La criptocrisis de mayo no será la última… ni la más grave

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | La criptocrisis dio sus primeros coletazos en enero de este año (como comentamos en esta misma columna), pero está agudizándose ahora. No será el final de este “ecosistema” (quizás llamado así por su peculiar fauna), pero está dejando muchas cosas claras a los supuestos “inversores” que confiaron ciegamente en él, así como a las autoridades y entidades que parecen no acabar de tomarse en serio los cripto riesgos.

Damos por supuesto que un inversor de verdad, particularmente el centrado en la inversión colectiva, no quiere saber nada de estos supuestos activos que son las cripto. Pero no hay que olvidar que las autoridades regulatorias quizás no han sido suficientemente contundentes al advertir sobre sus peligros, al tiempo que numerosas entidades financieras coquetean con diversas ofertas para que sus clientes accedan de uno u otro modo a productos relacionados con las falsas monedas digitales.

Pero el espejismo, burbuja o pirámide –cualquiera de estos apelativos nos vale– ha estallado con estrépito desde los máximos de noviembre de 2021. ¡Qué tiempos aquellos, cuando con diez bitcoins a casi 69.000 dólares por unidad podrías comprarte un ático en el centro de Madrid o Barcelona! Suponiendo, claro, que el vendedor fuera tan estúpido para aceptarlos y no convertirlos rápidamente en euros o en dólares, porque se encontraría ahora con que cada uno de esos bitcoins vale menos de 30.000 dólares (lo que ha reducido a menos de la mitad lo ingresado por la venta del inmueble).

Como ya comentamos en enero, la subida de tipos, la crisis general de los mercados y la escalada de los masivos costes energéticos de la minería cripto encendieron la mecha, que se aceleró desde febrero con la enloquecida guerra de Putin y la necesidad general de convertir la calderilla digital en monedas de verdad. La explosión final (por ahora) ha provocado este hundimiento del bitcoin y de las otras casi 20.000 criptos, con casos espectaculares como la pérdida de casi todo el valor de la famosa luna y su “avatar” supuestamente estable terra. El resultado es que se han volatilizado (entre noviembre de 2021 y mayo de este año) unos 1,8 billones (españoles, es decir, millones de millones) de dólares en el pufo de las cripto, un volumen de pérdidas mayor que el provocado por la tormenta “subprime” desencadenante de la crisis financiera de 2008.

Por suerte, este desplome del universo cripto, poblado de estrellas fugaces y de agujeros negros capaces de devorarlo todo, no ha tenido efectos en el sistema financiero global, pese a que las autoridades regulatorias no han sido suficientemente contundentes para frenar este humo especulativo y piramidal, y pese a que muchas entidades serias incluso coquetean con él.

En cualquier caso, para la inmensa secta de creyentes en la cripto-religión, habrán quedado claras algunas lecciones básicas que llevamos tiempo repitiendo aquí, pero que ahora son más evidentes que nunca:

Primera: las cripto no son monedas porque no sirven para comprar nada (y si alguien vendió algo y aceptó cobrar en bitcoin cuando estaba a 69.000 dólares pero no transformó rápidamente el cobro en divisas de verdad, ya sabe lo que le ha pasado). Y tampoco son divisas, porque no están respaldadas ni aceptadas por ningún estado (salvo por El Salvador, dirigido y arruinado ahora por un presidente tan populista como inconsciente e ignorante de cómo funcionan la economía y los mercados).

Segunda: las cripto no son una inversión, sino un producto puramente especulativo y piramidal, en el que el último que se suma a la pirámide acaba llevándose el mayor batacazo, justo desde lo más alto.

Tercera: las cripto ni siquiera valen para realizar una auténtica especulación en el buen sentido (el de dar liquidez a los mercados), porque la crisis de mayo, y particularmente el desplome de terra, de luna y de muchos otros etéreos engendros digitales, ha demostrado que la liquidez de estos productos es casi ninguna, ya que no hay nadie comprando ni respaldando operaciones cuando una cripto entra en barrena.

Cuarta: la tecnología cripto, aparentemente infalible, es falible, como todas las tecnologías. Muchos “inversores” asistieron con pánico al bloqueo del “exchange” (esa forma fina de llamar a los cripto mercadillos) “por cuestiones técnicas” o por “labores de mantenimiento”. Es decir, que el supuesto mercado ultraliberalizado, libre de las influencias y controles de gobiernos y autoridades, y operativo bajo la tutela de una tecnología imbatible, peta como cualquier otro mercado, con la diferencia de que no hay activos debajo para soportarlo. Si se desploma la cotización de una acción, sigue existiendo una empresa que ha emitido esa acción. Si quiebra la deuda de un Estado, siempre acudirá alguien al rescate o a comprarla, aunque sea a precios de derribo. Pero si se desploma el valor de una cripto, no hay nada debajo, porque ya hemos visto que esas mal llamadas “stable coins” (como la hundida terra) ni son monedas, ni son estables, ya que debían estar supuestamente respaldadas por dólares supuestamente depositados en un supuesto banco de las Bahamas (buen sitio, ideal por sus nulos controles y regulaciones), pero resulta que no hay tales dólares, sino bitcoins y otras cripto o porquerías varias que no dan estabilidad a nada.

Quinta: la “inversión” en cripto ni es inversión ni es alternativa a las inversiones de verdad, ya que se hunde cuando se hunden las demás, pero con más intensidad. Las ocho semanas de desplome implacable del bitcoin han coincidido con la peor racha (también de ocho semanas) en el Dow Jones, en el S&P 500 o en el Nasdaq (en estos dos últimos casos, el peor periodo desde el estallido de la burbuja.com en 2001). Pero esos índices están reflejando el valor de compañías de verdad. El bitcoin y las otras cripto sólo reflejan la avaricia de quien quiere enriquecerse rápido con ellas.

