Europa y China: una guerra no tan silenciosa

Relaciones comerciales entre China y Europa

Intermoney | En la última década, el comercio entre la Unión Europea y China no ha dejado de crecer. La UE sigue siendo el primer socio comercial de China, mientras que China es el segundo de la UE. Sin embargo, recientemente hemos asistido a un deterioro de las relaciones con innumerables disputas que han tensionado las relaciones. Entre la extensa lista de puntos de fricción, que van desde los ciberataques contra organismos estatales a las violaciones de los derechos humanos, han destacado la asociación sin límites de Pekín con Moscú y los desequilibrios comerciales causados por el exceso de capacidad industrial. Ahora, con EEUU generando presión comercial sobre ambas económicas, es necesario un mayor entendimiento entre ambas.

Con la vuelta de Trump a la Casa Blanca y desenfundado el viejo arma de los aranceles, las tensiones entre las principales potencias no han dejado de generar ruido. El orden geopolítico y económico, que ya ha venido alterándose en los últimos años, se ha agitado excesivamente a lo largo del presente año. Mientras que buena parte de la atención se ha centrado en las nuevas confrontaciones entre EEUU y China, y en menor medida con la UE, hay otra derivada un poco más silenciosa entre el bloque europeo y el gigante asiático que merece la pena no perder de vista.

Sírvase de ejemplo cómo, de manera reciente, hemos conocido las intenciones de la UE de obligar a las empresas chinas a transferir tecnología a compañías europeas si desean operar localmente. Esto no deja de ser una muestra del recelo europeo ante la creciente influencia de la economía del gigante asiático en la región. El paso más drástico fue el acometido por Países Bajos de cara a tomar el control de Nexperia, el fabricante de chips para automoción que es filial de la china Wingtech, una de las compañías más importantes en la integración de productos de semiconductores y comunicaciones. Aunque finalmente la orden que otorgaba a los Países Bajos la facultad de bloquear o revisar decisiones en Nexperia fue retirada, la desconfianza sigue vigente.

Quedan lejos los tiempos en los que el auge chino precisaba de la demanda de productos manufacturados en nuestro continente para encauzar desarrollo económico y tecnológico. Las industrias europeas y, en particular las alemanas, se beneficiaron enormemente de las necesidades chinas, que buscaban una mayor convergencia con el sector exterior para cumplir con los objetivos planteados en los planes quinquenales 10º y 11º, a comienzos del presente siglo. Para hacernos una idea, si tomamos como referencia el sector automovilístico alemán y concretamente Volkswagen, la compañía vendió en el año 2018 (pre-pandemia) 4,1 millones de vehículos en el país asiático, lo que representaba para ese año un 14,6% de las ventas totales de coches, siendo holgadamente su mayor mercado. Otra cuestión era que China tuvo el papel durante muchos años de “fábrica del mundo” para los bienes de menor valor añadido, lo que evitaba una competencia directa.

En la actualidad, el papel del gigante asiático ha cambiado por completo. Obtenidos los conocimientos, la estrategia de centrarse en la manufactura de bienes tecnológicamente más avanzados está empezando a dar sus frutos, permitiéndole una alta competitividad a nivel mundial en algunos mercados estratégicos clave. No hablamos sólo del sector de la automoción, que puede ser el más visible para nosotros, sino de industrias como maquinaria avanzada, paneles solares y otros equipos eléctricos.

Las condiciones extremadamente competitivas, vía costes, de los bienes chinos están sirviendo para ganar mayor independencia e, incluso, introducirse en otros mercados con una alta demanda.

A nivel europeo, ya hemos visto una mayor penetración de los bienes chinos, pero esto se ha intensificado en 2025, en buena medida porque la debilidad del dólar estadounidense también ha provocado una devaluación del renminbi frente al euro y que muchas compras de Europa a China se pagan en dólares. De manera que estaríamos hablando de una debilidad indirecta. A nivel de mercado mundial este escenario es igual de preocupante, ya que, durante el último lustro, la cuota china en las importaciones totales ha aumentado en prácticamente todos los mercados (salvo en EEUU, por razones obvias) mientras la cuota correspondiente a Europa ha venido languideciendo en todas las regiones salvo con Reino Unido.

Por último, otro gran punto crítico de fricción está siendo el de las tierras raras. No hay duda de que China tiene la sartén por el mango, sabiendo que casi un 70% de estos recursos se encuentran en el propio país donde, además, se lleva a cabo el 90% del procesamiento mundial de estos minerales, que son críticos para el sector de defensa, vehículos eléctricos (donde destacan los imanes de neodimio) y turbinas eólicas, entre otros, por su capacidad para mejorar las propiedades magnéticas, ópticas y electrónicas de los materiales. En este sentido, según datos de Adamas Intelligence, se prevé que la demanda total europea de imanes permanentes de neodimio alcance unas 45.000 toneladas métricas para 2030.

Podemos entender pues la estrategia de Europa de buscar una mayor autonomía este campo. Para ello, la UE financió mediante el programa Just Transition Fund con fondos por valor de 14,5 mm. € una planta de procesamiento de imanes de tierras raras en Narva, Estonia. El problema es que la producción de esta planta apenas cubriría una pequeña fracción de las necesidades de éstos, teniendo en cuenta que el 90% de los imanes son importados desde China. La posición dominante china en esta materia ya se ha dejado ver en los últimos meses, usando como arma la restricción a las exportaciones de tierras raras, algunas empresas automovilísticas han sufrido disrupciones en sus cadenas de suministro.

Europa debe tener entre ceja y ceja que estos desafíos a los que se enfrentan no tienen una solución sencilla y que, en la medida de lo posible el ejercicio puede ser reducir en la medida de lo posible la excesiva dependencia. Bruselas debe de dejar de atender cuestiones de menos peso y centrar sus esfuerzos en los verdaderos retos estructurales de manera pragmática y abogando por la unidad. Y más si tenemos en cuenta que, en pleno 2025, la magnitud de la competencia china no repercute únicamente a nivel económico, sino que las consideraciones geopolíticas sobre la autonomía estratégica están abarcando cada vez una mayor importancia.