Fondos en materias primas: el crudo, acosado por la ola verde

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | El progresivo despertar económico calienta el mercado mundial de materias primas, cuyos precios, por primera vez en mucho tiempo, están subiendo más que la renta variable en general. Pero no es lo mismo hablar de materias primas como las agrícolas y los metales industriales –claramente favorecidas por un incipiente ciclo alcista de las economías–, que del siempre inestable petróleo, cuya industria además cada vez está más vetada en las carteras de fondos de inversión que apuestan decididamente por la descarbonización.

Un mega barco atasca durante seis días el canal de Suez; una guerrilla islámica paraliza un gran proyecto de gas licuado en Mozambique… Son sólo dos de las noticias recientes que han provocado tensiones en las materias primas energéticas. Pero no hay que retroceder mucho en el tiempo para ver sobresaltos similares, casi siempre relacionados con las tensiones geopolíticas, con las continuas guerras y guerrillas en torno al oro negro.

Unas tensiones que se han amortiguado durante el largo año de pandemia que arrastramos. Pero 2020 arrancaba con la alocada decisión de Donald Trump de asesinar al general iraní Soleimani (responsable también de múltiples fechorías) y de amenazar nada menos que a 52 potenciales objetivos iraníes, en represalia contra el régimen persa y su lanzamiento de misiles, el 7 de enero, sobre bases iraquíes en las que había tropas americanas. La subida en los precios del crudo fue inmediata, pero de apenas el 5 por ciento (mucho menos de la registrada por el reciente atasco de barcos en Suez). Sin embargo, meses antes se habían incrementado de golpe un 20 por ciento, cuando un enjambre de drones, auténticos “terminators” volantes, atacaron el 14 de septiembre la instalación de la petrolera saudí Aramco en Abqaiq. Que la mayor planta de procesamiento de crudo de todo el mundo sufriera una brusca interrupción de sus operaciones (por ella pasan dos tercios de los diez millones de barriles diarios que produce Aramco) dio mucho que pensar a los gestores de fondos que invierten en el sector.

El resultado de estas escaramuzas fue que el petróleo comenzó el año pasado sobre los 70 dólares por barril, unos diez por encima de las previsiones para el ejercicio. Pero luego llegó la pandemia, que provocó un descenso del 20 por ciento en la demanda de crudo durante el año. Aunque se espera una recuperación del 10 por ciento en la demanda durante 2021, está claro que el oro negro no volverá a calentarse tanto como en los viejos buenos tiempos del sector. Todavía en 2019, el 80 por ciento de la demanda energética se nutría de los combustibles fósiles. Y una cierta recuperación económica volverá a tirar de ella este año, hasta el punto de que los pronósticos para el precio del barril de petróleo oscilan entre los 50 y los 80 dólares. La gran amplitud de esta horquilla ilustra que, como de costumbre, la volatilidad del crudo está asegurada. Los precios del barril ya se han duplicado desde finales de octubre, para alcanzar los niveles anteriores a la Covid, y eso sin necesidad de tensiones políticas, simplemente por la reactivación económica y de la demanda.

Es algo que afecta, en general, a todas las materias primas y que se une el temor a una mayor inflación, a la falta de inversión reciente para incrementar o siquiera mantener las producciones y, por supuesto, a un dólar más bajo (y que seguirá así mientras la Reserva Federal americana continúe regando de liquidez el mercado).

Sin embargo, aunque todos estos factores seguirán empujando a las materias primas agrícolas y a los metales industriales (los preciosos como el oro y la plata juegan en otra liga y dependerán más del factor inflación), el petróleo arrastra un lastre más grande que el que bloqueó el mega barco en Suez: la apuesta decidida por la descarbonización de las economías… y de las carteras de los fondos de inversión.

El auge de las energías alternativas es un hecho imparable. Algo que se analiza detalladamente en la próxima edición de la revista GESTORES (de inminente publicación junto al mensual CONSEJEROS de abril). Como señala nuestro analista Alejandro Scherk, “estudios recientes estiman que entre 2020 y 2050 la demanda de este tipo de energías se multiplicará por cinco, entre otros factores por el crecimiento de la demanda eléctrica, el giro de la misma hacia fuentes renovables, el efecto sustitución el aumento de precios y la mejora tecnológica. Si se cumplen estas previsiones, ¡el crecimiento anual compuesto será del 12% durante treinta años!”.

El desplazamiento de los combustibles fósiles, como parte del esfuerzo mundial por frenar el cambio climático, pesará como una losa sobre las cotizaciones del crudo y sobre las valoraciones bursátiles de las compañías petroleras, o incluso sobre las energéticas que no aceleren su mutación al “verde”. Y eso lo potenciarán aún más las propias gestoras de fondos, cada vez más proclives a comercializar gamas de fondos de idéntico color, y cada vez más tendentes a expulsar de las carteras no sólo a todas las empresas relacionadas con el oro negro, sino también a las que no refuercen los objetivos medioambientales en sus políticas de gestión.

Resultado: el precio de las materias primas energéticas no sólo sufrirá continuas presiones a la baja, sino también efectos contrarios ocasionales, es decir, elevada volatilidad, cuando cada vez más factores geopolíticos (el eufemismo utilizado para hablar de las guerras y guerrillas del petróleo) tensen puntualmente la cotización del barril con el evidente objetivo de contrarrestar, aunque sea a base de bombas y misiles, la imparable pendiente bajista de los combustibles fósiles.

El inversor en fondos de renta variable hará bien en examinar las carteras de sus productos y, con calma, debería tomar cada vez más distancia de las que sigan apostando por cualquier cosa relacionada con los combustibles fósiles. Aunque la recuperación de la demanda post-covid los anime, sus perspectivas a medio y largo plazo son negras como el petróleo… sin olvidar la volatilidad a las que las someterá cualquier alocado ataque con drones o cualquier imprevisible acto terrorista. Operaciones que, bajo aparentes objetivos políticos, tendrán el objetivo de siempre: sobrecalentar temporalmente el precio del barril.