España: la falta de consenso político lastra una confianza vital en estos momentos

Iglesias y Calviño

Joan Tapia (Barcelona) | España se beneficia de estar en el marco europeo pero -pese a tener ya presupuestos- le perjudica la escasa normalizacion política; las disputas dentro del Gobierno y la falta de un mínimo consenso entre éste y el PP.

Al iniciar el año las perspectivas económicas europeas son algo mejores –o menos malas– de lo previsto. Por una parte, el muy seguido índice PMI del sector manufacturero se situó en 49,8 en diciembre, con subida respecto al 45,3 de noviembre, quedando por tanto muy cerca del 50 que marca la frontera entre crecimiento y retroceso de la actividad. Los economistas de Markit llegan así a la conclusión de que la caída de la actividad en el cuarto trimestre será moderada y muy inferior a la del segundo.

Es evidente que la sincronización –que no se produjo en la crisis del 2008– entre la política monetaria muy expansiva del BCE y la política fiscal de incitación al gasto público para combatir la recesión –incluso en los países con unas finanzas menos equilibradas– es un factor nuevo y relevante que está dando positivos resultados. Y hay una gran unanimidad –desde el FMI hasta la OCDE y el BCE– en que esta política debe continuar hasta que la economía vuelva a un firme crecimiento.

Es en este contexto que cabe situar la suspensión de las reglas fiscales y la aprobación del plan de recuperación Next Generation. Si a esto le unimos que la vacuna contra el coronavirus ya se está empezando a administrar se puede entender mejor el agudo movimiento al alza de los mercados en el último trimestre del año. No son ya sólo los índices americanos, el Dax ha cerrado el año en positivo y el Ibex ha recuperado parte importante de lo perdido desde marzo.

Además, el tan temido Brexit se ha consumado sin que los mercados se hayan alterado. Es un Brexit duro –Gran Bretaña abandona el mercado único y la unión aduanera y estará ligada a la UE sólo por una zona de libre comercio (como Canadá)– pero es un Brexit con acuerdo que habrá que ver como se implementa en los próximos meses.

El gran contrapunto a este cauto optimismo es la mala evolución de la pandemia que ha obligado a los gobiernos de los grandes países –Alemania y Francia– a fuertes medidas de restricción de la movilidad y al cierre de las actividades comerciales en enero. La velocidad de la implantación de la vacuna condicionará pues la evolución de la economía europea durante el semestre.

España está inmersa en este marco europeo, pero más afectada por nuestra mayor dependencia del turismo. Habrá que ver los resultados del último trimestre del año. El índice PMI manufacturero se comportó algo mejor en diciembre y las medidas restrictivas no están siendo tan duras como en otros países porque –al contrario que en primavera– la evolución de la pandemia es relativamente mejor. Además, algunos datos como la recaudación fiscal hacen que algunos ministros –empezando por la vicepresidenta Calviño– sostengan que el Pib puede no haber caído en el último trimestre tras el fuerte rebote del 16% en el verano pese a que la temporada turística fue mala.

Recuperar la confianza

España vuelve a tener presupuesto, un instrumento esencial para la estabilidad política y el funcionamiento económico. Y el Gobierno sigue firme –como todos los países europeos– en el mantenimiento de las medidas de sostén a la economía. Y parece ya claro que los Ertes se van a prolongar hasta, como mínimo, el fin del estado de alarma en mayo.

Pero superar la crisis exige también un marco en el que las empresas recuperen la confianza y puedan afrontar situaciones muy difíciles. La vacuna es pues primordial y el proceso de vacunación ha empezado, aunque a un ritmo menos rápido del necesario para que en verano pudiéramos tener vacunada a mas de la mitad de la población.

Lo preocupante es que la aprobación del presupuesto no ha estado acompañada de una cierta normalización política. Por una parte, la relación entre el Gobierno y el PP, el primer partido de la oposición, sigue estando bajo mínimos. Por eso no se ha podido renovar un órgano tan importante como el Consejo General del Poder Judicial y la presidencia del Tribunal Supremo. La falta de un mínimo consenso entre el Gobierno y el PP lastra la confianza y mantiene un tono de crispación política, nada recomendable en estos momentos de crisis e incertidumbre.

