Robert M. Almeida (MFS Investments) | A medida que pasan los años, nos vemos obligados a tener en cuenta y abordar los factores de salud que muchos de nosotros no habíamos considerado en momentos previos de nuestras vidas.
El colesterol es un buen ejemplo de ello. Aunque antes no le prestaba demasiada atención, desde luego lo tengo muy presente ahora que he superado los 50. Si bien las menciones al colesterol suelen ir seguidas de la expresión «demasiado alto», los niveles demasiado bajos también pueden causar problemas. El colesterol tiene una misión esencial y no podemos vivir sin él.
Fluye constantemente por el organismo mientras crea células y hormonas, y realiza otras tareas esenciales. Al no ser soluble, el colesterol requiere un vehículo de transporte, las lipoproteínas. Con el capital pasa algo parecido. El capital desempeña una función esencial en la sociedad, fluye de forma constante en la economía y precisa de un modo de transporte. Cuando el nivel de capital es demasiado alto o demasiado bajo, la salud de la economía y de los mercados financieros puede resentirse.
Fuimos testigos de ello en la primera década de este siglo, cuando se destinó demasiado capital a la construcción de demasiadas viviendas, lo que provocó un exceso de préstamos dudosos e infló el apalancamiento de las entidades financieras, el riesgo de los balances y las rentabilidades.
En la década anterior, hubo un exceso de capital en la financiación de la fabricación desmesurada de hardware tecnológico, lo que catalizó la mayor burbuja de valoración de la renta variable de la historia de Estados unidos.
La naturaleza no homeostática del capital explica por qué, a lo largo de la historia, se producen ciclos en los mercados financieros y las economías. Las personas y las decisiones que toman son lo que transporta el capital. Los inversores retiran capital de proyectos poco rentables para financiar ideas mejores. Aunque el capitalismo ha demostrado ser el medio más eficiente para asignar los recursos sociales, con frecuencia da lugar a excesos en la economía y los mercados. Puesto que no todos los participantes conocen todas las medidas adoptadas por los responsables de la asignación del capital, los excesos y déficits de capital que se crean sin que nos demos cuenta
acaban saliendo a la superficie, y se traducen en auges y crisis. Y así, una y otra vez.
De la misma manera que nos hacemos análisis de sangre periódicos, los inversores deberían comprobar constantemente dónde hay una sobreabundancia o una carencia excesiva de capital en la economía y en los mercados financieros. Descubrámoslo.
El ciclo del capital después de 2008
Ante la debilidad del crecimiento económico y de los beneficios que siguió a la crisis financiera mundial, la globalización permitió a las empresas de los mercados desarrollados reducir la intensidad de capital trasladando la fabricación a los mercados emergentes. La reducción de las inversiones en activos tangibles trajo consigo otro beneficio adicional: la necesidad de menos trabajadores. Por consiguiente, el gasto en equipos y mano de obra pasó a representar un porcentaje más reducido respecto a los ingresos.
Al mismo tiempo, la eliminación artificial de los tipos de interés por parte de los bancos centrales permitió que las empresas se endeudaran y distribuyeran capital a los accionistas aumentando los dividendos y las recompras de acciones.
Mientras la inversión y el crecimiento se estancaban, el capital seguía fluyendo. En lugar de invertir en bienes físicos e ingeniería, como los bienes inmuebles a principios de la década de los 2000 o el hardware de tecnología en los años noventa, el capital se dirigía a mejorar los resultados financieros. Este cambio se tradujo en unos márgenes de beneficios y unas rentabilidades del capital excesivos.
¿Qué ha cambiado?
Creemos que el ciclo del capital posterior a 2008 inició, a partir de 2022, una transición que puede incidir
en las rentabilidades de las empresas y, en última instancia, en los mercados financieros. Lo resumimos
en tres categorías:
- Antes, las cadenas de suministro mundiales daban prioridad a la eficiencia y la maximización del rendimiento frente a la resiliencia. Sin embargo, algunos acontecimientos, como la pandemia, los conflictos en Europa y Oriente Próximo, y las políticas arancelarias, han dado pie a un cambio de prioridades. Las empresas han comenzado a destinar capital al rediseño de las cadenas de suministro más cercanas a ellas mismas o al cliente, si bien todavía nos hallamos en una fase temprana del proceso. Aunque estos cambios son necesarios, conllevan gastos superfluos que ejercerán presión en los resultados de aquellas empresas que no puedan subir los precios por ofrecer productos sustituibles.
- Si bien no sabemos qué nivel alcanzarán los tipos de interés en un entorno de mayor crecimiento derivado de un aumento de los gastos de capital y los costes de la mano de obra, creemos que es poco probable que regresen a los mínimos históricos observados en el ciclo anterior. Esto resulta especialmente cierto en vista de los elevados déficits presupuestarios a los que se enfrenta Estados Unidos. Actualmente, los ratios de cobertura de intereses de muchas empresas del S&P 500 son elevados, pero una parte nada desdeñable de la deuda emitida en los años posteriores a la crisis financiera mundial se refinanciará pronto y a tipos mucho más elevados. De este modo, será necesario dirigir más capital a los gastos por intereses, lo que ejercerá presión en los resultados de las empresas que no puedan subir los precios por ofrecer productos sustituibles.
- Al mismo tiempo, la inteligencia artificial avanza. Aunque existen más incógnitas que certezas sobre su impacto futuro, la historia ha demostrado que las nuevas tecnologías resuelven problemas en la sociedad. A lo largo de la historia, las empresas que obtenían sus márgenes gracias a esos problemas se han mercantilizado y han registrado una deflación de los precios y una caída de los beneficios. Mientras que internet transformó las experiencias de los consumidores al ofrecerles más opciones, más comodidad y mejores precios, la IA podría aportar un nuevo nivel de valor a los clientes al darles un mayor control. Los grandes modelos lingüísticos dejarán de lado la publicidad inteligente y analizarán cada reseña de los clientes para identificar productos que interesen al consumidor en lugar de al fabricante, por medio de un marketing inteligente. A los fabricantes de productos mediocres, cuya ventaja económica consistía en un enorme gasto en publicidad, podría resultarles difícil replicar los resultados pasados a medida que productos mejores y más adecuados acaparan cuota de mercado. Esta nueva situación presionará los resultados de las empresas que no puedan subir los precios.