Las estrategias de inversión son todavía herederas del 11-S

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Quizás los más jóvenes no sean conscientes de ello, pero todo el escenario actual para los inversores comenzó el 11 de septiembre de 2001 y sigue siendo heredero de aquella trágica fecha. Sobre todo, en los tres mayores riesgos geopolíticos que ahora pesan sobre cualquier cartera de fondos y sobre cualquier inversión en general.

Sigan atentos a la amenaza inflacionaria (pasajera), a la reducción de los estímulos de los bancos centrales (cuyo anuncio ha sido acogido con lógica calma por los mercados) y al ritmo más o menos acelerado de la recuperación económica a medida que retroceda la pandemia. Pero los inversores también deben estar ahora muy pendientes de esos tres grandes riesgos geopolíticos aún herederos del 11-S. El primero y el segundo de estos riesgos los han resucitado la apresurada retirada occidental de Afganistán: quizás demasiado pronto podemos ver nuevos grandes atentados en Europa o Estados Unidos y, tal vez en meses, sino en semanas, estalle una guerra civil en el inconquistable país asiático, por más que Occidente desbloquee los fondos afganos, así como la ayuda humanitaria, y se los entregue al régimen talibán, que será algo así como darle un revólver cargado a un mono. Porque aunque estos dineros ayuden a paliar un poco la crisis social y migratoria, no servirán para reconstruir un país en el que apenas se ha logrado nada tras dos décadas de intervención. Tampoco sorprende tanto, ya que veinte años no es nada cuando hablamos de un territorio que es tribal (básicamente pastún) desde hace más de 4.000 años, musulmán desde hace más de 1.400 y que, además, aún puede tardar muchas décadas en pacificarse si, al final, es subarrendado por chinos y rusos. Pero mientras llega esa conquista silenciosa desde Pekín y Moscú, que quizás logren lo que no consiguieron ni Alejandro Magno, ni el Imperio Británico, ni la URSS, ni los EE.UU., el fuego del conflicto afgano contaminará, otra vez, a todo Oriente Medio y Próximo y, por supuesto, a Occidente.

Pero el tercer riesgo político sobre las carteras de fondos (y sobre el mundo de la inversión es general) es quizás más grave, aunque menos llamativo a simple vista: que los dos riesgos anteriores, particularmente la renovada amenaza terrorista que pesa sobre nuestras ciudades, reavive la llama racista de los populismos (sobre todo de los neoconservadores, neonazis y afines) y fuerce a los gobiernos occidentales, movidos por unas encuestas cortoplacistas, a seguir adoptando estúpidas medidas políticas también cortoplacistas y, además, contrarias a los intereses de los ciudadanos, los inversores y los mercados. Como ha escrito recientemente el premio Nobel Paul Krugman (diario “El País”, 12 de septiembre de 2021), tras el 11-S, “la cúpula republicana respondió a un atentado terrorista intentando que se aprobaran… rebajas fiscales para ricos y grandes empresas”. Una estupidez similar a la que desde Europa, hasta la llegada de Draghi al BCE, insistía en políticas durísimas del control de los déficits públicos, medidas de inspiración ultra liberal y que retrasaron la llegada de la solución que ahora se ha confirmado tras la pandemia: abrir el grifo monetario para que la economía pueda respirar y recuperarse. Por no hablar de la más imbécil manifestación de los populismos occidentales, ese absurdo Brexit que está recordando ya los británicos los inconvenientes de convertirse en una isla aislacionista y a la deriva.

Menos mal que, también como herencia tardía del 11-S, y pese a los impulsos para solucionarlo todo bajando impuestos a los ricos y asfixiando financieramente a los Estados, vivimos aún en una época de dinero barato, que fue lo que se le ocurrió a los gestores económicos del mundo para evitar que la economía internacional se desplomara con igual estruendo que las Torres Gemelas. Cierto que de esa relajación monetaria vino, en parte, el estallido de la crisis “subprime” en 2008, pero hemos visto que no hay más remedio que mantenerla, e incluso que abrir mucho la mano en el control de los déficits fiscales, si queremos que la economía vuelva a retomar el vuelo (como lo hizo tras el 11-S) también ahora, después de la última gran crisis que ha cerrado este ciclo increíble de veinte años: la de la Covid-19.

Para los inversores en fondos, la lección está clara: el 11-S abrió un ciclo de dos décadas cerrado ahora por las respuestas de estímulos monetarios frente a la pandemia, pero, así como ese ciclo mantiene su continuidad y su coherencia en el frente económico, persisten en su seno esos tres riesgos políticos que citábamos al principio: otra posible guerra en Oriente Medio, una renovada amenaza terrorista sobre Occidente y, como consecuencia de esto último, la posibilidad de que los extremismos populistas contaminen las decisiones de los gobiernos o incluso se instalen en ellos.

¿Significa esto que hay que huir de las posiciones teóricas de mayor riesgo, es decir, de los fondos de renta variable? En absoluto. Ya vemos cómo muchos de ellos, particularmente los centrados en mercados internacionales, se han recuperado con solvencia del impacto vírico. Y aunque muchas voces vuelvan a hablar de burbujas –quizás próximas en los sectores más sobrecalentados–, hay todavía mucho donde elegir, sectores enteros que van a sacar un extraordinario partido a las masivas inversiones impulsadas en Estados Unidos y en Europa, así como sectores cíclicos que se animarán más a medida que se consolide la recuperación de las economías… ¿Que, mientras tanto, podemos sufrir un gran susto geopolítico? Sin duda. ¿Que provocará crisis puntuales en los mercados? También. ¿Que, como todo lo que pasa en Oriente Próximo y Medio, recalentará el precio del petróleo y del gas y, por ende, la inflación? Inevitable. Pero, pese a todo ello, ya conocen de sobra el escudo para protegerse de cualquier sobresalto, incluso al de ver a un político estilo Orban lanzar proclamas grotescas desde cualquier gobierno: diversificación, diversificación y diversificación.