena noticia para la emisión de bonos verdes.
Ha crecido el malestar por el hecho de que, a pesar de años de esfuerzos y miles de millones de euros de inversión, las emisiones mundiales de CO2 han vuelto a aumentar tras una recuperación económica fuerte e intensiva en carbono desde la pandemia, que coincidió con la escalada de la guerra de Rusia en Ucrania. En busca de fuentes de energía seguras y asequibles, incluso los países europeos han reactivado fuentes de energía altamente contaminantes como el carbón.
Es cierto que las economías de la OCDE han logrado mejoras significativas tanto en el consumo de energía como en la intensidad de las emisiones de carbono, si se miden per cápita, pero hay dos advertencias importantes. En primer lugar, a estos países les queda un largo camino por recorrer, con un enorme coste potencial a largo plazo para los gobiernos.
En segundo lugar, la reducción de las emisiones en la OCDE se ven más que compensadas por el fuerte aumento de las emisiones en China y otras grandes economías no pertenecientes a la OCDE de rápido crecimiento, sobre todo India y Brasil.
Al mismo tiempo, la adopción por parte de los consumidores de tecnologías con bajas emisiones de carbono, como los vehículos eléctricos y las bombas de calor, se ha ralentizado debido al aumento de los costes y a la caída de los ingresos reales en Estados Unidos y Europa.
El dilema para los inversores centrados en el clima es que, en este entorno, las emisiones absolutas son difíciles de controlar a nivel de empresa o país porque dependen de factores macroeconómicos que afectan a la demanda y a la oferta e influyen en la combinación energética disponible. Esto hace que la atención se centre en las mejoras relativas de la producción de energía verde en comparación con los escenarios de cero emisiones netas.
Teniendo en cuenta la escasez de recursos, la atención debe centrarse en asignar el capital “verde” allí donde contribuya en mayor medida al objetivo de cero emisiones netas, lo que en estos momentos significa hacer más ecológica la combinación energética disponible para los hogares, la industria y el sector del transporte.
La mayoría de los escenarios de cero emisiones netas presuponen un enorme aumento de la capacidad renovable mundial de aquí a 2030 -el triple, según la AIE- por encima de lo que ya está previsto. Sin embargo, es precisamente en este ámbito donde los aspectos económicos están bajo presión. Véanse las recientes advertencias de incumplimiento de las previsiones de beneficios de operadores de energías alternativas, como Orsted y Siemens Energy, en medio del abandono de grandes proyectos de energía eólica marina en EE.UU. y Europa, y los malos resultados de las acciones de empresas de energías alternativas en todo el mundo.
Por el contrario, los inversores vuelven a interesarse por las empresas petroleras y gasísticas que se benefician de la creciente demanda de productos que proporcionan más de la mitad del suministro mundial de energía, al tiempo que contribuyen al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
El análisis de la trayectoria de la industria a cero emisiones netas, especialmente de las emisiones de metano, está totalmente justificado, pero también está claro que el resultado vendrá determinado en última instancia por la disponibilidad de alternativas de energía verde al petróleo y al gas, y no por un petróleo y un gas más verdes. Las inversiones sensibles al clima deben tener una visión holística del sector energético, incluidos el petróleo y el gas.
La caída de los precios de los equipamientos contrasta con el aumento de los costes de los proyectos y la incertidumbre sobre la rentabilidad
La escasa rentabilidad de las energías renovables no es del todo una mala noticia si está relacionada con la caída de los precios, por ejemplo, en la energía solar fotovoltaica o con el desarrollo tecnológico de mejores turbinas y baterías más eficientes. Sin embargo, en lo que respecta a los proyectos energéticos a gran escala, la inflación y la subida de los tipos de interés han incrementado el coste de los proyectos y reducido los beneficios esperados. El aumento de los costes se acentúa en unos mercados energéticos altamente regulados que sólo se adaptan lentamente a la realidad económica.
¿Qué significa todo esto para los inversores de bonos?
Con la pérdida de fe en las energías renovables por parte de los inversores de renta variable, no cabe duda de que aumentará la demanda de inversiones verdes financiadas con deuda. Con los rendimientos en máximos de la década y los extinguidos greeniums (prima en precio que suele pagar el comprador de un bono verde en comparación con otro bono de la misma compañía que no tenga características sostenibles), puede que no sea un resultado tan malo después de todo.