¿Cuándo la ASG dejará de ser sólo una etiqueta para los fondos?

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Hay gestoras que generan fondos ASG (es decir, que invierten supuestamente según criterios ambientales, sociales y de buen gobierno corporativo) como si fueran rosquillas. Le ponen la etiqueta ASG (o ESG en su versión anglosajona) a decenas de sus productos. Mientras, grandes entidades financieras, consultoras y auditoras multiplican su personal especializado en ASG o lo forman apresuradamente, para ser ellas las que otorguen la mejor nota y certificación a cualquiera que se la pida. Y todo ello,  mientras la legislación avanza, como de costumbre, mucho más despacio que el mercado.

Cierto, tenemos una taxonomía europea que, en teoría permite aplicar correctamente a los fondos de inversión una de las etiquetas en boga, la de ISR (inversión sostenible y responsable), mientras a escala comunitaria avanza poco a poco una regulación completa del uso de la sigla ASG que probablemente esté ya a punto el año próximo.

Pero, mientras tanto, son muchos los gestores de fondos que observan estupefactos cómo algunos de sus competidores siguen abusando del famoso “greenwashing”: hacer parecer como verdes inversiones que en realidad no lo son. Un destacado selector de fondos me comentaba hace poco que, en un reciente análisis sobre cerca de 3.000 fondos supuestamente ASG, en realidad sólo lo era… uno. Quizás quien hizo el análisis fuera excesivamente riguroso, pero también es probable que quien le puso la etiqueta ASG a tanto fondo tuvo la manga muy ancha.

Porque, además, y generalizando, hay tres niveles en la actual legislación para determinar lo que es y lo que no es ASG: un primer nivel es apenas un compromiso de que el gestor invierte con criterios ASG; un segundo nivel equivaldría a efectivamente cumplir ese compromiso; y el tercero y último, el más exigente, sería demostrarlo, certificarlo… Pero como todo esta normativa aún se está cocinando a escala europea, los gestores más conscientes intentan cumplir, e incluso mejorar en la medida posible, el segundo nivel, pero sin llegar al teóricamente más exigente tercero, entre otras cosas porque todavía está falto de definición precisa.

Otras gestores con mayor voracidad comercial se contentan con subir sólo el primer escalón (o incluso parecer que lo suben) y ponerle la etiqueta ASG a prácticamente cualquier producto que lanzan al mercado.

Al margen de este descontrol en la etiquetación (porque además no hay aún mecanismos reglamentarios suficientes para que los reguladores comprueben de un modo efectivo qué es y qué no es ASG), los gestores de fondos se enfrentan a otro dilema: si rechazan comprar acciones de una compañía que no cumpla con los criterios ASG, en cierto modo están renunciando a “cambiar el mundo”, ya que esa compañía seguirá haciendo lo que le dé la gana en los temas ambientales, sociales y de buen gobierno y nunca cambiará… Por el contrario, si en vez de pasar de ella las gestoras toman posiciones en esa compañía con el propósito específico de que siga siendo rentable pero cumpliendo con las normas ASG, la actitud de los gestores parece más comprometida, aunque sus fondos tendrán más dificultades para decir que sólo invierten en quien cumple con la famosa sigla. Si un gestor invierte en una empresa que no es ASG, pero consigue que acabe siéndolo, que los directivos de esa compañía respondan a las exigencias de los inversores más comprometidos, quizás habrá logrado algo más de lo que aportaría la postura de “a esos, ni acercarse, que no son ASG”. Aunque, evidentemente, si cada vez más grandes inversores dan la espalda a compañías absolutamente irrespetuosas con los criterios ASG, o esas empresas cambian, o sus perspectivas pueden deteriorarse antes o después, a lo cual ayudará que los ciudadanos, cada vez más concienciados sobre todo en cuestiones ambientales, dejen de comprar los productos de las firmas no ASG. Pero ambos, que inversores y consumidores hagan el vacío a determinada empresa, es un proceso lento y de resultado incierto.

Lo que sí han descubierto las entidades de gestión colectiva es que la etiqueta ASG vende, es bien recibida e incluso solicitada por los inversores, cada vez más comprometidos en estos temas. Así que a algunas no les tiembla el pulso a la hora de ponerle a sus fondos las tres letras con la misma facilidad que le aplicarían imanes y adhesivos a la puerta del frigorífico.

Mientras todo esto se aclare, ¿qué puede hacer el inversor? Para comenzar, mirar a la historia de los productos: hay gestoras que, por ejemplo, hace muchos años que comercializan fondos comprometidos con el medio ambiente, las energías renovables, etc. Y eso ya nos da una buena pista. Por el contrario, hay mucho recién llegado.

Lo deseable, por supuesto, sería que todo el mercado fuera ASG, que todas las empresas fueran responsables desde el punto de vista ambiental, social y de buen gobierno… Igual que sería deseable un mundo mejor, sin guerras, sin emergencia climática, sin hambre, sin desigualdades sociales, sin dictaduras… Pero el camino aún es largo, por más que algunos pretendan iniciarlo por el sencillo procedimiento de pegarse una etiqueta en el pecho.