Enrique Marazuela para la revista Gestores | “La inteligencia artificial va a ser muy disruptiva y tendrá una honda huella de destrucción porque se va a comportar no como un tornado, que suele afectar a una única vertical de la actividad económica, sino como un tsunami, porque rara será la vertical que quede indemne”.
No parece necesario fundamentar que con la inteligencia artificial estamos ante una nueva revolución industrial. Lo bueno de ella es que a la luz de lo que ha ocurrido anteriormente podemos hacernos una cierta idea del mundo de mañana
Evidentemente el futuro es impredecible, pero Mark Twain ya afirmó que la Historia no se repite, pero al menos rima. Y la primera regla en Finanzas es desconfiar de alguien que intenta vender una idea que no se ve con mucho fundamento y cuya argumentación básica es this time is different (en castellano diríamos más bien esta vez no va ser igual).
En anteriores revoluciones industriales se ha producido el fenómeno denominado Creative Destruction, término comúnmente atribuido a Schumpeter que si bien es el que más lo difundió, la paternidad pertenece al sociólogo Sombart y la idea original a Marx. La destrucción creativa acaece cuando hay un avance tecnológico tal que cuando se incorpora a un proceso productivo deja obsoleta la anterior manera de proceder; pensemos lo que supuso para el transporte terrestre de larga distancia la aparición del ferrocarril que sustituyó el carro de bueyes.
Los avances tecnológicos son disruptivos si y solo si suponen una mejora de productividad. Esta mejora
de productividad cristaliza en construir más o mejor, o ambos, con una ventaja en coste. Y hay destrucción porque el anterior proceso ya no es viable y las empresas que no se adaptan a él desaparecen (pensemos por ejemplo con lo ocurrido con Kodak tras la popularización de la fotografía digital). En este caso, la inteligencia artificial va a ser muy disruptiva y tendrá una honda huella de destrucción porque se va a comportar no como un tornado, que suele afectar a una única vertical de la actividad económica, sino como un tsunami, porque rara será la vertical que quede indemne. Pero esto no queda en destrucción, se construye la nueva manera de hacer las cosas y emergen nuevas necesidades que antes parecían impensables. Tiene tal importancia este proceso de destrucción creativa que el bloqueo de la misma lleva a las naciones a perder ventajas competitivas pues es la mismísima manifestación de la innovación.
En las sociedades existe el miedo de que las revoluciones industriales se salden con destrucción de puestos de trabajo. La historia nos muestra que esto no es así, pues lo ocurrido en el pasado es que el empleo se ha mantenido (suponiendo que continúa la ventaja competitiva anterior) habiéndose experimentado, eso sí, una profunda transformación de los trabajos. En el medio plazo, el empleo ni se crea ni se destruye, tan solo se transforma.
El tercer aspecto es que la inteligencia artificial va a modificar el modo de pensar. La teoría del materialismo histórico de Marx afirma que la infraestructura (el modo en que se organizan los procesos productivos) determina la superestructura (las instituciones y la manera de pensar de la sociedad) y la evidencia de lo que ha ocurrido desde la aparición de la primera revolución industrial no deja lugar a dudas, por muy elegante que sea el pensamiento de Hegel que sostenía lo contrario.
Los mercados financieros no han sido indiferentes a la inteligencia artificial y hemos visto como este fenómeno ha tenido una manifestación un tanto particular. En primer lugar, no se ha capitalizado por nuevas empresas como en las revoluciones recientes (Google, Apple, Amazon, Facebook, etc.) sino que se ha concentrado en las existentes (los Magníficos Siete), las incumbentes como les gusta denominarlas a los anglosajones. Este fenómeno tiene dos fundamentos. El primero es que
los avances de la inteligencia artificial requieren tales inversiones financieras, tal cantidad de datos y tanto conocimiento previo que solo puede hacerse por los incumbentes. El segundo es que pese a que estemos
ante un tsunami como lo habíamos definido más arriba (afecta a muchas verticales), lo cierto es que la aparición de internet también lo fue y, aunque prácticamente todas las compañías se vieron beneficiadas por su surgimiento, unas cuantas compañías se beneficiaron de un modo significativo.
Pese a estos dos argumentos pensamos que todavía es pronto como para pensar que los Magníficos Siete (Alphabet -Google-, Amazon, Apple, Meta -Facebook-, Microsoft, Nvidia y Tesla) han ganado la batalla y existen muchos riesgos pues las valoraciones son muy elevadas y descuentan un escenario muy favorable. En favor de estas valoraciones elevadas tenemos que argumentar que se están basando en una muy favorable evolución de los beneficios.
Las revoluciones generan crecimiento económico, aunque si las observamos en el corto plazo puede haber períodos de contracción porque la destrucción de los anteriores procesos productivos se salda con destrucción de empleo con la aparición de los que incorporan el avance tecnológico y puede que no haya dado tiempo a que aparezcan las nuevas necesidades. La segunda consecuencia de la revolución es la reducción de la inflación porque las empresas siempre entregan al consumidor en forma de precios más bajos el avance tecnológico, aunque la evidencia empírica solo se da en la primera Revolución Industrial.
En síntesis, la inteligencia artificial es una nueva revolución industrial que va a actuar como un tsunami porque va a afectar prácticamente a todas las verticales de la actividad económica. No va a suponer en
términos netos una destrucción de empleo pero sí una profunda transformación del mismo. Los frutos en la macroeconomía en el largo plazo van a ser un mayor crecimiento y una menor inflación. Bursátilmente se
ha materializado especialmente en subidas de pocos valores, lo cual tiene fundamentos desde la realidad de los beneficios como desde los requerimientos estratégicos, pero todavía es pronto para pronunciarse.
* Enrique Marazuela es CFA, CAd y Director Asuntos Económicos de la Universidad Pontificia Comillas y past president de CFA Society Spain.
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