La sociedad y la economía demandan cada vez más energía, lo que requerirá una respuesta amplia. El último informe de la Agencia Internacional de la Energía muestra cómo los flujos de capital hacia el sector energético alcanzarán este año un récord de 3,3 billones de dólares. De esta cifra, cerca de 2,2 billones se canalizarán a la transición energética (renovables, nuclear, mejora de redes eléctricas, almacenamiento y electrificación), el doble de lo que se destinará a los combustibles fósiles. Estos datos ayudan a poner en perspectiva la dimensión de la actual transformación y evidencian la necesidad de impulsar inversiones en toda la cadena de producción y distribución de la energía para afrontar este reto.
Los motores de esta mayor inversión provienen de dos grandes vectores: por una parte, las principales potencias económicas se enfrentan a grandes retos estratégicos –China y Europa necesitan reducir su dependencia externa y mejorar su “seguridad energética” y, por ello, deberán duplicar sus inversiones–.
Por otro lado, a nivel global –y en Estados Unidos en particular–, el desarrollo de la IA creará necesidades energéticas adicionales muy elevadas. Para 2030, las estimaciones del FMI apuntan a que la demanda energética proveniente de centros de datos será similar al consumo actual de todo un país como India.
Si nos centramos en las denominadas tecnologías de “transición energética”, la inversión se ha acelerado rápidamente y, a cierre del año pasado, el total de capital destinado más que duplica lo registrado antes de la pandemia, representando ya cerca del 2% del PIB mundial. El rápido crecimiento del gasto en transiciones energéticas durante los últimos cinco años se inició con los paquetes de recuperación tras la pandemia y luego se mantuvo gracias a una serie de consideraciones económicas, climáticas y de seguridad energética.
Como vemos en el gráfico, alrededor del 60% del gasto provino de los importadores netos de combustibles fósiles (China y Europa), algo que seguirá incrementándose en los próximos años. Otro 16% procedió de Estados Unidos, donde si bien las políticas del actual Ejecutivo son menos proclives a algunas de estas tecnologías emergentes, la economía sigue inmersa en la carrera tecnológica, lo que elevará las necesidades energéticas y, más específicamente, de electricidad.

En el próximo lustro, la transformación energética seguirá jugando un papel fundamental. El rápido aumento de la demanda de electricidad –para los centros de datos y la inteligencia artificial, unido a la creciente movilidad eléctrica–, moldeará las tendencias de inversión. Hace diez años, las inversiones en el suministro de combustibles fósiles superaban en un 30% a las destinadas a la generación de electricidad, las redes y el almacenamiento. Hoy en día, las posiciones se han invertido y, de cara a 2030, se espera que la inversión se multiplique por 1,7x, superando los 5,5 billones de dólares, lo que representaría cerca del 4% del PIB global.