Malos síntomas para el empleo después del Covid-19: la recuperación de Estados Unidos se frena en seco

EEUU Cierres Covid19

Pablo Pardo (Washington) | Después de haber inyectado aproximadamente 2,2 billones de dólares (1,8 billones de euros) desde marzo, y mientras se desembolsan otros 900.000 millones de dólares (casi 750.000 millones de euros), la recuperación de Estados Unidos se ha frenado en seco. Así lo dejaron claro los datos de empleo del mes de enero, publicados el 5 de febrero. En el último mes de 2020, el sector privado solo creó 6.000 puestos de trabajo. La revista financiera Barron’s, en un cálculo cruel, estima que, a ese ritmo, al empleo le llevaría 119 años retornar al nivel de febrero de 2020, justo antes de que golpeara el Covid-19.

La destrucción del empleo ha sido un duro recordatorio de que, hasta que no se realice una distribución masiva de las vacunas, no habrá una reactivación digna de tal nombre. En lugar de ello, la economía dependerá de las ayudas del Estado. En ese sentido, Estados Unidos es, junto con China, un ejemplo para la vieja Europa, tal y como había puesto de manifiesto el Fondo Monetario Internacional (FMI) apenas una semana antes de la publicación de los datos del mercado laboral. ¿La clave? El gasto público masivo.  Otra cosa, claro está, es que, cuando se tiene la divisa de reserva mundial, financiar un déficit público del 16% del PIB – el mayor desde la Segunda Guerra Mundial – no sea ningún problema.

De hecho, mientras todavía se está desplegando el plan de estímulo aprobado el 21 de diciembre (el de los 750.000 millones de euros citado más arriba), Estados Unidos está debatiendo otro más, esta vez de 1,9 billones de dólares (casi 1,5 billones de euros). Y Joe Biden quiere presentar en marzo un tercer presupuesto extra, esta vez por 3 billones de dólares (2,5 billones de euros), aunque repartido entre varios ejercicios, para la recuperación post-Covid.

Es una recuperación que dependerá del momento en el que se alcance la ‘inmunidad de grupo’. EEUU es, de las grandes economías industrializadas, la que va, de lejos, mejor. Más del 10% de su población ya ha recibido al menos una inyección de la vacuna, y en torno al 3% lleva las dos. Son cifras que cuadruplican a las de los países líderes en la UE – como España – a pesar de que EEUU no tiene un sistema sanitario público universal.  Según la agencia de noticias Bloomberg, de seguir al ritmo actual, EEUU habrá vacunado a entre el 75% y el 85% de su población en noviembre, mientras que España, Francia y Alemania no lo conseguirán, de seguir a este paso, hasta 2024, y Canadá hasta 2028.

Evidentemente, esas cifras se basan en un cálculo mecanicista del proceso de vacunación. Es de esperar que, a medida que vaya pasando el tiempo, las empresas desarrollen más capacidad de fabricación, y los Gobiernos de distribución. A eso se suma el hecho de que habrá más vacunas. Janssen, la subsidiaria de vacunas de Johnson & Johnson, ya ha pedido autorización en EEUU para una vacuna que solo requerirá una inyección, y que podría empezar a fabricarse en marzo. La farmacéutica Novavax presumiblemente hará lo propio en las próximas semanas. Pero también existen riesgos en la dirección contraria. Por ejemplo, que vayan apareciendo nuevas mutaciones que hagan el virus más contagioso, algo que ya está sucediendo con las cepas de Gran Bretaña y Sudáfrica. Ahí, de nuevo, Europa lleva las de perder, porque la vacuna más extendida en el Viejo Continente es la de AstraZeneca y la Universidad de Oxford, cuya eficacia está siendo cuestionada desde diferentes ámbitos.

Pero, mientras nos entretenemos con esas cábalas, los hechos son malos. Aunque los contagios están cayendo en EEUU, el 4 de febrero ese país batió su récord de muertes por coronavirus: 5.085. Y la gravedad de la situación económica es indisimulable. No es que en enero  las ventas minoristas perdieran 69.000 puestos de trabajo excluidos los factores estacionales. Es que la construcción y la fabricación de bienes duraderos —dos de los indicadores más fiables de la economía— perdieron un total de 20.000 puestos de trabajo. El sector de la salud, que es una de las principales fuentes de empleo en Estados Unidos (en parte por su ineficiencia, que le lleva a tener exceso de mano de obra y productividad muy baja) eliminó 30.000 puestos de trabajo. Todos esos sectores llevaban con creación neta de empleo desde abril. Ni siquiera el dramático repunte de casos que había empezado en diciembre les había afectado.

Esas cifras insinúan que los estadounidenses están cayendo en una situación poco común en ellos: el pesimismo. Motivos no les faltan. La cifra de desempleados se mantiene más o menos estable en los 10 millones desde septiembre. Pero a ese número hay que sumar a 4 millones de personas que han salido del mercado laboral, es decir, que no buscan empleo, porque, según afirman a los encuestadores del Estado, no creen que vayan a encontrar un trabajo. Y, finalmente, hay dos millones más que trabajan a tiempo parcial pero que querrían hacerlo a tiempo completo si tuvieran ofertas de empleo. Cuando se miran así las cifras, la tasa de paro pasa de poco más del 9% al 15%.

No es solo un problema de números. También lo es de calidad del empleo. Al principio de la crisis, las industrias mejor remuneradas, como la consultoría y los servicios financieros experimentaron mayores caídas del empleo que los sectores menos remunerados.  La razón era que las empresas no querían tener a mano de obra especializada y cara en un momento de incertidumbre. Pero, a medida que la crisis se ha ido prolongando, esas industrias han vuelto a contratar, y con salarios iguales a los anteriores a la pandemia. Para quien crea en la ‘trickle down economics’ – es decir, la idea de que hay que bajarle los impuestos a los ricos para que así ‘tiren’ más de la economía – ésa es una buena noticia. Pero los hechos revelan, también, que si los trabajadores no cualificados se quedan en el paro tienen muchas más dificultades a la hora de encontrar trabajo. De hecho, el 40% de los estadounidenses en paro llevan 27 semanas o más sin trabajo. Es el nivel más alto desde 2012.

Estos números cuestionan la feliz teoría de que, una vez que lleguen las vacunas, la economía va a despegar porque todos estamos hartos de estar metidos en casa. Es posible que muchos lo hagan. Pero también es posible que otros muchos no tengan dinero, o no tengan empleo, para salir de parranda. Los parados de larga duración siempre lo tienen mucho más difícil a la hora de encontrar un trabajo. Y más si en esta crisis la economía va a reestructurarse hacia el teletrabajo. Eso significa que los centros de las ciudades perderán importancia, y con ellos una miríada de empleos en restaurantes, bares, y en mantenimiento de edificios de oficinas. Conserjes, limpiadores y, por supuesto, camareros, podrían pagar el precio más alto del Covid-19, después de los fallecidos, claro está, bajo la forma de una reducción de sus posibilidades de encontrar un puesto de trabajo.