Haz el amor y no la guerra… también en los mercados

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Al agruparse en fondos de inversión, el inversor evita operar como un explorador solitario e indefenso antes grandes riesgos, sobre todo cuando el mercado se convierte en una jungla sin ley repleta de tribus belicosas. Como ocurrió durante la última semana de enero, cuando Wall Street tembló como resultado de la guerra entre los siempre voraces “hedge funds” bajistas y esos nuevos y feroces depredadores tribales, súbitamente concentrados en foros de movimientos imprevisibles… pero previsiblemente teledirigidos.

A finales de enero, durante los mismos días del enfrentamiento entre estas dos tribus, los “hedge funds” y los foreros, leo en la prensa los efectos de una “guerra civil entre chimpancés” (“El País”, 30 de enero). Según la crónica, es frecuente que estos grandes simios, tan parecidos a nosotros, luchen y se maten entre ellos cuando las comunidades se hacen demasiado grandes y se dividen en bandos enfrentados, cuyo objetivo es quedarse con los árboles de frutos más abundantes y sabrosos. Un poco lo mismo que se ve en la genial obra de Stanley Kubrick “2001, una odisea del espacio”, cuya primera secuencia muestra a dos grupos de primates luchando por una charca de agua. Algo también parecido a lo que vemos en los rancios nacionalismos e independentismos que rebrotan por doquier, cuando un grupo cualquiera quiere levantar otro muro u otra frontera (como si no hubiera ya demasiadas) para que nadie entre en su paraíso, casi siempre imaginario, insolidario y, además, si fuera posible, fiscal. 

No quiero rebajar (o elevar, según se mire) a la categoría de chimpancés a las dos corrientes enfrentadas para hacer bajar o subir la cotización de empresas languidecientes, como la tienda de videojuegos GameStop o la cadena de cines AMC. Pero estos dos bandos han protagonizado en los mercados una especie de “guerra civil” muy parecida a la de los feroces simios de la selva. Y esto, que el mercado se convierta en una jungla, es lo que menos conviene a los inversores serios.

Ya sabemos que las “manos fuertes”, los algoritmos, los robots, etcétera, etcétera, etcétera, mueven con frecuencia –y a veces con violencia– las cotizaciones, para desesperación del inversor particular, sobre todo si este último va por libre y se adentra en la selva sin escolta ni provisiones. Que es justamente lo que proporcionan los fondos de inversión: como dice el famoso himno futbolístico, con un fondo “nunca caminarás solo”.

Las habituales ofensivas bajistas de ciertos “hedge funds” deberían vigilarse mucho más de lo que los reguladores han hecho hasta ahora. Una cosa es que una compañía se agoste en Bolsa por sus malos resultados y sus escasas perspectivas de supervivencia, y otra muy diferente es que determinadas estrategias aceleren su muerte y, además, se aprovechen al máximo de la carroña resultante. Pero también deberían ser vigilados, a partir de ahora, los movimientos contrarios: que un foro con millones de seguidores apueste desaforadamente por calentar una cotización desahuciada es también una burda manipulación de mercado. Y que nadie alardee de las masivas ganancias cosechadas por los pequeños inversores rebeldes. Entre otras cosas porque ya vemos la dificultad de materializarlas cuando millones de foreros se ponen a vender aceleradamente las mismas acciones heridas de muerte que se empeñaron en resucitar de un modo artificial.

Igual que el populismo hace mucho daño a la política y a la sociedad, esta suerte de populismo pseudo inversor puede dañar mucho a los mercados y a los inversores de verdad, los que rechazan que las Bolsas se conviertan en una jungla. Los intentos de las tribus de foreros han llegado incluso a la estrecha Bolsa española, hasta el punto de que la CNMV ha tenido que recordar que cualquier intento de manipular los mercados es delito. Otra cosa es que se pueda demostrar de dónde parte, de verdad, esa manipulación. Y harían bien los reguladores (como ya están haciendo los estadounidenses) en sentarse a estudiar este fenómeno y quizás en atreverse a legislar sobre uno anterior: las estrategias descaradamente bajistas de ciertos “hedge funds”. Una cosa es cubrirse con derivados ante la previsible caída de una cotización y otra, muy diferente, es acelerar ese desplome con el único objetivo de sacar partido de él. Eso, señores, no es mercado, no es oferta y demanda. Siempre he pensado que es manipular de un modo descarado las fuerzas de la oferta y la demanda.

Y que nadie se piense –como se ha podido leer en algunos titulares durante la última guerrilla en Wall Street– que esto ha sido una “rebelión” de los pequeños inversores contra los fondos bajistas. Porque tampoco me creo lo de las “rebeliones populares”. Estoy convencido de que también hay manos fuertes, además de negras, que agitan movimientos como el desencadenado por los foros de pequeños inversores en Estados Unidos. Y no me refiero sólo a que un individuo como Elon Musk haya decidido ponerse también el disfraz de Robin Hood. No creo que ahora regale un coche eléctrico a cada pequeño inversor tribal que se haya arruinado en su estéril guerrilla alcista.

Este populismo bursátil me recuerda al político y a fenómenos como los referéndums mal utilizados: numerosos politólogos coinciden al afirmar que estas consultas populares, en las que grandes temas se pueden decir por un margen estrecho (con el 51% ganas y que se aguante el otro 49%) son, en realidad, escasamente democráticas. Porque, entre otras razones, las cuestiones transcendentales no pueden decirse en un cara o cruz, en una pugna entre blanco o negro, sin capacidad de apostar por la multitud de grises. El resultado final es fácil de manipular a base de agitar los bajos instintos, la antipolítica y la desinformación, algo muy frecuente en la era de las redes sociales y las noticias falsas. Que se lo digan al 51 por ciento de británicos engañados para dispararse en el pie al aprobar el Brexit, o a los más de 70 millones de votantes estadounidenses que han seguido apoyando, en una especie de elecciones plebiscitarias, a un sujeto corrupto, mentiroso, ignorante y disfuncional, que ha acabado pisoteando los fundamentos de la democracia americana.

Adentrémonos en el mercado de un modo pacífico, estratégico y organizado, sin asaltos al capitolio del mercado. Y, para mayor seguridad, hagámoslo de la mano de un fondo de inversión bien gestionado y con resultados probados en el tiempo. Lo peor que podemos hacer es entrar en la jungla como una tribu de primates empeñados en enfrentarse, cueste lo que cueste, a otras especies igual de inquietantes y a veces del tamaño de King Kong. Porque, puestos a hacer el mono, siempre será preferible el estilo de otros de nuestros primos, los bonobos, que (y cito textualmente la mencionada crónica sobre las “guerras civiles” entre chimpancés) “viven en un plácido matriarcado en el que los conflictos se resuelven con encuentros sexuales”. Ya se sabe: haz el amor y no la guerra. También en los mercados.