Les juro que esta columna no la ha escrito un robot

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Creo que, dentro de poco, los reguladores de los mercados deberían exigir que cualquier texto dirigido a los inversores incluya una declaración jurada como la del titular de esta columna. Si hace sólo unas semanas les prevenía contra el riesgo de dejarse aconsejar por esa plaga de “influencers” que prolifera en el mercado de los productos de inversión, ahora toca avisarles sobre el “Terminator” supuesto escritor/analista/comentarista que acaba de nacer.

¿Cuánto tardaremos en ver aparecer consejos y recomendaciones sobre fondos de inversión redactados por programas de inteligencia (supuesta) artificial (segura) como el recién presentado ChatGPT? Según sus creadores –de la empresa líder en inteligencia artificial OpenAI– este programa es capaz de responder a cualquier pregunta, y no solamente en inglés, sino también en la lengua de Cervantes. Quienes lo han probado aseguran que funciona y que responde con aparente solvencia y facilidad a cualquier cuestión que le plantees. Al parecer, procesa el idioma y el habla como si fuera un ser humano, imita nuestro lenguaje, da respuestas coherentes y sobre cualquier tema, aunque si profundizas quizás cae en la superficialidad e incluso en las invenciones. Dice muy bien lo que sabe, aunque en ocasiones no sepa lo que dice.

Aunque sus creadores lo han dejado en abierto y parece que en pocos días ha atraído a millones de usuarios, yo no lo he probado ni creo que nunca lo haga. Sería como traicionarme a mí mismo y a mis modestos oficios de escritor y periodista. También rechacé, a principios de este siglo XXI, dejar en abierto y gratis todos los contenidos de los medios en internet. Yo argumentaba que no se podía regalar algo tan valioso como la información y el análisis. Nadie me hizo caso y hasta me llamaron cavernícola. Y ya ven lo que pasa: que dos décadas después, cada vez más medios pugnan por volver a poner precio a sus contenidos on-line, ya que el maná de la publicidad que iba a pagarlo todo y a financiarlo todo se ha quedado básicamente en las redes, en las autopistas, mientras lo que circula por ellas se ha convertido ya en algo muy difícil de cobrar… y de valorar, visto que buena parte de lo que transita por internet es propaganda, noticias falsas, mentiras, idioteces, insultos y creaciones de los algoritmos.

Con este invento del ChatGPT le damos una vuelta de tuerca más a la posibilidad de publicar cualquier cosa, incluso cuestiones tan delicadas como recomendaciones, consejos o análisis sobre qué hacer con nuestros ahorros. Si los “influencers” y charlatanes infectan ya los contenidos financieros, ¿qué ocurrirá cuando cualquier listillo use ChatGPT para responder a preguntas cómo “dónde es mejor invertir ahora”, “cuál es el mejor fondo de renta variable internacional” o “cómo elijo un buen fondo especializado en energías renovables”? 

Me niego a hacer la prueba, a probar qué responderá ese sistema tan inteligente y tan artificial. Pero otros ya lo han hecho. El propio premio Nobel de Economía Paul Krugman señaló, en su artículo del pasado 11 de diciembre en El País, que uno de sus párrafos lo había escrito ese programa. Krugman no se mostró muy satisfecho con la respuesta, pero reconoció que, con sistemas como este, “no cabe duda de que muchos empleos vinculados a la economía del conocimiento puede ser sustituibles”.

Inversores y reguladores, pónganse en guardia. ¿Van a permitir que un robot listillo y capaz de imitar el lenguaje y las respuestas humanas les diga lo que hacer? Cierto, esto ya sucede en la medida en que los famosos algoritmos manipulan las tendencias de consumo e incluso de voto electoral. ¿Estamos aún a tiempo de evitarlo? Pregúnteselo a ese programilla, que seguro que no se moja y les da una respuesta tranquilizadora y en apariencia solvente. Yo, por mi parte, no pienso ni acercarme a él… no vaya a ser que me infecte con algo, o que incluso pueda ser abducido por él y acabe digitalizado como los personajes de Matrix o de ese otro invento inquietante llamado Metaverso.

Lo dicho: les juro que no soy un robot. Y espero no escribir nunca como uno de ellos.