Sexta: las cripto no protegen en absoluto contra la inflación, sino más bien todo lo contrario, puesto que se han hundido precisamente mientras la inflación repunta. Entre otras cosas porque tampoco sirven para comprar productos de verdad, cada vez más caros por la subida del IPC, así que todo el mundo quiere cambiar las cripto por dólares o por euros para poder pagar cosas que no dejan de subir

Séptima: las cripto no son un mercado libre de injerencias políticas y/o regulatorias, sino todo lo contrario. ¿O no llama la atención que algún gran banco ruso cambiara de política justamente al comenzar la invasión de Crimea y decidiera volver a dar luz verde a las cripto, cuando pocos meses antes el Kremlin amenazaba con prohibirlas, al estilo de lo decretado por Pekín? ¿O no sorprende que los enviados del ultraconservador Putin a hablar con los ultraconservadores independentistas catalanes prometieran soldados y apoyo económico y energético a la futura mini-república independiente si su ahora fugado líder aceptaba impulsar una legislación favorable a las cripto? ¿O tampoco sorprende que ahora todo el mundo quiera convertir sus cripos en dólares o en euros, particularmente esos oligarcas rusos cuyas divisas y activos de verdad –y los de sus ancianas madres, sus hijos o sus amantes– están bloqueados por las sanciones occidentales? ¿O no causa rubor que regímenes como el norcoreano tengan su propia división de piratas digitales (el famoso grupo Lazarus) especializados en atacar a las plataformas de criptomonedas para llevarse la pasta y dársela al “amado líder” Kim Jong-un? Y en este tema, volvemos a la supuesta infalibilidad de la tecnología: se estima que Lazarus saqueó el año pasado unos 400 millones de dólares en cripto activos y en abril de este año parece estar detrás de otro robo de bitcoin por una suma equivalente a 650 millones de dólares. Ya sabemos que también las entidades financieras y los consumidores de productos regulados pueden sufrir pirateos y ataques, pero al menos hay autoridades a las que recurrir para denunciar el caso y buscar una reparación. Sin embargo, ¿a quién acudimos si un pirata norcoreano hace un agujero en nuestra plataforma cripto y se queda con nuestras monedas digitales?

Octava: como he comentado en el punto anterior, el “inversor” en cripto está solo ante el peligro en este ecosistema salvaje. Cuando, durante la cripto crisis de mayo, algunas voces reclamaron que los gobiernos hicieran una operación de rescate de quienes lo han perdido todo o casi todo en las divisas digitales, convendría recordar que los cripto gurús llevan años llenándose la boca de las palabras independencia, libertad, autorregulación, etc., etc., lo mismo que los antivacunas, anticonfinamientos y antimascarillas gritaban libertad al tiempo que se olvidaban de la de los demás, pero luego acudían a la UVI como todos (y como muchos contagiados por la falta de solidaridad de los más libertarios). Lo único que se puede reprochar a los gobiernos es no haber sido más agresivos y activos para frenar la construcción de esta monumental estafa piramidal. Pero, claro, los libertarios les hubieran acusado de tiranos y de liberticidas, igual que la Asociación Nacional del Rifle clama en EE.UU. por su libertad constitucional para llevar armas y matarse (y matar) con plena libertad. Y también es verdad que es muy difícil poner puertas al ciberespacio, a no ser que seas el gobierno de Pekín o similares. Así que, ahora, por favor que nadie pida ser rescatado de su avaricia, de su ignorancia y de su ultralibertarismo. Al antivacunas contagiado de covid se le atiende en el hospital porque no vas a hacerle pagar con su vida por ser tonto, pero al que ha metido “su” dinero dónde no debía no tenemos que pagarle la factura los demás.

Es cierto que ahora todos los mercados –incluido el supuesto mercado de las cripto– están fatal y parece que no hay activos en los que refugiarse de los temporales de la guerra, la inflación, los problemas en las cadenas de suministros, etc. Pero quien apuesta por la inversión colectiva con visión de medio y largo plazo tiene muchas herramientas para protegerse. La diversificación (de la que tanto hemos hablado aquí), la gestión por parte de profesionales (que intentan ajustar las carteras de los fondos a los momentos del mercado cuando es posible hacerlo), la solvencia de las entidades, la existencia de unas regulaciones cada vez más exigentes… Frente a todo eso, quien de un modo inconsciente se lanza al descontrolado espacio de las cripto, ya sabe que no tiene nada debajo (del supuesto valor de las monedas digitales), ni a su lado (porque las plataformas y entidades están enfrentadas a la legión de piratas al acecho y además manejan los algoritmos como les interesa), ni por encima (porque el regulador no puede actuar donde no hay nada tangible sobre lo que actuar). Pero sí tiene mucha gente pululando a su alrededor: gurús que ya están vaticinando un espectacular renacimiento de las cripto falsas divisas tras esta crisis, publicidad insistente hasta en televisión, cripto entidades deseosas en ganar euros y dólares captando nuevos clientes… y hasta sectas estilo piramidal que abducen la voluntad de los más avariciosos e indocumentados.

Suerte, cripto jugadores. Como dice una hinchada cuando su equipo pierde por goleada, “no importa, hemos venido a jugar”. Si al final pierden todo o casi todo sin posibilidad de reclamar o siquiera huir hacia otros productos para diversificar, piensen que alguien más listo, desde dentro de la pirámide o del agujero negro, lo habrá ganado.