Qué decirle al partícipe cuando su fondo va mal

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | El suicidio británico con el Brexit, un pandemia mundial nunca vista, un descerebrado como Trump al frente de la primera potencia mundial, cambio de ciclo en inflación y tipos de interés, otro descerebrado bombardeando Ucrania… ¿Qué más puede impactar en los mercados? ¿Un apocalipsis zombi? ¿Una invasión alienígena? ¿Que Donald vuelva a la Casa Blanca? Aunque dos de estas tres distopías sean descartables, el inversor en fondos debe estar ya acostumbrado a los súbitos desplomes en el valor liquidativo de sus productos. ¿Cómo explicárselo desde las gestoras? Sólo hay una receta: contando la verdad.

Debería ser fácil decir la verdad… siempre y cuando se haya dicho desde el principio, es decir, en el momento en que el inversor decidió colocar su dinero en determinado fondo de inversión.

Cuando la crisis de la deuda impactó en los fondos de renta fija a principios de los noventa, muchos inversores en estos productos pensaban que se llamaban así porque eran absolutamente fijos, es decir, que subían pasara lo que pasara y resultaban inmunes a cualquier crisis.

A muchos de estos inversores, que buscaban sobre todo seguridad, nadie les había explicado que en la renta fija lo único fijo es el rendimiento que prometen los bonos en que invierte el fondo, pero no el precio de esos mismos bonos. Como los fondos se vendían entonces masivamente a través de las sucursales bancarias, ni siquiera la mayoría de los empleados de bancos y cajas conocían este detalle: que el precio de los bonos –y, en consecuencia, el de los fondos de renta fija– podía caer si comenzaban a salir al mercado emisiones de renta fija con tipos más altos, ya que los grandes inversores corrían rápidamente a comprar estos bonos y buscaban deshacerse de los que tenían en cartera y que ofrecían tipos más bajos. Ante esta presión de gestores queriendo vender esos bonos de tipos bajos, sus cotizaciones en los mercados, lógicamente, bajaban. El resultado fue, cuando la crisis del euro y de la deuda pública asoló los mercados europeos a principios de los noventa, que se hundieron los precios de la renta fija y arrastraron en su caída a los valores liquidativos de los supuestamente híper-seguros fondos de renta fija.

Muchos empleados y directores de sucursal tuvieron que ser trasladados rápidamente a otras oficinas e incluso a otras localidades para evitar que la ira de los inversores cayera sobre ellos. Más de uno de aquellos bancarios a punto de estuvo de acabar con sus huesos en el pilón de la fuente de la plaza mayor, o incluso de sufrir agresiones más graves. Muchos no pudieron escapar al escarnio y a los insultos a que fueron sometidos por los inversores mal informados. Ya era tarde para explicar a los partícipes que los fondos de renta fija no eran tan fijos como prometían.

Damos por supuesto que los altibajos de los valores liquidativos son más fáciles de explicar y de entender en los fondos de renta variable. De hecho, por eso se llaman así, porque la renta variable, es decir, la Bolsa, varía continuamente de precio, al alza o a la baja. Por tanto, ningún inversor debería espantarse por el hecho de que las mentiras del Brexit, la pandemia, el cambio de ciclo en la economía o la guerra criminal de Putin haya provocado desplomes en los valores liquidativos de los fondos de renta variable.

Otra cosa es que, bien por estar mal aconsejado, bien por asumir un riesgo excesivo para su perfil, el inversor tuviera su cartera de fondos excesivamente sobrecargada de renta variable. Algo que, por supuesto, ningún asesor financiero, ningún responsable de una gestora o ningún empleado bancario debería recomendar a sus clientes. Claro que, si el inversor ha rellenado el famoso test de idoneidad y ha respondido a todo que sí –que conoce el riesgo de todos los mercados, que está dispuesto a asumir serios recortes en sus fondos, y que, en fin, sabe casi tanto como cualquier analista–, la entidad se puede lavar las manos. Pero esto, evidentemente, no debería ser así. Si un gestor o asesor ha permitido que el inversor haya hecho locuras, o al menos no le ha advertido seriamente de los imprevisible riesgos del futuro, asume una buena parte de responsabilidad. Así que a ver cómo le explica que esa cartera sobrecargada de Bolsa, o de activos en Rusia/Europa del Este, o de lo que sea, se desploma a la más mínima.

El inversor con perspectiva de medio y largo plazo sabe de sobra que estas cosas pasan y que los mercados siempre acaban recuperándose. Superaron la crisis “subprime” de 2008, el susto pandémico de 2019… y ahora superarán sin duda la guerra de Putin. Es más, los mercados seguirán ahí cuando Putin haya sido apartado del poder –algo nada descartable en cuanto los rusos, sus militares y sus oligarcas comprendan que Ucrania les costará un par de décadas de retroceso económico– y cuando la guerra termine, esperemos que pronto. Y los fondos de renta variable, sobre todo los que invierten globalmente y no se concentran en regiones muy concretas, se recuperarán. Siempre lo hacen, sobre todo si detrás hay gestoras solventes con profesionales trabajadores. No digamos si son gestores de los que se juegan la piel, es decir, de los que invierten todo su dinero en los fondos que ellos mismos gestionan. De hecho, me consta que muchos de estos profesionales están incrementando sus propias posiciones en sus fondos en cuanto las bombas de Putin provocan nuevos los retrocesos en los valores liquidativos. Lo cual supone no sólo una estrategia ganadora, sino un intenso compromiso con sus clientes.

Además, el inversor a medio y largo plazo habrá visto que, pese a los terremotos de los últimos tiempos en los mercados, es muy probable que sus fondos en renta variable aún acumulen sustanciosas plusvalías si los tiene hace muchos años en su cartera. Por tanto, nada de nervios, nada de movimientos histéricos… a no ser, claro, que invirtiera a ciegas o mal aconsejado donde no debía. En ese caso, quien le “vendió” el fondo (y vender no es lo mismo que asesorar) lo tiene muy complicado, porque ya es muy tarde para decir la verdad al partícipe atrapado en mercados en los que nunca debió entrar.