Enrique García-Quismondo Hernáiz (The Conversation) | Las baterías son responsables de proporcionar la energía que necesitamos para nuestras vidas modernas y, en muchos aspectos, están moldeando el futuro de la movilidad sostenible. Sin embargo, existe un desafío significativo: la gestión de estas baterías a lo largo de toda su cadena de valor, desde la fabricación y uso hasta el adecuado tratamiento una vez que finalizan su vida útil.
¿Qué hacemos con las baterías usadas?
Con el uso, las baterías sufren el deterioro de sus electrodos. Sus elementos constituyentes no fueron inherentemente diseñados por la naturaleza para almacenar energía de manera ilimitada; eventualmente, tienden a transformarse en compuestos inactivos para su funcionamiento.
No obstante, cuando un dispositivo electrónico falla –no solo los teléfonos móviles y ordenadores, también los sistemas con electrónicas más sofisticadas alimentadas por baterías, como alarmas o luminarias de emergencia– no siempre se debe a un mal funcionamiento de las baterías.
A la hora de reparar un dispositivo electrónico, normalmente se da uno de estos dos casos:
- El dispositivo tiene desperfectos, pero la batería está en buenas condiciones.
- El dispositivo ya no funciona porque la batería no proporciona la potencia necesaria o dura muy poco.
En el primer caso, se suele retirar de circulación el dispositivo entero, la tablet, por ejemplo, y la batería se podría usar para alimentar el mismo tipo de dispositivo de nueva fabricación. De esta manera evitamos que las baterías lleguen al vertedero.
En el segundo caso, uno puede cambiar la batería por una nueva y seguir utilizando el dispositivo. Así prolongamos su vida y además reducimos la basura electrónica. Si la batería gastada que retiramos tiene solo una ligera pérdida de capacidad puede servir para un segundo uso. Como batería de segunda mano, podría utilizarse como una power bank o batería portátil como las que se usan para extender la capacidad de los móviles, o para alimentar de electricidad algún pequeño dispositivo. Si no le quedase nada de capacidad, habría que abordar aspectos de reciclaje.
En la segunda vida de las baterías, desempeñan un papel importante las de los coches eléctricos, pues son packs con decenas o múltiples pequeñas baterías. Si no se han degradado demasiado, existen muchas aplicaciones en las que almacenar una cantidad muy considerable de energía proveniente de esas baterías. Estas tendrán menor coste, al ser de segundo uso, y muchísima capacidad, porque las baterías de los vehículos eléctricos se descartan cuando han perdido relativamente poca capacidad, ya que los usuarios somos muy demandantes de rango de autonomía.
Conciencia ambiental y social
En un mundo cada vez más consciente del medio ambiente, los consumidores exigen cada vez más dispositivos que respeten el entorno y que sean económicos a largo plazo. La eficiencia energética y la durabilidad de una batería son factores clave, ya que no solo reducen los desechos electrónicos, sino que también ahorran dinero. Pero pronto los consumidores van a desear saber también cuánta energía se utilizó en la fabricación de los dispositivos que compran y cuánta proviene de fuentes renovables.
Si bien este enfoque aún está en desarrollo, la idea es clara: crear un registro completo de la vida de una batería, una documentación o un “pasaporte”, para una gestión más eficaz y sostenible. Esto se extiende también a la incipiente industria de la producción de baterías para vehículos eléctricos, donde se espera que los packs de baterías sean diseñados para que puedan seguir utilizándose después de que empiecen a perder capacidad. Si un vehículo eléctrico cuenta con baterías de aproximadamente 70 kWh, al llegar al final de su vida útil aún podría disponer de alrededor de 56 kWh. Esta cantidad es suficiente para suministrar energía diaria a 10 hogares.
Sin embargo, la implantación de estas políticas supone un desafío considerable, ya que implica la necesidad de coordinar diversos sectores. Esto incluye a fabricantes de baterías y dispositivos electrónicos, fabricantes de automóviles y talleres de reparación de equipos electrónicos. Específicamente en el ámbito de los fabricantes de baterías y de vehículos eléctricos, se enfrentan a desafíos relacionados con la puesta en común de información que a menudo se enreda en disputas de propiedad intelectual.
Las nuevas regulaciones de la UE
Por eso, la Unión Europea ha dado un paso crucial en la promoción de la economía circular con la introducción de nuevas regulaciones para las baterías utilizadas en la movilidad eléctrica y los dispositivos móvile
Así, a partir del 20 de junio de 2025, las baterías en dispositivos móviles y tabletas deberán mostrar información sobre su eficiencia energética, durabilidad, resistencia al agua y al polvo y capacidad de resistencia a caídas accidentales. Esta es la primera vez que un producto comercializado en el mercado de la UE deberá mostrar una etiqueta, que de forma esquemática podría ser como las de los frigoríficos, con una puntuación de ecodiseño que mida la facilidad para su reparación.
Entre los requisitos más notables, la duración de las baterías debe concebirse de manera que sean capaces de soportar al menos 800 ciclos de carga y descarga, manteniendo el 80 % de su capacidad inicial.
También se imponen normas sobre desmontaje y reparación, con obligaciones para los fabricantes de diseñar los dispositivos para que se puedan quitar las baterías con herramientas normales sin dañar el producto y proporcionar instrucciones para su retirada segura. Además, deben proporcionar piezas de repuesto rápidamente y durante siete años después de la venta del producto.
Menos residuos y demanda de materias primas
En cuanto a las baterías de los vehículos eléctricos, a partir del 1 de febrero de 2027 deberán incluir una etiqueta o “pasaporte de sostenibilidad”. Este documento proporcionará una visión completa del ciclo de vida de la batería, desde su duración esperada hasta detalles sobre el origen de los elementos que la conforman y la cantidad de los mismos, así como detalles sobre la producción y la disponibilidad de piezas de repuesto.
En cuanto a su reciclaje, la regulación establece los niveles mínimos de materiales recuperados de residuos de baterías para diversos plazos temporales, así como los niveles mínimos de contenido reciclado a partir de residuos de fabricación y de consumo para su uso en baterías nuevas.
Ampliar la duración de las baterías y promover su arreglo no solo reduce la necesidad de producir nuevas baterías con tanta frecuencia, sino que también disminuye la demanda de materias primas y la generación de residuos electrónicos. Se persigue que las baterías no acaben en vertederos, que duren y que sea sencillo manipularlas para su reciclaje o su reutilización.
A medida que avanzamos hacia un futuro más limpio y sostenible, la forma en que manejamos nuestras baterías desempeñará un papel fundamental en la creación de un mundo más verde.