El tonto de Fráncfort

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Todos los años, con regularidad y puntualidad germánica, aparecía por allí “el tonto de Fráncfort”, un estirado alemán que, con los aires de superioridad que te da jugarse un motón de dinero que no es tuyo, entraba a paso de marcha en las oficinas centrales neoyorquinas de aquel gran banco americano.

Los empleados de tan magna institución bancaria (más o menos del tamaño de la que quebraría pocos años después) le dedicaban al alemán tan cariñoso apelativo porque, además de estirado, era un auténtico primo. Pero no primo de nadie que se supiera, sino primo en el concepto que ustedes se imaginan. Porque llegaba con el mentón bien alto y, con su afilada y carísima pluma, firmaba la compra de todo lo que el banco americano le ponía por delante, que en aquellos tiempos consistía básicamente en esos complejos productos estructurados, hasta arriba de basura “subprime”. Los mismos engendros que en 2008 provocaron la mayor crisis histórica del sistema financiero mundial, una cuasi extinción que, por ejemplo, en España se llevó por delante a la mitad de la banca: a las cajas de ahorro y algún otro banco muy popular. Y que por cierto también dejó muy tocada a la gran banca alemana y, particularmente, a su propio sistema de cajas de ahorro, que el gobierno de Merkel acabó rescatando con sigilo.

“El tonto de Fráncfort”, como ya se habrán imaginado, representaba a un gran banco internacional cuya sede central, unas espectaculares torres gemelas, se sitúan en la ciudad alemana cuna de Goethe que también acoge a la sede del Banco Central Europeo y del banco central germano, ese mismo Bundesbank predicador del rigor para los demás (especialmente para los países del sur de Europa y para la política monetaria del BCE), pero aparentemente incapaz –incluso hasta ahora mismo– de supervisar con rigor a los bancos de su propio país.

Ese tonto que llegaba directamente desde las orillas del frío río Meno (Frankfurt am Main, se llama la ciudad en alemán), invertía despreocupadamente, y sin saber lo que compraba, el dinero de miles de clientes del Deutschebank. Ya se sabe que Alemania ha sido históricamente un país con grandes excedentes comerciales y presupuestarios (al menos después de que el resto de Europa le permitiera acumular masivos déficits para pagar su reunificación, favor que nunca nos devolvieron, ya que exigieron después grandes ajustes a los países deficitarios). Un país con ciudadanos muy ahorradores y previsores, que henchían con sus depósitos las arcas de sus grandes bancos. Era obvio, por tanto, que “el tonto de Fráncfort” tenía abundante liquidez para hacer con ella todas las estupideces indocumentadas que hicieron tantos otros malos banqueros y que nos llevaron a la crisis “subprime”… y también a la reciente, que en algo se parece en aquella: en la mala gestión de tiempos de dinero fácil y barato.

La anécdota del tonto germano me la contó, justo en los años en que el sistema se tambaleaba, un buen amigo que, como dijo José Martí tras viajar a Estados Unidos, había visto “las entrañas al monstruo”. Igual que el intelectual y revolucionario cubano (fallecido hace ahora 128 años) vio las tripas de lo que pronto se convertiría en una gran potencia mundial, mi amigo vio las entrañas de la gran banca norteamericana, tras pasar bastante tiempo trabajando en las sedes neoyorquinas y londinenses de algunas de sus mayores firmas. Y vio absolutamente de todo en aquellos días de vino y rosas, en los que muchos tontos como el de Fráncfort y muchos listos como los que esparcieron las “subprime” por el planeta sembraron la semilla venenosa de la crisis financiera que luego nos intoxicó a todos. Por cierto que mi amigo acabó tan asqueado que acabó pidiendo la liquidación, abandonó el sector, volvió a casa y desde entonces se dedica a menesteres más saludables.

¿Sorprende tanto que ahora el sistema y los mercados vuelvan a temblar cuando comienzan a caer bancos en la tecnológica y moderna California, en la Suiza otrora prestigiosa cuna de banqueros, o en esa Alemania idolatrado templo del rigor financiero? Como dije aquí mismo hace un par de semanas, cuando estalló el escándalo del Sillicon Valley y del Credit Suisse, lo cierto es que habrá muchos banqueros buenos y rigurosos, pero a la vista de tanta oveja negra, no hay más remedio que poner a todo el sector en cuarentena y, por ende, apartarse de los fondos de inversión sobrecargados de valores financieros. Puede ser el momento de vender para aprovechar fiscalmente las minusvalías y trasladar el dinero a otros productos menos comprometidos con potenciales tontos como el de Fráncfort, los mismos especímenes que al final dejan cara de tontos a sus clientes y, sobre todo, a sus reguladores, aunque sean sus propios vecinos a orillas del Meno. Los mismos reguladores que cuando cayeron los bancos californianos y suizos se hartaron a repetir que la banca europea estaba a salvo de contagio. Los mismos que han dejado que un banco con un largo historial de desmanes, como el Deutschebank, sea el siguiente en la lista que ha hecho temblar otra vez a los mercados, a la economía, a la Fed y al BCE, que además parecen ignorar que, históricamente, las crisis bancarias han sido deflacionistas (los depositantes quieren recuperar su dinero para ponerlo a buen recaudo, no para gastarlo alegremente) y negativas para el crecimiento, por lo cual quizás habría que plantearse si de verdad hay que seguir subiendo los tipos oficiales para atajar una inflación que, entre otras cosas gracias a los pufos bancarios, se puede desinflamar solita.