Decadencia de la banca presencial

Raimundo Poveda | «En la actualidad un 55% de los más de ocho mil municipios existentes carece de cajeros y de sucursales bancarias, núcleos pequeños porque entre todos solo representan el 3% de la población. Y cerrada la última oficina hay que hacer kilómetros de carretera rural para acceder a la sucursal bancaria más cercana. De pronto todo el mundo parece haber descubierto que ese viejo enemigo, el banco abusador que cobra comisiones por cualquier cosa, era en realidad un servidor imprescindible». Y crece el clamor para que se haga algo. Así que el autor analiza qué se puede y qué no se puede hacer al respecto.

Hace cincuenta y cinco años, cuando empecé a trabajar en temas de política bancaria, existía algo llamado «planes de expansión». El nombre era un tanto irónico, porque lo que trataban aquellos ejercicios, redactados sin mucho criterio, era en realidad de frenar la expansión de los bancos y las cajas de ahorros. El negocio bancario era una actividad presencial en el trato con los clientes, basada exclusivamente en la relación personal y el soporte papel. Las entidades intentaban ampliarlo abriendo más puntos de contacto con el público porque la competencia en tipos de interés estaba muy restringida. Las cajas de ahorros más emprendedoras, que ya no podían aumentar las redes locales en su provincia o región de origen, empezaban a saltarse esas fronteras e invadir otras regiones, haciendo trampas si era necesario. El número de sucursales por cien mil habitantes fue durante décadas el más alto de Europa con diferencia, lo que escandalizaba a nuestras autoridades bancarias. Quizás no fuese para tanto, porque en aquel modelo de banca de proximidad la mayoría de las sucursales eran minúsculas, así que otros parámetros más relevantes, como el número de empleados del sector bancario por cien mil habitantes, o los costes operativos del sistema, no desentonaban en las comparaciones entre países.

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