Formas y reformas

Pedro_Sanchez_Lamanodedios

A.J.A. | Un amigo argentino me preguntó en una ocasión por qué creía yo que su país no salía del precipicio. “Por decirlo sencillamente, Alfredo, si un país tiene como mayor orgullo “la mano de Dios” de Maradona contra Inglaterra… Está jodido”. Asintió, en silencio. Había poco que discutir.

El jueves España tuvo su particular “mano de Dios”, una de esas imágenes que pasan a la galería, llamadas a marcar una época. Ver al presidente del Gobierno de tu país, en el Parlamento, festejando con alborozo y mostrando el pulgar –como Nadal cuando gana un torneo- la aprobación de la reforma laboral… ¡por el error de un diputado del PP! Resulta, más que nada, triste, muy triste.

Vaya por delante que el que escribe ha votado a este señor (y no me corto la mano porque la necesito para el ratón). Siga por detrás que toda España daba ya por aprobada la reforma laboral, que al fin y al cabo cuenta con el respaldo de la patronal y los sindicatos. Así que su aprobación solo parece molestar a los separatistas de izquierda, catalanes y vascos, y al inefable Pablo Casado (el líder del PP. España tiene dos problemas, y uno se llama Pedro; el otro se llama Pablo).

El jueves por la tarde, varios de los socios habituales del Gobierno del PSOE-UP (ERC, Bildu, PNV) habían decidido no convalidar el Real Decreto que incorpora al ordenamiento jurídico español la reforma laboral que Madrid ha comprometido con sindicatos, empresarios y Bruselas. Ante la posibilidad de fracasar en la votación parlamentaria, el PSOE consiguió los votos del Ciudadanos de Inés Arrimadas y de varios partidos pequeños, incluidos dos diputados de la derecha navarra.

La ministra de Trabajo, líder de Unidas Podemos en el Gobierno y artífice de la reforma, intentó hasta el último momento obtener el respaldo de la mayoría habitual, la de la investidura, pero visto que era imposible, ella, y todos, dieron, dimos por bueno el apoyo negociado palmo a palmo con cada diputado.

Llegó entonces la votación… Y los dos diputados navarros le hicieron un corte de mangas a su partido y votaron en contra del Gobierno. (En rápida respuesta, el PSOE del ayuntamiento de Pamplona apoyó una votación en contra del alcalde, de UPN, lo que ya da una idea del nivel en que nos movemos). Así las cosas, la presidenta del Congreso, del PSOE, echó números y dio por rechazado el Real Decreto. Alborozo en las bancadas de la derecha y estupor y malestar en las del Gobierno y la izquierda…

Transcurridos unos minutos, los servicios jurídicos informan a la presidencia de la Cámara de que uno de los 16 votos telemáticos, el de un diputado del PP por Cáceres, había sido, contra todo pronóstico, favorable a la aprobación y que, por tanto, el Real Decreto estaba, en realidad, aprobado: 175 votos a favor, 174 votos en contra.

Conmoción en las bancadas de la derecha. Algarabía y júbilo en las del Gobierno y la izquierda… Hasta aquí, todo “normal”. O, al menos, comprensible. Un error lo puede cometer cualquiera ¿O era el diputado del PP por Cáceres un valiente, un diputado díscolo que realmente quería aprobar la reforma laboral?… En todo caso, sorprendente.

Comienza entonces el esperpento. Los servicios jurídicos y el propio PP advierten de que el voto de su diputado por Cáceres, enviado por vía telemática, se ha procesado mal y que, en todo caso, el diputado se ha encargado de testimoniar a la Cámara -antes de la votación- que él quería y quiere votar “no”. Algo que es rechazado por los órganos de la Cámara, que dan por bueno el voto telemático. Veremos hasta dónde llega la batalla jurídica que sin duda desatará la oposición. Pero eso, créanme, es ahora lo de menos.

Lo de más, imborrable, es ver al presidente del Gobierno de tu país con el pulgar alzado y una sonrisa de oreja a oreja, como sí allí no hubiera pasado nada. Triste, triste de verdad. Y un síntoma pésimo. De muchas cosas.

Siempre se ha contado que cuando la ejecutiva del PSOE le echó de la secretaria general del partido (por querer negociar un Gobierno como el que finalmente ha montado) le habían llegado a encontrar con un grupo de partidarios suyos detrás de una cortina… con una urna. Me costaba creerlo. Y me sigue costando, pero menos. Triste.

En este viejo país, que es el mío, a todos nos enseñan que uno vale tanto como valga su palabra. Ni más, ni menos. En aquella vieja España, que sigue aquí, muy viva, porque todos nos hacemos más o menos viejos, hace ya mucho tiempo que la palabra del presidente de nuestro Gobierno no vale gran cosa…

Cierto, por otro lado, que él parece estar en la corriente de los tiempos: el primer ministro británico, el primer ministro australiano o el anterior presidente de los EEUU parecen jugar en esa misma liga, la de la gente perfectamente prescindible para la Historia.

Por mucho que se ufanen.