Intervencionismo de zapatilla. El ala morada del Gobierno ha iniciado una ofensiva contra las empresas de más éxito.

JP Marín Arrese | «Ni existen auténticos servicios sociales que giren visitas regulares a las familias en apuros ni se otorgan los apoyos a los más necesitados. Qué Cáritas o la Cruz Roja suplan la labor de los poderes públicos constituye todo un síntoma de dejadez. Todo se reduce a pura demagogia, cuando no a ideas de bombero. Todo menos tratar de abordar los problemas. Parecen preferir las colas del hambre que entregar bonos para la adquisición de productos de primera necesidad, como se practica en un país de capitalismo tan descarnado como los EEUU».

No es de extrañar que en vísperas electorales las coaliciones de gobierno se resquebrajen para marcar cada socio distancias con sus hasta ayer aliados en un intento de mejorar los resultados en los comicios. Lo que sorprende en nuestro país es el deliberado propósito de tirarse los trastos en público pretendiendo al tiempo no bajarse del coche oficial. Que Podemos adopte esta estrategia para disimular su ineptitud, a modo de huida hacia delante, resulta comprensible. Que el capitán de ese barco a la deriva se empeñe en mantener a bordo a esa tripulación en abierta rebeldía, sólo puede entenderse por mero cálculo político. Con encuestas abiertamente desfavorables, su única tabla de salvación para perpetuase en el poder reside en seguir aunando el apoyo de esa pléyade de partidos antisistema o separatistas que le sostienen. Se necesitan mutuamente para frenar el previsible ascenso de la Oposición.

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