El ahorrador debe venir educado desde el colegio y el instituto

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Cada vez que, como hace pocas jornadas, se celebra el Día de la Educación Financiera, lanzo la misma proclama: para ser realmente efectiva, la Educación Financiera debería ser una asignatura obligatoria desde colegios e institutos, pues su importancia me parece comparable a las de la Matemática, la Historia y la Filosofía. 

Ya sé que es clamar en el desierto de un país en el que compiten diecisiete autonomías a ver cuál desertiza más en la educación de sus hijos: hay algunos políticos que se ofenden por las imprescindibles clases de Educación Sexual (“sacad las manos de nuestros niños”, clamó un diputado ultraderechista, quizás olvidando quiénes han puesto más las manos sobre los colegiales); otros piensan que hacer obligatoria la asignatura de Religión genera más adictos a la Iglesia Católica (cuando en realidad los espanta), o algunos otros distorsionan la Historia como si sólo existiera, desde siempre jamás, su pequeño terruño, mientras privan a los alumnos de estudiar en el idioma de 580 millones de hispanohablantes.

Con este barullo educativo, movido por políticos ineptos que piensan que al votante se le moldea desde el pupitre, pretender que la Educación Financiera se convierta en una asignatura realmente con peso en toda la trayectoria formativa previa a la universidad suena, desde luego, a utopía. Seguro que alguna autonomía ultra-mega-liberal-te-lo-juro-por-Lacoste pretendería arrojar a los niños a las fauces comerciales para que inviertan en lo primero que les ofrezca la sacrosanta entidad de turno o el último criptogurú, mientras que otras querrían que esa asignatura fuera una proclama contra los fondos de inversión, los planes de pensiones, la Bolsa y todo eso que llaman MERCADO con el mismo tono que emplearían para hablar del siniestro IMPERIO de Darth Vader. Vale, quizás esté exagerando un poco, aunque me temo que en este como en tantos otros asuntos la estúpida realidad acaba superando a la ficción.

Mientras tanto, son de celebrar los esfuerzos de Inverco, la organización que agrupa a las entidades de gestión de fondos de inversión y planes de pensiones, por analizar cómo está la educación financiera entre los clientes de las mismas. Aunque es una pena comprobar que, durante años, los ahorradores e inversores llegan al estadio final de su camino, es decir, al momento de invertir, sin tener conocimientos básicos que deberían haber recibido mucho antes. Pero algo es algo y el informe de Inverco muestra que las entidades siguen implicadas en el esfuerzo por mejorar la educación financiera de sus clientes. Por cuarto año consecutivo, Inverco analiza las iniciativas realizadas por las gestoras, así como sus actuaciones solidarias, para fomentar los conocimientos de los inversores. Este informe ilustra que ocho de cada diez gestoras (el año anterior eran nueve de cada diez) han realizado al menos una iniciativa de educación financiera y que el 60% de las entidades encuestadas han escogido los webinars (el año pasado el porcentaje fue del 71) como vehículo preferido para impulsar la educación financiera, por delante de los talleres en colegios (50%) y la publicación de estudios y artículos (45%).

Es magnífico que las gestoras mantengan su compromiso con la educación financiera, aunque, bien mirado, es como si los fabricantes de automóviles tuvieran que ocuparse de que sus clientes supieran conducir. Una cosa es asesorar y aconsejar, pero otra muy diferente es educar en los principios básicos y en el manejo de cualquier producto, sea este un automóvil, un monopatín (manejado en ocasiones por indocumentados que ignoran las normas básicas de circulación), un móvil (habría que enseñar también en los colegios que es de mala educación usarlo sin auriculares en sitios públicos, por ejemplo) o, por supuesto, un producto financiero.

Dejemos de pelearnos por las clases de religión, por las de cada pequeña historia (con deliberadas minúsculas) autonómica o por la de meter a capón (como hacía Franco o aún hacen los ultraortodoxos de cualquier credo) un catecismo que espanta por su rigor o un idioma que bloquea a los demás. Todas esas disputas no aportarán nada al desarrollo de la persona. Pero conocer, desde chavales, el funcionamiento de los mercados y de los productos financieros seguro que, por lo menos, evita al ciudadano cometer errores y comprometer el futuro de su patrimonio y de su seguridad económica.