¿Hay armas en su cartera de fondos?

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | La genocida (para todo el mundo) y suicida (para la economía rusa) guerra de Putin está impactando de lleno en la sigla imprescindible para los fondos de inversión: la que define los criterios ASG (ambientales, sociales y de buen gobierno). Este efecto bélico se produce en dos sentidos: en el positivo, porque impulsa la inversión en renovables, en detrimento de los combustibles fósiles; pero también hay un impacto negativo, a la vista de que las compañías especializadas en armamento (y tecnologías afines) cogen impulso gracias al rearme de Occidente provocado por el sátrapa del Kremlin.

¿Deben invertir en empresas de armamento los fondos de inversión, particularmente los globales internacionales, que se mueven por las Bolsas de todo el mundo en busca de las mejores oportunidades? Los criterios ASG lo ponen difícil. Por no hablar de los Objetivos de Desarrollo Sostenible surgidos de Naciones Unidas en 2015. Uno de los preceptos de estos ODS era precisamente que las empresas de armamento no formaran parte de cualquier inversión que quisiera ser considerada “sostenible”.

Pero es innegable que la industria del armamento tiene quizás mejor futuro que nunca, gracias sobre todo a la enloquecida invasión de Ucrania. Una OTAN semidormida se ha despertado e incluso avanza hacia las fronteras rusas con la inminente incorporación de Suecia y Finlandia (todo un “triunfo” para Putin, que consigue justo lo contrario de lo que quería). Todos los países europeos se muestran dispuestos a incrementar sus presupuestos de Defensa, incluso el nuestro, donde el objetivo del 2 por ciento parece ya innegociable. Alemania, durante décadas reticente, decide también destinar ese mismo porcentaje del PIB a defensa, tras dar su parlamento luz verde a un fondo de 100.000 millones de euros para renovar sus fuerzas armadas. La propia Unión Europea busca mecanismos de cooperación de los 27 Estados miembros para un desarrollo conjunto de las inversiones en material militar. De hecho, se pretende reforzar el papel del Banco Europeo de Inversiones para que apoye los programas de defensa europeos, mientras se debate incluso la posibilidad de eximir del IVA a grandes proyectos de interés para la seguridad común de la UE. Otro “triunfo” para Moscú: lograr que la Unión Europea no sólo refuerce su papel como líder de la democracia y de los derechos humanos, incremente su atractivo y vuelva a ser el club en el que todos quieren entrar, al tiempo que da sus primeros pasos para convertirse también en una organización con una fuerza militar que no dependa exclusivamente de la OTAN. ¡Enhorabuena, Putin! Muchas gracias por despertar a Europa mientras aíslas a Rusia. Lástima que lo hayas hecho con esa guerra criminal.

A todo esto se suma el hecho de que las grandes potencias militares como China y Estados Unidos, sin olvidar a los ricos países árabes, también acelerarán sus inversiones en defensa, como lo haría Rusia si encontrara a quién comprarle armamento dotado con las últimas tecnologías que no puede importar. Igual que, ante la fuga de las grandes marcas occidentales, Moscú se ha puesto a fabricar coches propios de hace dos décadas que no pasarían ni la primera ITV en Europa, pronto tendrá dificultades para renovar sus arsenales.

En cualquier caso, este belicoso ambiente implica que grandes cotizadas, sobre todo estadounidenses, relacionadas con el negocio de las armas sean cada vez más recomendadas y atraigan el interés de los inversores que se suman a la ola alcista. Empresas como Lockheed Martin, Raytheon o Northorp Grumman llaman la atención de los analistas, al tiempo que surge una nueva polémica: ¿es lícito invertir en armamento que ayude a la defensa de la paz, los derechos humanos y la democracia? El tradicional “si vis pacem, para bellum”, si quieres la paz, prepárate para la guerra, recupera vigencia. Pero, ¿qué garantías tiene el inversor de que la empresa armamentística en la que ha invertido, a través de algunos de los ETFs especializados en el sector, o a través de un fondo de inversión, venda sus productos sólo a clientes que los vayan a usar para evitar la guerra o para defenderse de tiránicas agresiones como la de Putin? Por no olvidar el debate sobre las armas de caza o sobre las policiales. A lo que se sumaría el cáncer de los tiroteos masivos en Estados Unidos y su peculiar legislación armamentista propia del Far West. ¿Es lícito invertir en un fabricante de armas ligeras, o no tan ligeras como los fusiles de asalto, cuando se están utilizando para provocar decenas de miles de asesinatos cada año, en vez de supuestamente para defender los derechos y propiedades individuales, como proclama esa ultraconservadora Asociación Nacional del Rifle, que no parece confiar en las fuerzas policiales de su país para tal fin?

Por no hablar de la multitud de empresas tecnológicas, aeronáuticas y de construcción naval cuyos desarrollos valen tanto para el ámbito civil como militar. ¿Sería lícito excluirlas también de los fondos que apostaran por los criterios ASG y por los Objetivos de Desarrollo Sostenible? ¿Es sostenible invertir en astilleros que construyen pesqueros y remolcadores, pero también buques dragaminas que mantengan libres de explosivos las rutas de navegación comercial (por ejemplo ahora, para sacar el trigo de Ucrania y hacerlo llegar a África)? ¿Discriminamos en las carteras de los fondos a los fabricantes de drones o a los líderes en inteligencia artificial, dos ámbitos con evidentes aplicaciones militares?

Algunos países (como Suiza) prohíben que sus fondos de pensiones y bancos inviertan en la industria militar enfocada al material bélico, pero no excluye a los fabricantes de armas de uso “legal”, como las policiales o las deportivas. Otros Estados dudan. Mientras, el mundo se rearma y tampoco sirven las teorías pseudo pacifistas que apuestan a ciegas por el desarme y la negociación, algo difícil cuando enfrente tienes a tipos desahuciados y enloquecidos como el propio Putin y sus corruptos adláteres. Al final, son los gestores de fondos y los inversores quienes tienen la última palabra… aunque, sin duda, ni está clara ni será la definitiva.