Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Hace pocos días tuve que someterme al test de idoneidad que, por imperativo legal, me presentó una de las entidades con las que opero en fondos de inversión. Después de más de treinta años en esto, imaginarán que no tengo dificultad para responder a las preguntas sobre conocimientos financieros. Pero sí tuve algunos problemas para entenderlas, ya que estaban escritas por alguien que no habría superado otra prueba de idoneidad: la que le habilitaría para escribir de un modo comprensible. Algo que, en los viejos tiempos, se aprendía en el bachillerato, pero que muchos han olvidado o ni siquiera han aprendido.
Redacción enrevesada, puntuación inexistente (entre otras cosas, por la ausencia de comas), repetición innecesaria de palabras, preguntas larguísimas… e incluso errores de edición. Modestia aparte, además de saber algo de productos financieros, también creo manejar bien el lenguaje oral y escrito. Pese a lo cual, tuve que leer algunas preguntas un par de veces para entenderlas bien. Me recordó al examen teórico del carnet de conducir, para cuya superación es más importante entender la pregunta que conocer de verdad el Código de Circulación. Si a mí me costó trabajo superar el test de idoneidad financiero, imaginen el calvario que sufrirá quien, con unos conocimientos financieros básicos, tampoco este ducho en el manejo del lenguaje.
Veamos algunos ejemplos de las cuestiones planteadas, más complejas por la mala redacción que por el contenido de la pregunta:
Ante la inversión en un bono del Tesoro con vencimiento a 3 años tengo claro que si necesito el dinero antes de los 3 años podré vender la emisión y recuperaré siempre al menos el importe invertido.
Intenten leerlo así, del tirón y sin comas. Si consiguen hacerlo sin perder el aliento, enhorabuena. Ya pueden dedicarse al buceo sin bombonas de oxígeno. ¿No hubiera sido más fácil plantear esto mismo así?:
“He invertido en un bono del Tesoro a tres años. Si necesito recuperar el dinero antes de tres años y vendo el bono, recuperaré siempre todo lo invertido”.
Además de ser un texto más corto (28 palabras frente a 37 del original), parece más sencillo responder con una de las tres opciones: verdadero, falso o no lo sé.
Veamos otro caso:
Existen determinadas certificaciones otorgadas a los fondos de inversión por entidades supervisoras (en España CNMV) que permiten discriminarlos en base a la información y protección al inversor que ofrecen, a su vez esa certificación les habilita para la libre comercialización en toda la Unión Europea.
Además de demasiado larga y de volver a requerir esfuerzos respiratorios, esta cuestión plantea en realidad dos temas, que mezcla de cualquier manera, con la única coma existente en todo el texto. Una coma que, además, está mal puesta. La primera cuestión es si existen certificaciones para identificar cómo son los fondos. La segunda, si esas certificaciones permiten la libre comercialización de los mismos en toda la Unión Europea. A lo mejor hubiera quedado más claro y, de nuevo, más corto (diez palabras menos) de este modo:
“Las entidades supervisoras (en España, la CNMV) otorgan a los fondos de inversión certificaciones sobre cómo informan y protegen al inversor. Estas certificaciones permiten además que estos productos se comercialicen en toda la Unión Europea”.
Son sólo dos muestras de que quienes han redactado estos textos –y quienes, desde “las entidades supervisoras”, los han revisado y autorizado– deberían superar antes algunas pruebas básicas de redacción. En mis tiempos, esto se aprendía sobre todo en el bachillerato: ¡ese antiguo BUP en el que, además de lengua y literatura, estudiábamos latín y griego, entre otras cosas para mejorar nuestro castellano! Luego, la redacción se perfeccionaba en la Facultad de Periodismo y se pulía con la práctica, siempre bajo la supervisión de profesionales que llevaban mucho más tiempo que tú en este modesto oficio de escribir.
A lo mejor ese es el problema: que supervisar productos financieros y escribir sobre los mismos son oficios muy distintos. O a lo peor, el problema es más serio aún: que hay profesionales que pueden tener dos carreras y tres máster, pero carecen de habilidades para hablar y escribir con claridad. Créanme, he conocido a unos cuantos… incluso en el mundo del periodismo.