Si las cripto son tan rentables, ¿a qué esperamos para meternos todos en ellas?

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Cuando hace un par de meses escribí sobre las cripto (que ni son monedas ni son divisas), por un bitcoin se pagaban 48.000 dólares. Es decir, que había multiplicado su valor por más de 2.181 desde los 22 dólares a que cotizaba en 2013. Había previsiones de que un bitcoin llegaría en algún momento a valer 600.000 dólares, casi medio millón de euros. Ahora está a apenas una décima parte, entre los 50.000 y los 60.000 dólares… así que no parece un objetivo muy lejano. Quizás cuando lean ustedes estas líneas, el bitcoin ya esté en menos de 50.000 o, por el contrario, dada su elevadísima volatilidad, haya subido hasta los 75.000 dólares (una de las últimas previsiones que he visto para el corto plazo), o hasta en 100.000, lo cual multiplicaría por más de dos su cotización de hace un par de meses. Algo no tan raro en este mundo de las cripto: a principios de abril leí que en los tres primeros meses de 2021 el bitcoin ha subido un “triste” 100%, mientras que otras cinco cripto se han revalorizado más de un 1.100%… ¡y una de ellas ha subido más de un 2.751% en el mismo periodo!

¿A qué esperamos? ¿Por qué no lo dejamos todo y nos dedicamos al apasionante y al parecer híper rentable mundo de las cripto? Sinceramente, espero que esto no ocurra, porque quizás llegaríamos a un escenario tan trágico como el que describe nuestro colaborador John Petersson, ex gestor de fondos reconvertido ahora en analista de un futuro temible… aunque no improbable. No se pierdan su sarcástico pero documentado artículo en el número cinco de la revista “GESTORES”, recién publicado con la edición de “CONSEJEROS” correspondiente al mes de abril.

Seguro que la visión de Petersson sobre el futuro de las cripto nos ayuda a reflexionar, o incluso a descubrir hasta qué punto esta locura especulativa podría generar graves consecuencias: “La fiebre por las criptomonedas –señala nuestro analista–se acentuó especialmente a principios de los locos años veinte del siglo XXI. La pandemia de Covid-19 hizo estragos en numerosos sectores de la economía, así que fueron muchos los que encontraron en el minado y la especulación de criptos su única y desesperada posibilidad de sobrevivir. Poco a poco se hizo evidente que resultaba más rentable dedicarse a minar o a la simple especulación, que a cualquier otra actividad económica productiva”.

Parece una distopía algo exagerada, pero tiene una base lógica: si una cripto valía 22 dólares hace menos de una década y ya se mueve entre los 50.000 y los 60.000, ¿no podría convertirse en un activo tan atractivo, y adictivo, que no sólo desplazara a los demás activos de inversión, sino incluso a toda actividad productiva “normal”? Ese es precisamente el escenario futurista que describe Petersson: “A principios del 2021, el minado ya consumía la energía de un país como Chile u Holanda. A mediados de 2022, la práctica totalidad de la población con recursos se dedicaba ya exclusivamente a minar y especular con criptos. En los momentos más desenfrenados de la burbuja, se estima que la humanidad dedicaba más de 80 por ciento de toda la energía disponible al minado de criptomonedas. Ni si quiera las drogas, el tráfico de personas o de armas superaban en rentabilidad a la revalorización de las criptomonedas”.

¿Resultado? ¿Para qué trabajar, cultivar los campos, criar ganado, extraer materias primas, si no hay nada más rentable que el minado y la especulación con criptos? Si esta locura llegara a producirse, sin duda volveríamos a una Edad Media dominada por el trueque (las cripto no valdrían ya nada, porque nadie las aceptaría a cambio de bienes cada vez más escasos) y en la que, como en aquellos oscuros años de nuestro pasado, se impondría la ley del más fuerte.

¿Una exageración? Quizás. Pero también parece algo exagerada la fiebre especulativa con las cripto. Así que usted decide pagar 50.000 o 60.000 dólares por un bitcoin, piense en lo que se está jugando si, por lo que sea, se convierte en el último de la larga lista de quienes querrán venderlo antes de que todo este montaje se hunda en el abismo.