¿Pueden mejorar las cosas tras las elecciones catalanas que –si la pandemia no lo impide– serán el 14 de febrero? Es posible porque para Pablo Casado es esencial que el PP mejore sus pésimos resultados de 2017 y afronta además el desafío de Vox, que multiplica su discurso contra el independentismo y la política “de cesiones” de Pedro Sánchez.

Pero las encuestas dicen que el independentismo –muy dividido y que no está en su mejor momento– mantendrá su mayoría absoluta. Dos resultados serán clave. Uno, si ERC –que ha renunciado a la unilateralidad y apuesta por la negociación– queda, contra lo que pasó en el 2017, por delante de JpC de Puigdemont. Dos, si el PSC –como predice una reciente encuesta– llega en primera posición y tiene capacidad de condicionar la política catalana. Es cierto que C´s, que ahora está de baja en Cataluña, ya fue la primera fuerza en el 2017, pero entonces Albert Rivera sólo estuvo interesado en acrecentar su relevancia política en Madrid. Ahora las cosas serían diferentes porque el PSOE gobierna. Pero tampoco un cambio en Catalunya es seguro que pudiera mejorar las pésimas relaciones entre los dos grandes partidos.

El otro factor que lastra la normalización es la fuerte diferencia de criterios entre el PSOE y Podemos en el gobierno de coalición. Es cierto que acaba decidiendo Pedro Sánchez y que Podemos lo traga, aunque manifestando en público su desacuerdo. Así ha pasado por ejemplo con la congelación del salario mínimo. Pero el retraso de decisiones y la pelea pública de los ministros del Gobierno no es un factor que incite a la confianza. Subir el salario mínimo tras los fuertes incrementos de los dos últimos años y con muchas empresas en grandes dificultades habría sido un pésimo mensaje y tenido consecuencias negativas para el empleo. Al final no se ha hecho que es lo importante. Pero que la ministra de Trabajo y la vicepresidenta económica, ambas con fuerte personalidad y que pertenecen a dos partidos diferentes, discrepen en público no favorece la confianza.

Exceso de complicaciones

Y en las próximas semanas habrá que tomar decisiones que no se deberían demorar para no generar incertidumbre. Cómo abordar la reforma de la reforma laboral, más allá de los aspectos más lesivos que ya han sido corregidos. ¿Volver a la ultraactividad total de los convenios y a la primacía de los convenios sectoriales sobre los de empresa? No sería algo que favoreciera ni la conveniente flexibilidad en tiempos de crisis, ni los “animal spirits” de los empresarios, ni la confianza de Bruselas y de los fondos internacionales de inversión.

Pero lo que Pedro Sánchez ya dijo en una entrevista a El Periódico (ver el artículo del mes pasado), que para esta reforma creía prioritario el acuerdo entre los interlocutores sociales, volverá a ser cuestionado por Podemos. Y lo mismo con la Seguridad Social. El gobierno de coalición tendrá dificultades las próximas semanas para decidir en cuestiones esenciales. Pero es el que tenemos y con la actual composición del Parlamento casi el único posible. Y nadie medianamente responsable cree que ahora sea el momento de disolver las Cortes y convocar elecciones. Entre otras cosas porque las encuestas indican resultados muy similares a los actuales.

España tiene pues ante si un panorama esperanzador, pero con exceso de complicaciones. La llegada de Biden a la Casa Blanca es un elemento esperanzador. Hará una política económica más expansiva que asegurará la reactivación americana y tendrá consecuencias más allá de EEUU. Y más tras lograr el control demócrata en el Senado. Además, recuperará la tradicional política americana de cooperación, en su propio interés, con Europa y los organismos internacionales. Trump ha sido un factor de perturbación y desorden durante cuatro largos años en un mundo con muchos problemas. Con Biden, el panorama cambiará. Pero la UE es un proyecto en construcción y la desaparición de Merkel –y posiblemente de la gran coalición CDU-SPD– más las dificultades de Macron en Francia no son la mejor noticia. Como diría Kissinger, ¿cuál será el teléfono de Europa al que Biden tendrá que llamar?