El último baile

Julio López (Attitude Gestión SGIIC) | La última obra de Puccini, Turandot, quedó inacabada. En 1926, Toscanini (que había tenido numerosos encontronazos personales con él) estrenó la ópera en la Scala de Milán. Cuando llegó el tercer acto, la orquesta dejó de tocar, el director bajó la batuta y se dirigió al público: “Aquí termina la ópera, porque en este punto murió el maestro”. A la noche siguiente del estreno se presentó la versión completa, con un final escrito por Franco Alfano a partir de los esbozos del compositor.

Gracias a Dios, no he tenido que ver ninguna luz acercándose de frente para terminar. Esta va a ser la última epístola que escriba desde Attitude Gestión. Después de quince felices años, toca emprender nuevos retos, en este caso no profesionales sino personales. Después de casi 38 años en el mercado, ya está bien. He conseguido y retenido muchos amigos, que han supuesto un alimento permanente para el crecimiento tanto profesional como humano, y solo tengo buenos recuerdos. He sido afortunado. Pero bueno, para no ponerme melancólico, no quiero dejar pasar la oportunidad para expresar por última vez como veo yo la macroeconomía y los mercados, aunque a veces tenga la misma vista que el Dioni para ello.

La situación actual yo la definiría con una imagen muy clara. Un elefante subido a una fina cuerda que atraviesa dos edificios a cien metros de altura. ¿Puede llegar hasta el final del recorrido? La verdad es que se parece mucho al del chiste que se tira desde un piso veinte y cuando va por el séptimo le preguntan que qué tal. De momento bien, es la respuesta.

No descubro la pólvora si nombro los tres pivotes sobre los que va a girar el futuro: inteligencia artificial, deuda ilimitada de los estados, y demografía. Como se afronten estos temas, veremos la dirección que toman sus derivadas secundarias en términos de empleo, pensiones y vivienda, que son los temas que más preocupan en las encuestas ahora que hasta Bill Gates parece que se preocupa menos por el cambio climático. Para lo que veremos una respuesta más pronto, debería ser todo lo relacionado con la inteligencia artificial. No me refiero tanto al tema de valoraciones bursátiles, como a su repercusión en el empleo, que me temo que va a ser rápido y brutal. Los principales afectados serán una vez más los jóvenes, que deben dar gracias porque el resto de los temas los tienen solucionados: viviendas baratas, sueldos de futbolistas, que más quieren… Aquí el elemento clave es la obsolescencia del conocimiento. Como decía esta semana en una entrevista el Catedrático de Economía de Columbia Tano Santos, “una cosa es ser obsoleto físicamente por la edad, y otra es que tu capital humano de años de universidad y experiencia sea obsoleto de un día para otro. Esto es bueno para la productividad, pero malo socialmente”. El reemplazo de recién licenciados que pasaban por un periodo inicial de “picar piedra” como aprendizaje, por máquinas va a toda velocidad. Esto es una de las cosas que más me llaman la atención en la economía, y más paradojas y sentimientos contradictorios me suscita. Si vemos la historia, el progreso se debe a la acumulación de capital y no al reparto de los bienes existentes entre la población. El que tiene un amplio capital es el que puede arriesgarse a perderlo para innovar. El que no lo tiene piensa en términos de supervivencia, no de futuro. Es un proceso que se está acrecentando en estos momentos, con muy pocas empresas que son el perejil de todas las salsas. La inversión que dicen que van a hacer en apenas cinco años supera claramente el cash flow generado ahora mismo por los grandes jugadores tecnológicos en más de diez veces. ¿De dónde va a salir el dinero? ¿Crearemos otra montaña de deuda? ¿Asumirán el rescate los gobiernos en caso de que vaya mal? ¿Cuándo empezaremos a ver el lastre en las cuentas de resultados por las amortizaciones de estas inversiones? Al fin y al cabo, mucha de la deuda se está dando utilizando como colateral chips que en apenas dos años están obsoletos.

El tema demográfico es el elefante en la habitación que nadie quiere ver. Nuestros sistemas de pensiones estaban configurados para figuras piramidales, con una gran base y poca gente en la cúspide. Se empezaron cuando había siete trabajadores por pensionista. En España ahora mismo estamos en una ratio de 2.34 trabajadores por pensionista, y se ha recuperado ligeramente en los últimos diez años, donde vimos un bajo de apenas dos trabajadores por pensionista. El crecimiento en el número de empleados ha compensado el crecimiento del número de pensionistas, pero las cifras en dinero son otra cosa. El gasto total en pensiones estaba en 126.000 millones hace diez años, y ahora está en 216.000 millones. Ha subido un 71% en ese tiempo. Con un PIB cercano a los 1.7 billones, supone un 12.7% del mismo. Por delante tenemos la jubilación de los baby boomers de los 60. Y a eso le debemos sumar que los salarios reales en este país han subido la estratosférica cifra de un tres por ciento en los últimos treinta años, el cuarto más bajo de los 38 países de la OCDE. Ya vemos como está la financiación de estas pensiones. Crecemos en números nominales y en cantidad, pero no se refleja en calidad, ni en renta per cápita. El no crecimiento per capita es la realidad que no terminan de reflejar las grandes cifras macroeconómicas.

La última pata es el aumento descontrolado de la deuda pública (no se preocupen, después de quince años dando la vara con este tema, no lo volverán a leer). Cifras que, a pesar de su grandiosidad, no reflejan fielmente los verdaderos compromisos de gasto que tienen los gobiernos, que son muy superiores. El concepto de deuda es muy simple, gasto hoy lo que no tengo, a cambio de un menor gasto teórico futuro. La segunda pata nunca llega a cumplirse. El rechazo de la sociedad (nuevamente los jóvenes lo dicen en las encuestas) hacia el Estado cada vez es más grande. La consideración de una voracidad extractiva por parte de unas élites privilegiadas se va consolidando en el pensamiento. El Estado no es capaz de cumplir con las expectativas de la gente, que ven como los transportes funcionan cada vez peor, los servicios sanitarios tienen unas cifras de espera desorbitadas, y el precio de la vivienda cabalga a lomos de un tigre desbocado. No se equivoquen. No hay una crítica encubierta a un partido político en un determinado país. Lo sienten los ciudadanos de todo el mundo, independientemente de quien gobierne. Luego sí, hay respuestas distintas, Suiza tiene 246 políticos que obtienen una remuneración económica (los alcaldes no cobran), y España tiene más de 90.000 cargos públicos remunerados (aquí la verdad y sorprendentemente varían mucho las cifras de unos informes a otros, pero es la media que me sale). En cambio, en España tenemos otros privilegios para el común de los españoles, que es que el coste de la vida no sube. O al menos así lo piensa el Gobierno, que cuando hacemos la declaración del IRPF considera el Mínimo Vital el mismo que en el año 2013… Se cumple la máxima de Ronald Reagan: la frase más peligrosa del inglés es “Soy del Gobierno y vengo a ayudar”. Ya hemos visto la respuesta de todos los gobiernos a las crisis de los últimos años. Impedir en este país el latrocinio es materia esotérica, pero sí que creo profundamente que la única forma de aminorar el coste total es hacer el Estado más pequeño, no más grande.

En fin, no les doy más la lata. Un placer estos quince años de intercambios enriquecedores con lectores.

Hasta Luego, Lucas.