¿De quién fiarse al invertir en fondos? Nunca de los “influencers”

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | ¿De quién se fía el inversor en fondos? ¿De dónde le llegan los consejos y recomendaciones que le parecen más fiables e independientes? Sin duda, de numerosos medios de comunicación especializados –como éste, que publica análisis y recomendaciones firmados por profesionales con nombres y apellidos–, de los gestores de patrimonios, de los asesores acreditados independientes o miembros de las entidades reguladas (gestoras, bancos, etc.)… Pero espero que no se fíen de cualquier “influencer”, término que yo traduciría por “vende motos”, porque la traducción formal de “persona influyente” me parece inmerecida. Sobre todo cuando proliferan en el ciberespacio los tipos más o menos famosillo que recomiendan cualquier cosa sin encomendarse ni a Dios, ni al diablo… ni, por supuesto, al supervisor, sino sólo a patrocinadores ocultos en esas mismas redes pensadas para pescar incautos.

En casi cuatro décadas escribiendo sobre mercados y productos de inversión, nunca he tenido encontronazos con los reguladores, sino más bien todo lo contrario. En la década de los noventa, cuando comenzaba la plaga de los chiringuitos financieros, incluso colaboramos (desde mi revista de entonces) con la CNMV para desenmascarar a algunos de esos estafadores y para transmitir, a los inversores y ahorradores, toda la información necesaria para que no cayeran en esas trampas.

Y aquí sigo, como tantos otros colegas, publicando con nombres y apellidos, apoyado siempre por los analistas y profesionales financieros a quienes consulto, por los estudios que leo, por la experiencia en este modesto oficio de periodista. No me considero un “influencer” ni lo pretendo, aunque parece que esa especie –tan abundante entre los que recomiendan restaurantes, vinos, moda, cosméticos o mil cosas más– se introduce también en el ámbito de los productos financieros. Y lo hace básicamente por el incontrolado canal de las redes sociales, ese universo en que cualquier ser anónimo puede decir lo que quiera sin que nadie le pida responsabilidades, y en el que también cualquier famoso con cara y apellidos, o cualquier vende motos también con cara (dura) pero sin apellidos, pueden recomendar lo que sea… o insultar a quién sea.

La Comisión Nacional del Mercado de Valores advirtió el pasado mes de octubre sobre esos “influencers” que lanzan recomendaciones sobre productos financieros sin respetar las obligaciones legales, entre otras las recogidas en el reglamento de abuso de mercado. La CNMV avisó además que sancionará a estos sujetos si siguen así (y ya está tardando).

El organismo regulador insiste en que aquellos que hagan recomendaciones de inversión “se identifiquen adecuadamente, presenten los consejos de manera objetiva y revelen todas las relaciones o circunstancias que pudieran afectar a su objetividad”. Que es exactamente a lo que están obligados los profesionales de las entidades financieras, los asesores de carteras o de patrimonios y, por supuesto, los periodistas. Y esto es algo que, aunque ya sea tarde siquiera para sugerirlo, debía haberse impuesto en internet desde sus orígenes: dar la cara y contar con una adecuada acreditación que demuestre que sabes manejarte en el ciberespacio sin atropellar a nadie. Para conducir un coche, patronear un barco o tener un arma de fuego, hay que pasar duras pruebas y cumplir estrictos requisitos legales. En el ámbito de los medios de comunicación, si un profesional se dedicara a publicar informaciones falsas o inventarse noticias, le pasaría por encima primero su editor y luego la Justicia. Pero para opinar, insultar, “informar” o recomendar lo que sea en las redes, no exigen control alguno, no hay edad legal mínima para operar e incluso puedes hacerlo con la cara tapada (como un atracador) o mediante una legión de robots que ocultan tu identidad (que se lo digan a Putin). La herramienta más potente creada por la tecnología está abierta a que cualquiera la use y se proclame “influencer”, “informador”, “opinador” o simple “cuñado insultador”, aunque sea menor de edad (física y/o mental), indocumentado, ignorante o, las más de las veces, con interés pecuniario en difundir determinados mensajes… ¿Qué le pasaría a usted si enviara una carta certificada (y con el remitente bien identificado) o un mensaje desde su correo electrónico con una amenaza de muerte o un grave insulto dirigido a cualquiera? ¿O le recomendara invertir en cualquier cosa, incluso asegurando que usted mismo lo ha hecho y hasta le ha ido bien, aunque sea mentira?

Hemos visto hace poco a actores norteamericanos como Matt Damon o Gwynett Paltrow  y a futbolistas como Iniesta haciendo publicidad de criptomonedas (por no hablar de las cripto manipulaciones de mega “influencers” como Elon Musk). O a presentadores de televisión y famosetes varios anunciando microcréditos con tipos de interés propios de la usura (lean la letra pequeña del anuncio si les da tiempo y les llega la vista). Igual que vemos a deportistas anunciando coches, champús o muchas cosas más. Pero es publicidad de producto. Y el que cobre por hacerlo, haya él, aunque ponga en juego su cara y su prestigio. Ya sabemos que a esos famosos les pagan por usar su imagen (y que Musk siempre intenta sacar tajada de sus sobradas en las redes). Cierto, la propia banca comercializó y publicitó porquería como las preferentes o colocó en bolsa acciones pufo (como las de Bankia)… sin que los reguladores supieran evitarlo, y así pasó lo que pasó. Pero, ¿quién paga a un “influencer”/vende motos on-line que recomienda criptos, fondos de inversión o acciones cotizadas? ¿Se fía usted de cualquiera que salte a la red con descaro y sin acreditar experiencia profesional ni capacitación legal para recomendar nada? Si se devora usted una comida basura recomendada por un “influencer” o publicitada por un famoso, quizás le suba el colesterol y le dé ardor de estómago. Pero si permite que su dinero se deje “influir” por quien no debe, casi seguro que lo perderá… Un efecto maligno que, con internet, se está multiplicando: tras una operación policial en siete países desarrollada contra una macro estafa cripto, se han descubierto 470 webs fraudulentas que en Europa podrían haber engañado a 200.000 potenciales víctimas (más o menos la población entera de Móstoles, de Sabadell o de Pamplona). Unos 17.000 de esos estafados estarían en España. Es duro decirlo, pero conviene recordar que estos miles de afectados cometieron al menos dos graves errores: el primero, dejarse engatusar por entidades fantasma sin comprobar su legalidad; y el segundo, y no menos importante, caer en la seducción fatal de ese universo cripto que justo ahora está colapsando (la lista de cripto plataformas que quiebran continúa creciendo, tras sumarse a ella Bitfront, poco después de quebrar BlockFi y FTX, como comentamos aquí hace un par de semanas).

Damos por supuesto que las dimensiones de la última cripto estafa no se alcanzan con el gancho de productos financieros de verdad, como los fondos de inversión. Pero, cuidado. Pese a las advertencias de los reguladores, los “influencers” siguen pescando incautos (y avariciosos) en las redes. Los chiringuitos financieros, como cuando aparecieron en los años noventa, continúan vendiendo motos estropeadas y ofreciendo supuestas rentabilidades astronómicas para engatusar a ese masivo público de la red con exceso de ambición pero nula cultura financiera. Lo malo es que ahora los delincuentes operan a escala global y con herramientas tan potentes y bien diseñadas que incluso pueden hacer picar a gente que se cree más informada.