Tregua en la Eurozona, ¿menos inflación?

Sean Shepley_Allianz

Sean Shepley (Allianz GI) | Durante los últimos meses, gran parte de la atención se ha centrado, y con razón, en la alta correlación entre mercados y en los retos a los que se enfrentan los inversores a la hora de gestionar los riesgos. No es de extrañar, en nuestra opinión, que los mercados hayan mostrado altos niveles de correlación, ya que las alteraciones de la economía global derivadas de la pandemia, la consiguiente política monetaria ultra laxa, así como la subida de la inflación y el veloz repunte de los tipos, han estado muy correlacionados entre sí en las principales economías (Japón y China son, quizá, las únicas grandes excepciones).

La segunda mitad del año pasado fue testigo de otra etapa de transición altamente correlacionada, cuando la inflación en EE.UU. y Europa empezó a disminuir. Uno de los factores desencadenantes de dicho descenso fue la caída de los precios de la energía y los alimentos, que habían sido los principales impulsores de la subida de la inflación. En consecuencia, la inflación general cayó.

Sin embargo, una de las principales preocupaciones de los bancos centrales, que habían infravalorado la magnitud de la subida de los precios, era las posibles repercusiones de este incremento en los salarios y que dicha subida pudiera elevar la inflación subyacente, poniendo en riesgo sus objetivos de inflación.

Sin embargo, las primeras previsiones de la zona euro en este sentido son alentadoras, aunque todavía no son concluyentes. Según los datos del Banco Central Europeo (BCE) ajustados estacionalmente sobre la inflación de los precios al consumo (IPC), si se comparan los tres meses más recientes (octubre-diciembre) con los tres meses anteriores (julio- septiembre) en términos anualizados, la inflación subyacente se sitúa entre el 1,4% y el 1,7%, según la definición, mientras que la inflación de los servicios (donde es probable que el impacto de la inflación salarial sea mayor) es del 2,3%. En ambos casos, anualizada era del 5-8%, es muy favorable. Consulte el gráfico de la semana.

No obstante, creemos que hay dos razones principales para ser cautelosos. La primera es que los cambios de ponderación dentro del IPC pueden haber contribuido a esta bajada. Si bien este podría haber sido un factor importante durante el otoño pasado, el hecho de que la inflación subyacente se haya mantenido más moderada a finales de año hace que la desaceleración parezca cada vez más real. La segunda es que los reajustes de precios de principios de 2024 aún pueden mostrar que los efectos de los aumentos salariales están teniendo un impacto duradero sobre la inflación, aunque cada vez más esporádico. De cara a principios de marzo, dispondremos de una buena previsión de la tendencia de la inflación subyacente y, por tanto, tendremos una idea más clara de cómo y con qué rapidez el BCE podría reaccionar ante el avance desinflacionista.

Esto tendría varias implicaciones para la economía real. En primer lugar, la caída de la inflación aumenta el poder adquisitivo de los consumidores y debería traducirse en un mayor volumen de gasto. En segundo lugar, la caída de la inflación debería contribuir a reducir la incertidumbre económica y, por tanto, permitir a las empresas identificar más fácilmente nuevas oportunidades para invertir. La magnitud de estos efectos dependerá de la resistencia de la economía estadounidense frente a los riesgos de recesión, así como de la rapidez con que los bancos centrales puedan reducir el endurecimiento de la política monetaria para reactivar el crecimiento económico.