Inteligencia no sólo artificial

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) |  “Inteligencia artificial” fue declarada el término más notable del castellano el año pasado. Y es sin duda la tecnología con mayor futuro. También para el inversor. Pero no nos dejemos arrastrar por un modelo de inteligencia artificial que, a la postre, nos haga más tontos. Nunca permitamos que desplace o incluso sustituya a la inteligencia natural del ser humano. Sobre todo en temas como la gestión de nuestras carteras de fondos de inversión.

“–¿Y no trabajas? (…)

–Ya sabes cómo es el trabajo hoy en día. Tienen que desactivar robots para tener cosas que encargarnos y que pagarnos por hacer.”

Este diálogo, que pronto podría convertirse en realidad, es de la novela “Sinsonte”, una poco conocida joya de la ciencia ficción escrita en 1980 por el norteamericano Walter Tevis (1928-1986). En esta brillante y quizás premonitoria obra, se dice también:

“La invención de los robots fue motivada por un amor ciego hacia la tecnología que permitía tal invención. Fueron creados y puestos en manos de los hombres de igual modo que lo habían sido en antaño las armas que a punto estuvieron de destruir el mundo: como una ‘necesidad’ (…). Los robots habían sido un regalo para el mundo bajo la mentira de que nos librarían del trabajo pesado para que pudiéramos crecer y realizarnos interiormente. Alguien tuvo que odiar muchísimo la vida humana para cometer semejante pecado…”

Porque el resultado de la robotización masiva es que en el mundo futuro de “Sinsonte” la humanidad se atrofia por no saber hacer nada e incluso entra en un proceso de extinción (reproducirse no es una opción permitida). Todo queda en manos de robots que siguen funcionando como si tal cosa (la novela también anticipa el invento de una pila nuclear de energía inagotable, como ahora nos anuncian los avances en la fusión del átomo). Pero pocos humanos, atontados por drogas sintéticas que también fabrican los robos, se benefician de las masivas producciones automatizadas.

Los críticos con la tecnología más de moda y prometedora, la inteligencia artificial (IA), estarán preocupados por la posibilidad de que nos lleve a este escenario desolador. Sobre todo ante la evidencia de que muchas de las apuestas mil millonarias para el desarrollo de esta tecnología parecen más enfocadas a la pura y simple reducción de costes laborales que a la auténtica mejora de los productos y servicios ofrecidos a los consumidores. Y no estoy en contra de que los robots animados por inteligencia artificial nos liberen de trabajos pesados y arriesgados, o nos ayuden a optimizar cualquier proceso (incluso la gestión de patrimonios, como ya sucede en algunas de las entidades financieras más “tecno”), pero lo deseable sería que esos mismos robots cotizaran para mantener los sistemas de desempleo, pensiones y sanidad del creciente número de personas que pueden quedar ociosas gracias a ellos.

Otra cuestión inquietante es que algunos de los más llamativos avances de la IA hayan creado los famosos programas capaces de elaborar textos en respuesta a cualquier tipo de temática. Cierto que son aún rudimentarios, caen en numerosos errores y abusan de los generadores de términos, pero ya están aquí, evolucionarán y aprenderán a desplazar al modesto escritor humano. Incluso están ayudando a piratear cuentas bancarias, ya que los chorizos disponen ahora de textos mejor elaborados y sin tantos errores como hasta hace poco, cuando era relativamente fácil detectar un falso correo electrónico simplemente porque estaba pésimamente redactado. Así que pronto convendría exigir que, al menos en el delicado ámbito del asesoramiento financiero, las entidades incluyeran en sus comunicados una declaración de este tipo: “Garantizamos que los análisis y consejos de inversión publicados aquí no son generados por sistemas de inteligencia artificial, sino por la inteligencia humana y la experiencia de nuestros analistas, gestores y demás profesionales”. Otra posibilidad, que quizás habría que imponer mediante la legislación adecuada, es que cualquier texto generado por los famosos programas “escritores” llevara como advertencia previa, imposible de eliminar, un aviso de este estilo: “Este texto ha sido generado por el programa de IA xxxx, por lo que no debe ser confundido con un texto elaborado por un humano”. Ya sé que esto último es mucho pedir, pero así se acabarían las complicaciones, igual que se acabarían muchos problemas en las redes sociales si, para su uso, se exigiera lo mismo que para cualquier otra herramienta común, como la conducción de automóviles, el uso de armas de fuego, la elaboración de noticias en un medio de comunicación o la actividad de un médico: una correcta y adecuada identificación del usuario de la red, sea este individuo u empresa. Así se dificultaría la presencia de robots, de menores, de manipuladores profesionales o de cafres en las redes.

La declaración de que un texto no está elaborado por IA quizás también deberían publicarla pronto los medios de comunicación. Desde aquí nos anticipamos: que quede claro que nada en la revista GESTORES ni esta columna ha sido escrito por ningún programa listillo, sino por profesionales humanos. Un papel que ahora reforzamos. A partir de esta novena edición de GESTORES (recién editada junto al mensual de abril de la revista CONSEJEROS), publicamos una nueva sección en la que miembros de nuestro Consejo Editorial analizan algún tema relevante para el inversor. También recurrimos a la inteligencia natural en otra nueva sección dedicada a los ETFs o fondos cotizados, un producto en auge y que cada vez merece más espacio en una cartera bien diversificada.

Pero nunca podemos olvidar a la inteligencia artificial como temática de inversión, en este caso como parte del sector de los servicios sanitarios que protagoniza nuestra portada y los detalladísimos informes, en los que se analizan tanto grandes empresas cotizadas, como los fondos de inversión especializados en estos mismos servicios. Y algunos de estos fondos están precisamente volcados en compañías que desarrollan tecnologías sanitarias con fuerte contenido de IA.

Objetivo final: que la inteligencia artificial nos ayude a ser inversores más inteligentes, en vez de convertirnos en simples consumidores atontados y dependientes de consejos y análisis robotizados.