Mejor fondos asiáticos que solo chinos para 2022

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | A finales de agosto (antes de la crisis de Evergrande y de otras preocupantes noticias sobre China), ya se advertía en esta columna de los riesgos de invertir en fondos centrados exclusivamente en el mercado del gigante asiático. En octubre repetimos el aviso. Y conviene no olvidarlo a las puertas del nuevo año: si piensa en recomponer su cartera de fondos, mucho cuidado con los productos que apuesten, total o parcialmente, por el mercado chino, tanto de renta fija como de renta variable.

Esto no quita para que el inversor prudente mantenga su vigilancia sobre todo lo que proceda de Pekín y de su gobierno, cada vez más intervencionista tanto en los mercados como en el escenario geopolítico mundial. Porque junto a la inflación, la política de los bancos centrales y el control (o descontrol) de la pandemia, China sigue siendo una de las claves para el próximo ejercicio.

Otro factor que a menudo se olvida es el creciente peso –tanto en las preferencias de los inversores como en las estrategias de los gestores de fondos– de la sigla ASG: si efectivamente queremos que los fondos apuesten cada vez más por activos y valores positivos para el medio ambiente, centrados en la mejora de la sociedad y emitidos por compañías que sigan criterios de buen gobierno, en buena lógica habría que eliminar de las carteras a todas las acciones y bonos procedentes de países con gobiernos arcaicos en sus planteamientos democráticos y sociales. Y esto obligaría, por ejemplo, a prescindir de todo lo que venga de China, pero también de Arabia Saudí, de Rusia y, por qué no decirlo, incluso de algunas supuestas democracias del este de Europa y de América.

Pero como eso es ciencia ficción y ya sabemos que lo de ASG es, de momento, un colador con demasiados agujeros, no podemos dejar de mirar hacia China, hoy por hoy la segunda mayor economía del planeta, representativa del 20% del PIB mundial y con un fuerte crecimiento tras los efectos de una pandemia sobre la que, desde luego, Pekín podía haber advertido antes: el primer científico chino que alertó sobre la gravedad de la covid fue encarcelado y murió en prisión. Si China hubiera sido tan diligente con el primer brote como lo ha sido Sudáfrica con la variante ómicron, quizás el impacto global habría sido mucho menor. Y eso es una evidencia de que el de Pekín sigue siendo un gobierno poco transparente y de intenciones siempre dudosas.

Pese a todos estos condicionantes, China continúa atrayendo a las gestoras. Algunas estimaciones indican que en este año ha aumentado un 30% el número de fondos especializados en el gigante asiático, aunque también se calcula que apenas un 4% de los inversores internacionales tienen posiciones en el país de la Gran Muralla.

Pero todo el mundo está de acuerdo en que China seguirá creciendo incluso más que otros emergentes (aunque India también muestra tasas prometedoras), en que estará en el centro de megatendencias como la urbanización y las políticas ASG (sobre todo en la A, porque debe intentar resolver sus gravísimos problemas ambientales) y en que debe cambiar su estructura económica interna. Actualmente, el consumo privado interior apenas supone el 40% del PIB chino, frente a tasas en torno o superiores al 60% en Estados Unidos y en la Unión Europea. Cuando los chinos consuman tanto como nosotros, seguro que su economía se transforma y reduce su actual predominio como “fábrica del mundo”, en beneficio de otras que tomarán el relevo, como India, Vietnam o Pakistán, al tiempo que Occidente reduce su deslocalización industrial y recupera sectores que nunca debería haber confiado del todo a las fábricas orientales, como los semiconductores, los de tecnología sanitaria y los nuevos relacionados con el coche eléctrico, por ejemplo.

Otro factor en que los analistas están de acuerdo es en el serio problema inmobiliario de China, una burbuja peligrosa cuyo primer estallido ha sido la crisis del coloso Evergrande. Lamentablemente, su caída aún generará turbulencias y no será la única, lo cual siempre es una sombra sobre el crecimiento chino, si tenemos en cuenta que el sector de la construcción supone el 30% del PIB (apenas diez puntos menos que el consumo privado). Pekín ha intentado amortiguar la crisis de Evergrande y hará lo mismo con cualquier otra similar, pero ya sabemos que esta capacidad de las autoridades chinas para hacer lo que les da la gana tiene también su lado oscuro para los mercados: la dura posición del régimen capitalista/comunista frente a las grandes fortunas, a sus propios colosos tecnológicos y al desarrollo privado de ciertos sectores (como el educativo), puede dar nuevos sobresaltos a la renta variable del gigante asiático.

¿Es China, en cualquier caso, una apuesta con potencial? Sin duda. ¿Presenta serios riesgos? También. ¿Debe estar en una cartera de fondos bien diversificada? Mi opinión sigue siendo que no como tal y mediante fondos exclusivamente centrados en sus mercados, ya que parece más conveniente y menos arriesgado contar con fondos que diversifiquen en Asia, si bien no en un porcentaje excesivo del global de nuestras carteras. ¿Renunciamos así a grandes rentabilidades en potencia? Quizás sí, pero creo que es mejor ser prudentes y tener en cuenta que de Oriente no sólo llegan los Reyes Magos, sino también inquietantes emperadores menos generosos.