Intermoney | La Sinfonía nº 5 en do menor de Beethoven se estrenó en 1808, pero adquirió un particular prestigio durante la IIGM. Los británicos advirtieron que el famoso tema inicial (da-da-da-dum) tenía el mismo ritmo que la letra V en código morse (. . . -) de modo que la sinfonía se convirtió en un símbolo de victoria sobre el nazismo: La BBC siempre iniciaba sus retransmisiones a la Europa ocupada con esas cuatro notas.
Hace apenas dos semanas, parecía que en todas las mesas de negociación de valores la única melodía que sonaba era la del maravilloso sordo de Bonn. Después de haber apostado todas las fichas al rojo de las bajadas de tipos durante los dos últimos meses del año pasado, el inicio del año está trayendo más dudas; y el paisaje brillante y
luminoso se nos antoja ahora más brumoso e inquietante de lo que parecía. Reagan decía que la frase más aterradora del inglés era “Soy del gobierno y vengo a ayudar”.
En los mercados lo más peligroso es cuando todos los inversores alcanzan un consenso sobre lo que va a pasar. A finales de diciembre, el consenso era las bajadas atropelladas de tipos, y un aterrizaje suave de la economía. Esto nos lleva a pensar que al menos una de las dos cosas no se producirá. Igual que a finales de octubre alertábamos sobre el posicionamiento extremo bajista que podría alentar una recuperación de los mercados, ahora nos encontramos con una situación diametralmente opuesta, con un posicionamiento extremo tanto en renta fija como en acciones que al menos nos hace mover la nariz, y nos ha hecho situarnos en una posición de preferir ver los toros desde la barrera.
Sorprende que después de tres años errando sin misericordia, los responsables de las políticas monetarias y económicas sigan augurando tendencias sobre la inflación sin ningún tipo de sonrojo. Algunos ya han declarado vencida y desarmada a la inflación, cuando los dos últimos datos mensuales americanos han sido al alza.
Las bajadas podían preverse por el efecto comparativo, pero se está demostrando que es mucho más difícil bajar del 3.5% al 2.5% que del 9% al 4%. Yo puedo decir que soy prudente o apelar a lo socrático, pero hay argumentos para uno u otro lado. Todo sucede tan rápido que queremos tener respuestas inmediatas en lugar de fundamentadas. Casi cuatro años después del Covid, todavía no tenemos una respuesta clarificadora sobre qué ha pasado con la globalización, si hubo una pausa o si estamos ya de vuelta, y el efecto sobre las cadenas de producción mundiales. Basta un conflicto como el del Mar Rojo para que volvamos a ver parones en la industria
automovilística, por ejemplo, que pueden volver a desencadenar subidas de precios, yendo más allá de las propias subidas del transporte marítimo. Por otra parte, estamos asistiendo a caídas significativas de los precios de las materias primas. El aluminio ha caído un 40% desde máximos, el cobre un 23%, el maíz un 33% y el trigo casi un 50%. Parece que ante subidas de los precios la economía en muchos lugares ha funcionado de manera tradicional, y ha respondido con aumentos de producción que han llevado nuevamente los precios a la baja, volviendo a su carácter cíclico, más allá de la volatilidad que extreman los mercados financieros.
Por el lado del empleo, los datos objetivos pueden considerarse buenos a nivel global, aunque en Estados Unidos empiecen a ser algo confusos. La Unión Europea ha presentado el mejor dato de desempleo desde 1998, un 6.4%, cifras realmente bajas para el viejo continente. La única pega que se puede poner es que el desempleo
juvenil sigue siendo extraordinariamente alto y ahí España sigue llevándose la palma, con un 27.9% de paro juvenil.
Lo que estamos presenciando es, como en el tema de la vivienda, una segmentación cada vez más grande del mercado, por lo que las medias aritméticas llevan más a engaños que a dar una información veraz.
Hay mucha diferencia por sectores, y escasez en muchos y sobrantes en otros. Más allá de la actividad económica, hay dos aspectos que marcarán los próximos años en el empleo. Por un lado, tenemos una tendencia demográfica aterradora. En los países occidentales tenemos por delante los 10 años con más jubilaciones previstas de la historia, lo que hará que el efecto reposición sea más fácil para que los jóvenes accedan a un puesto de trabajo (otra cosa es lo que cobren y tengan que pagar para mantener a las clases pasivas).
Por otro lado, tenemos pendiente de ver cómo afectará la tan comentada Inteligencia Artificial. Esta semana el FMI se ha descolgado con un informe no muy optimista, en el que como titular podemos decir que la inteligencia artificial afectará al 40% de los trabajos globalmente y puede empeorar la desigualdad entre países y dentro de las sociedades de estos. Es una revolución tecnológica que seguramente impactará más en las economías avanzadas que en las emergentes, reemplazando y complementado los trabajos de alto valor. Para los que hayan leído el incunable de Acemoglu Y Robinson de ¿Por qué fracasan los países? no les resultará extraño el paralelismo con la revolución industrial del siglo XVIII y XIX que configuró países ganadores y perdedores para los siguientes 200 años. Seguramente veamos puestos de trabajo y trabajadores que se beneficien de su implantación, con ganancias asombrosas de productividad, y por otra parte podríamos ver trabajos con salarios más bajos y contratación reducida, cuando no otros trabajos que desaparezcan.
La diferencia sustancial con la anterior revolución industrial es que esta vez no solo afecta a trabajos repetitivos y monótonos de poca cualificación, sino que también afectará a trabajos hasta ahora bien remunerados.