Fernando González Urbaneja | «El ‘NO ES NO’ de Pedro Sánchez al PP caracteriza este periodo. Un ‘NO’ ratificado por el PP de Pablo Casado, que hizo de la crítica y el desgaste de Sánchez su objetivo principal. La huida de la centralidad caracteriza la política española de estos últimos años, debilitando a los partidos centrales, que se ven sometidos a la fuerza de la aritmética para componer mayorías inestables con alianzas con los extremos, incluidos grupos antisistema, antieuropeos, localistas y ultras».
La estabilidad política e institucional española ha sido uno de los activos de la etapa constitucional durante el último cuarto del siglo XX y la dos primeras década del XXI. Los partidos de gobierno (UCD, PSOE, PP) se instalaron en una centralidad a la europea (la aspiración fundamental de los españoles del siglo XX no fue otra que ser europeos de pleno derecho) que les permitía consensuar los asuntos importantes y confrontar sin quebrantos en lo demás. La mayor parte de las leyes, muchas leyes, puestas en vigor durante ese período con carácter democrático y europeo, gozaron de amplio consenso; donde no lo hubo, por ejemplo, en la política educativa (ocho leyes básicas a lo largo de medio siglo) los resultados han ido de mediocres a malos.
LE QUITABAN EL SUEÑO ANTES
La centralidad entró en crisis a partir del 2015 con la aparición de nuevos partidos decididos a sustituir a los incumbentes que fracasaron en la gestión de la crisis del 2008-12 con el resultado de una pérdida de votantes. La suma de ambos partidos de gobierno pasó de casi el 80% de 1977 a 2016 a apenas el 50% desde esa fecha. Así acabó un bipartidismo imperfecto con dos partidos que se sucedían en el gobierno con más que razonable aceptación de las derrotas. La pérdida de votos de los partidos de referencia puso punto final a gobiernos monocolores (doce durante casi 50 años) con mayorías suficientes, absolutas en algunos casos y en minoría en otros.
