Aurelio García del Barrio (IEB) | La economía mundial se enfrenta a desafíos cada vez mayores. El crecimiento ha perdido impulso, la alta inflación está demostrando ser persistente, la confianza se ha debilitado y la incertidumbre es alta. La guerra de Rusia contra Ucrania ha hecho subir sustancialmente los precios, especialmente de la energía y las commodities, lo que se suma a las presiones inflacionistas en un momento en que el coste de la vida ya estaba aumentando rápidamente en todo el mundo.
Las condiciones financieras mundiales se han endurecido significativamente, en medio de las medidas inusualmente enérgicas y generalizadas para aumentar las tasas de interés oficiales por parte de los bancos centrales en los últimos meses, lo que ha pesado sobre el gasto sensible a los intereses y se ha sumado a las presiones que enfrentan muchas economías de mercados emergentes.
En general, el mercado laboral se ha mostrado resiliente en muchas economías avanzadas, pero los aumentos salariales no han seguido el ritmo de la inflación de precios, lo que ha debilitado los ingresos reales a pesar de las medidas adoptadas por los gobiernos para amortiguar el impacto del aumento de los precios de los alimentos y la energía en los hogares y las empresas.
Ahora se ha sumado el conflicto entre Israel y Hamás, en la franja de Gaza, que muestra la inestabilidad de esa región. En unos 20 meses, dos crisis gravísimas, de rasgos inusitados, han sacudido el mundo.
Primero, en febrero de 2022, la invasión a gran escala de Ucrania por parte de las fuerzas rusas, un desafío frontal al orden global vigente. Ahora, una ofensiva sin precedentes de Hamás contra Israel con una réplica de rasgos brutales. Los dos conflictosno están conectados, tienen dinámicas y reacciones específicas.
En términos geopolíticos, uno busca la voladura del proceso de acercamiento de Ucrania a Occidente; otro, de la normalización de relaciones entre Israel y los países árabes.
Los amortiguadores del crecimiento económico global han seguido siendo, por una parte, el consumo privado, impulsado tanto por los remanentes del ahorro acumulado como por la fortaleza generalizada del empleo y, por la otra, las amplias fuentes de apoyo fiscal.
En cuanto a la inflación, la trayectoria descendente de los precios se ha seguido consolidando de la mano de la normalización de las cadenas de suministro, de efectos base de los precios de la energía, y de cierto paso hacia una desaceleración más amplia en los componentes de la cesta.
Con ello, el ciclo de endurecimiento monetario global ha pasado a presentar una situación más equilibrada entre el nivel de actividad económica y la dinámica de los precios, aunque sujeto a un entorno cada vez más desafiante y tensionado por el lado de la geopolítica.
De cara a futuro, se espera que las manufacturas sigan deprimidas, con la actividad industrial aún lejos de estabilizarse. Mientras tanto, los servicios apuntan hacia una pérdida de dinamismo, acercándose a una mayor sincronía con las manufacturas y mostrando menores capacidades para trasladar aumentos de costes al cliente final.
A su vez, se espera que el consumo experimente una moderación progresiva, y que, en líneas generales, refuerce la idea de que los efectos de la política monetaria
comienzan a surtir efecto con sus principales pilares.
Primero, el ahorro acumulado se considera prácticamente agotado en gran parte de las economías, proporcionando escaso margen de maniobra. Segundo, y aunque el vínculo entre el crecimiento de la producción y el empleo parece ser más débil en este ciclo por la escasez relativa de mano de obra, la oferta laboral se espera más equilibrada en el futuro.
Por último, el impulso que ha venido proporcionando la política fiscal comenzará a retirarse en 2024, en sincronía con el ciclo de endurecimiento monetario.
Las estimaciones de crecimiento global apuntan hacia un entorno de desaceleración económica en el que los mecanismos de transmisión de la política monetaria a la economía real están comenzando a mostrar sus efectos con más fuerza, con una contracción del crédito, un debilitamiento de los mercados laborales y claros síntomas de moderación en la inflación.
El fin de 2023, en el entorno global ha seguido dominado por una dinámica que combina, por una parte, una inflación a la baja y, por la otra, una resiliencia en la actividad económica más extendida de lo inicialmente previsto. Ello ha configurado un escenario más equilibrado entre actividad y precios para finales de 2023, en detrimento de un 2024 que plantea tanto menores opciones de un nuevo repunte inflacionario como más probabilidades de enfrentar un crecimiento económico más deficiente y con menos puntos de apoyo.
Esta imagen general evidencia que la problemática de la inflación se hace cada vez más pequeña, al tiempo que los tipos de interés reales positivos son cada vez más frecuentes, extendiéndose a lo largo de toda la curva de rendimientos y permitiendo a los principales bancos centrales trasmitir la sensación de que la política monetaria está cerca de alcanzar su punto máximo.
Mirando a la dinámica de la actividad económica, los amortiguadores del crecimiento han seguido siendo, de una parte, el consumo privado, impulsado tanto por los remanentes del ahorro acumulado como por la fortaleza generalizada del empleo y, de otra, las amplias fuentes de apoyo fiscal.
Por el lado de la inflación, la trayectoria descendente de los precios se ha seguido consolidando de la mano de la normalización de las cadenas de suministro, de efectos base de los precios de la energía, y de cierto paso hacia una desaceleración más amplia en los componentes de la cesta.
No obstante, la reducción del ritmo inflacionario no ha terminado de alcanzar el grado deseado en términos tanto de tasa presente como de inflación esperada, superando en ambos momentos el objetivo marcado por los diferentes bancos centrales y constatando que la política económica aún debe de ejercer un contrapeso frente a multitud de factores coyunturales y a diferentes grados de sensibilidad a los tipos de interés, así como a factores estructurales que surgieron a raíz de la pandemia, como son la transición energética, la desglobalización, la escasez relativa de mano de obra, el proteccionismo de recursos y el mayor protagonismo de la política fiscal.