Estos banqueros (aunque sean suizos) ya no son como los romanos…

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | La penúltima crisis bancaria “made in USA” y en Zurich ha dejado claro lo que ya sabíamos desde el escándalo “subprime” de 2008: que la banca, en general, está bastante mal gestionada y que tiende a desmadrarse si no hay un supervisor encima que le exija mantener altos niveles de solvencia y una estricta regulación que le impida sacar los pies del tiesto. ¿Cuáles son las lecciones para el inversor en fondos? La más obvia, y que ya deberíamos saber desde hace décadas, es que hay que tener en el banco el dinero justo, como máximo lo que pueda cubrir el Fondo de Garantía de Depósitos correspondiente. El resto, mejor en fondos de inversión, que están fuera del balance del banco.

Este máximo que cubren los organismos públicos es de 100.000 euros por cuenta y titular en España y de 250.000 dólares en Estados Unidos. En la reciente quiebra del Sillicon Valley y del Signature Bank, el Gobierno federal norteamericano se apresuró a asegurar que los depositantes estarían cubiertos hasta ese límite de 250.000 euros. Pero el propio Biden recordó que no habría cobertura alguna para los inversores que habían comprado acciones de los bancos afectados, ya que el capitalismo va precisamente de eso, de asumir riesgos que pueden salir bien o mal.

Los inversores en fondos con más experiencia quizás recuerden lo que pasó en España cuando el Banesto de Mario Conde fue intervenido en 1993: los partícipes de fondos de inversión del banco no tuvieron problema alguno, ya que una de las características de los fondos es que el dinero está depositado no en el balance del banco (lo que supondría un gran riesgo en caso de quiebra de la entidad), sino en un depositario al margen. Es decir, que ningún mal banquero, como Mario Conde, los incompetentes generadores de la crisis “subprime” o los chapuceros gestores del Sillicon, el Signature, Credit Suisse y tantos otros, podrán usar el dinero de los fondos de inversión para tapar agujeros en el banco.

Lo más práctico es, por tanto, no tener depositado en el banco más dinero del estrictamente necesario para nuestra operativa diaria. Hablamos, por supuesto, de clientes particulares. Las empresas pueden tenerlo más difícil, por lo que deberían intentar no trabajar con un solo banco. Sea el que sea, porque a estas alturas y después de tanta crisis (esta última americana tan tonta por confiar la solvencia del banco exclusivamente a bonos del Estado cuyo valor se ha desplomado a causa de la subida de tipos de interés, algo que deberían saber hasta los becarios de cualquier entidad), sinceramente no me fio de ningún banco, ni siquiera de los en principio más regulados y solventes europeos. La crisis de los bancos americanos se debe, entre otras causas, a que el chapucero y corrupto Trump desregularizó los controles sobre la banca mediana y pequeña norteamericana, mientras que en Europa siguen reforzados para evitar otra crisis como la de Lehman. Pero ya vemos que en nuestras propias fronteras ha entrado en crisis el segundo mayor banco suizo, al que su Estado rescatará con 54.000 millones de dólares. Credit Suisse ya arrastraba una pésima reputación por su nefasta gestión, que desmiente el tópico de la seriedad de los banqueros suizos, en realidad no beneficiados históricamente por su capacidad gestora, sino por llevar décadas albergando el dinero negro de medio mundo.

La ineptitud no tiene límites, sobre todo cuando hay disponible dinero fácil (como el que han recibido siempre los bancos suizos) y además barato. Y estos años ha habido de sobra, con esos anormales tipos cero o incluso negativos. Pero cuando comenzamos a volver a la normalidad y los tipos suben (aunque sea a causa de algo tan anormal como la guerra criminal de Putin), toca gestionar a la antigua usanza y no dormirse en los laureles. Y eso requiere experiencia, conocimiento de la Historia reciente y, sobre todo, ética profesional. Un banquero es, desde los tiempos de la antigua Roma, alguien que debe vender sobre todo seguridad y tranquilidad a quienes le entregan su dinero. Un romano que se desplazara desde Oriente a Bretaña (algo no tan raro, como han demostrado los restos arqueológicos) podía presentar junto al muro de Adriano un pagaré emitido por su banquero en Siria, y confiar en que el corresponsal de ese banquero en tierras britanas le entregara la liquidez solicitada. Ahora, está visto que ni siquiera puedes cobrar un cheque sin salir de Los Ángeles si has puesto el dinero en el banco equivocado y que ni siquiera los otrora prestigiosos bancos suizos (dominados, por cierto, por capital árabe) son fiables.

Claro que también se equivocan los inversores en según qué banca. Con la subida de tipos parecía que el negocio bancario volvía a brillar, pues crecerían sus márgenes para hacer negocio. Y así es, al menos en teoría. Pero ya hemos visto lo que la incompetencia de algunos (como, insisto, en tiempos de las “subprime”) a ambos lados del Atlántico ha vuelto a provocar: una desconfianza generalizada en los bancos cotizados, sea en Madrid, en Londres o en Singapur, sean solventes, medio solventes o dudosos.

Y esto implica otra lección para el inversor en fondos: todos los fondos en renta variable sufren con crisis como ésta, pero afecta especialmente a los especializados en el sector financiero. Aunque los bancos españoles y de la zona euro parecen ahora más serios que en los tiempos de la crisis de Lehman, parece obvio que, como en los últimos tiempos, habrá que volver a poner a los bancos en cuarentena, a ver si de una vez aprenden a operar como en los tiempos de Adriano.