Un cripto cuento real y con moraleja para el inversor

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Érase una vez una cabaña en la que vivían siete enanitos mineros. En realidad, la cabaña era una empresa radicada en Bahamas, los enanitos no eran realmente enanitos, no importa que fueran siete o quizás menos y ni siquiera trabajaban en una mina de verdad, sino que se dedicaban a la minería de criptomonedas. Pero eran tan hábiles que fueron capaces de encontrar la tan ansiada piedra filosofal, es decir, el modo de convertir en dinero, en dólares o en euros, algo que ellos fabricaban de la nada. Si aún está tentado por la especulación en criptos, no se pierda la moraleja de este cuento. Le garantizo que es una historia real y que seguro que habrá muchas otras parecidas.

Desde su mina en un paraíso fiscal, y dotados de todas las tecnologías necesarias, como las relacionadas con la famosa cadena de bloques (ignoro el motivo de que no hayamos traducido desde el principio algo tan fácilmente traducible como “blockchain”), estos enanitos (no por su tamaño, sino por su anonimato) lograron fabricar de la nada la enésima cripto, que se sumaba a las 8.500 ya existentes (cuando acaben de leer ustedes este cuento quizás ya sean 9.000 o 10.000). Como no quiero hacer publicidad innecesaria, supongamos que esta nueva calderilla virtual se llama chunguicoin (me gustaba más llamarlo cococoin, por aquello del paraíso fiscal, pero resulta que ese nombre ya lo tiene otra cripto que circula por ahí).

Los mineros se hartaron a fabricar chunguicoins. Como no necesitaban esmerarse mucho, su nueva calderilla ni siquiera era convertible en dólares, euros o cualquier otra divisa de verdad, pero sí te la admitían para comprar con ella bitcoins. Así que, ni cortos ni perezosos y entonando aquello de “aihó, ahió, cantando a trabajar”, se liaron a comprar bitcoins con sus chunguicoins recién creados de la nada. Como eran tan laboriosos, colaboraron en buena medida al calentamiento alcista del bitcoin, pero les daba lo mismo, porque si hacían falta cada vez más chunguicoins para convertirlos en la cripto más famosa, sacaba más de su mina virtual y asunto resuelto. Imagínese pagar en el supermercado con euros falsos impresos por usted mismo en su impresora doméstica. Pues casi igual.

El siguiente paso era algo más complicado: había que convertir los bitcoins en dólares para que su piedra filosofal, el chunguicoin, acabara convertido en riqueza de verdad, contante y sonante, esa con la que puedes comprarte un descapotable o un yate. Para llegar a esta verdadera riqueza, como hay muchos túneles mineros secretos –o al menos ocultos al fisco– que enlazan los múltiples paraísos fiscales entre ellos y también con los no paraísos, crearon unas cuantas empresillas para ir dando el pase a esos bitcoin y a esos dólares sin que nadie pudiera descubrir que el dinero de verdad acababa de nuevo en manos de los enanitos, los mismos que lo habían conseguido a cambio de chunguicoins que no valdrían ni para cambiarlos por cromos de futbolistas en el Rastro (donde opera gente seria y no mineros de pacotilla).

Como es lógico, a estos mineros nos les preocupaba en absoluto que sujetos como Elon Musk o similares calentaran o enfriaran a capricho el bitcoin. Si bajaba de golpe, dejaban de convertir los suyos en dólares y aprovechaban para comprar más bitcoins con sus chunguicoins. Si subía de golpe, se apresuraban a convertir sus bitcoin en dólares. Pero si no podían venderlos antes de una recaída de la cripto, tampoco les importaba: vendieran sus bitcoins al precio que fuera, ellos siempre ganaban dólares de los buenos; total, habían comprado esos bitcoins a cambio de chunguicoins que no valían para nada más. Lo dicho: la piedra filosofal… al menos hasta que las autoridades monetarias y fiscales de todo el mundo tomen medidas (China ya lo ha hecho y no será el último Estado que lo haga) y toda esta calderilla virtual quede relegada a refugio de dinero negro de delincuentes que lo utilicen para sus propios intercambios.

De este cuento que no es un cuento, sino una historia real que sin duda no ha terminado y no es la única de este tipo, se puede extraer una moraleja: usted puede ganar o perder dólares o euros si especula con criptos, pero hay por ahí muchos mineros enanitos que, sin gastarse nada más que lo imprescindible para montar su paradisiaca mina en las Bahamas, y sin jugarse ni un euro ni un dólar de verdad en la compraventa de bitcoins, están haciendo negocio, están sacando dinero de la nada. Bueno, de la nada no: lo están sacando del incauto que antes lo puso ahí.

Y de la posibilidad de un apagón o pirateo masivo que funda este cripto mercado cuando llegue la bruja con la manzana envenenada, hablaremos en otro cuento… de terror.