Brasil y EEUU: los aranceles de Trump y el difícil equilibrio comercial entre ambos países

Thierry Larose

Thierry Larose (Vontobel) | El anuncio del presidente Trump de que las importaciones procedentes de Brasil se enfrentarían a un arancel del 50% cogió por sorpresa a los observadores, no solo por la magnitud de la medida, sino también por el razonamiento que la sustenta. Brasil está ahora empatado con Lesoto como países con el arancel estadounidense más alto, del 50%, frente al anterior “arancel recíproco” del 10% anunciado a principios de abril.

A diferencia de los aranceles aplicados a países como China o la Unión Europea, que suelen justificarse por consideraciones económicas o estratégicas, esta decisión parece obedecer a motivos ideológicos, lo que la convierte en una medida sin precedentes.

Brasil tiene un modesto déficit comercial con EE. UU., por lo que las consecuencias no son obviamente ominosas para Brasil. El país exporta sobre todo materias primas a EE. UU. (por ejemplo, combustibles minerales y aceites, hierro y acero, productos agrícolas), y esas mercancías pueden encontrar fácilmente compradores alternativos que no impongan aranceles (o los impongan más bajos). El problema es más bien la composición de las importaciones (por ejemplo, maquinaria, semiconductores, automóviles y camiones, productos químicos y farmacéuticos) que son más difíciles de sustituir, lo que puede afectar al crecimiento económico y a la inflación quizá más que a la balanza de pagos. Es importante recordar que los EE. UU. son el mayor inversor extranjero en Brasil, con más de 280.000 millones de dólares de inversiones extranjeras directas concentradas en finanzas y seguros, productos químicos e información.

El presidente Lula ya ha anunciado su disposición a tomar represalias imponiendo aranceles similares a las importaciones estadounidenses, preparando el terreno para una escalada. Aunque no es la primera vez este año que el presidente Trump se enfrenta a un gobierno de izquierdas en América Latina (con disputas similares en espiral con México y Colombia), la diferencia clave con Brasil es la limitada interrelación económica entre los dos países, que hace que la disputa tenga más probabilidades de intensificarse y perdurar.

Irónicamente, esta evolución puede suponer un impulso político para el presidente Lula, cuyos índices de aprobación han ido disminuyendo en los últimos meses. Ahora puede aprovechar los sentimientos patrióticos de los brasileños y asumir el papel de defensor de la soberanía, lo que puede resultar ventajoso de cara a la preparación de la campaña para las elecciones presidenciales de octubre de 2026.

Para los inversores extranjeros en activos brasileños, es probable que los próximos días sean turbulentos, y podría producirse una significativa liquidación de posiciones largas en el real brasileño, así como en bonos y acciones nacionales. Como inversores a largo plazo, creemos que en última instancia prevalecerá el pragmatismo, y cualquier venta importante podría presentar oportunidades para acumular activos brasileños a valoraciones atractivas. Sin embargo, a corto plazo, se espera que persista la volatilidad, ya que ambas partes tienen actualmente escasos incentivos para rebajar las tensiones.