Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Cada vez que los mercados se agitan y cuando, además, se recalienta la inflación, comienza a hablarse de inversiones alternativas a los fondos. El oro, el ladrillo y, cómo no, las cripto, resurgen ahora como activos supuestamente válidos para protegerse de la subida de los precios y de los desplomes puntuales de la renta variable. Comencemos por el metal precioso: como he comentado en anteriores ocasiones, sí es una alternativa, aunque mejor a través de fondos de inversión especializados.
Antes de continuar, dejaré un breve apunte sobre las cripto. En esta misma columna comenté, a mediados de noviembre, que la próxima crisis financiera sería la cripto crisis. Para que vean que no soy el único que clama en el desierto, les dejo el enlace a este análisis que considera a la inversión en cripto otra variante de la famosa y fraudulenta pirámide de Ponzi.
Así que, insisto, si siguen considerando a las cripto una alternativa a la inversión tradicional y, además, una defensa contra la inflación, adelante: súbanse a la pirámide y ojala escapen antes de que se desmorone.
Si, por el contrario, buscan activos más sólidos, no olviden, por supuesto, al oro. Tiene, como ya comenté hace meses, una demanda real en determinadas industrias, una producción y unas reservas cuantificables, una cotización regulada y transparente, así como, lo más importante, la posibilidad de acceder a él a través de instrumentos de inversión colectiva.
No hace falta extenderse demasiado en las complicaciones que supone tener oro físico: problemas de seguridad (¿guardaría usted los lingotes bajo el colchón?), de transporte (¿se lo llevaría al extranjero en la maleta?) y, sobre todo, de liquidez. Como en todo activo sólido –incluidos los inmobiliarios–, convertirlo en dólares o en euros puede ser complicado cuando todo el mundo quiera hacerlo y, además, el exceso de oferta provoque que los precios pierdan brillo.
De ahí que la fórmula más cómoda para invertir en oro sean los ETF (o fondos cotizados en Bolsa) especializados en el metal precioso. Al ser cotizados, la liquidez de los ETF en oro es inmediata y además resulta muy fácil seguir sus precios. Otra vía es invertir en fondos de inversión especializados en la producción de oro, que normalmente invierten en la industria minera o afines. En este caso, aunque la liquidez también es muy sencilla, no olvidemos que están sujetos a la volatilidad de las compañías cotizadas, por lo cual pueden ser productos con serios altibajos.
Que el oro es una defensa contra la inflación es algo indiscutible, aunque no siempre ocurre. De hecho, este año el oro ha cotizado cerca de máximos (entre otras cosas por la fuerte demanda de sectores como el tecnológico), pero luego se ha desinflado: aunque la inflación supere tasas del 6% a ambos lados del Atlántico, la cotización del metal ha bajado más de un 7% en lo que va de ejercicio. Ha aflojado la demanda de joyería (si Asia se enfría, sus nuevas clases medias y adineradas dejan de comprarse joyas), aunque sube la demanda de los bancos centrales (precisamente aumentan sus reservas de oro como herramienta anti inflacionaria).
Como de costumbre, lo adecuado es diversificar. ¿Se puede tener oro como parte de una cartera de inversiones bien diversificada? Por supuesto, pero yo preferiría incluirlo vía ETFs o a través de fondos especializados en empresas mineras. El primer instrumento sería para posiciones más a corto (aunque no siempre sirvan para combatir la inflación, pueden servir para darnos alegrías al mínimo rebote de la cotización de metal), mientras que el segundo serviría, como todas las demás posiciones en renta variable, para estrategias a medio y largo plazo.
Otra cosa es que usted tema una hecatombe política y social por culpa, por ejemplo, del descontrol de nuevas variantes del maldito virus. No parece que eso vaya a ocurrir, aunque en ese caso sí podría ser adecuado contar con algo de oro físico, como sucede ahora en economías en proceso de desintegración. Porque tampoco debemos olvidar que otro factor colateral que sustenta al oro como inversión es su continua demanda en economías problemáticas. Sin recurrir al caso extremo y obvio de países como Afganistán –donde ni siquiera tener oro es una garantía de nada, porque cualquier día te lo confiscan los talibanes si lo encuentran debajo de tu alfombra–, se aprecia ahora un aumento de la demanda de oro (pero también de dólares y euros) en países como Turquía, entre otros motivos, porque su presidente islámico no sabe nada de economía, ha descabezado a la cúpula de su banco central y se empeña en bajar tipos mientras su divisa se hunde y marca mínimos históricos frente al dólar, al tiempo que la inflación se dispara hasta tasas superiores al 20 por ciento. Pero, claro, contra la ignorancia de los gobernantes autocráticos hay pocas inversiones defensivas, salvo salir corriendo.