Manuel Moreno Capa (director de Gestores) | Persiste la ebullición inversora en torno a cosas que no tienen nada debajo, como criptodivisas calentadas a placer por un “emprendedor” que gana más especulando con ellas que vendiendo un puñado de coches eléctricos.
Frente a esa exuberancia irracional (por citar el término ya clásico), dan ganas de volver a invertir en cosas que podamos tocar, que podamos ver. No estoy hablando del oro o de los inmuebles (aunque tampoco pierdo de vista al ladrillo en estos momentos), sino de fondos de inversión que apuestan por algo tan sólido, tangible y crecientemente necesario como las infraestructuras.
Que se lo digan a los más de cuatro millones de tejanos que se quedaron sin electricidad durante 72 horas o a la mitad de los 29 millones de habitantes de ese estado que durante días tuvieron que hervir agua antes de consumirla. Y todo por culpa de una nevada histórica que afectó gravemente a infraestructuras obsoletas: vean las fotos de operarios reparando, en Texas, redes eléctricas colgadas de postes de madera que casi no se ven ya ni en la España vaciada. A nosotros nos congeló Filomena y se rompieron muchas cosas, pero la luz y el agua siguieron fluyendo sin mayores incidencias en casi todas partes.
Y eso es porque no hemos sufrido el abandono de las infraestructuras padecido por los habitantes de Texas, y de muchos otros estados norteamericanos. Un deterioro debido, en buena medida, a ultraliberales políticas de gobernadores del Partido Republicano que, bien engrasados por las aportaciones de los grupos de presión, han olvidado las necesidades básicas de la población y las han dejado exclusivamente en manos de la iniciativa privada. Tampoco sorprende tanto: muy torpes, o muy malvados, tienen que ser los republicanos para que su principal activo político aún sea ese sinvergüenza golpista llamado Donald Trump, un Pinocho tan de madera como los viejos postes de la luz que abundan en Estados Unidos.
Por suerte, parece que la nueva era Biden sí va a apostar por las infraestructuras. Y algo parecido ocurrirá en Europa. En todo el mundo se va a poner mucho dinero en eso, lo que significa en muchas cosas. Porque las infraestructuras no son sólo las primeras que nos imaginamos, como las carreteras, los puentes, las vías férreas… Son también las redes eléctricas, las de suministro de agua y otras que han ganado relevancia con la pandemia, como las que soportan la transformación digital, las comunicaciones 5G y algo tan aparentemente intangible y tecnológico como la llamada nube, que en realidad está metida dentro de enormes infraestructuras informáticas que requieren además otras potentes infraestructuras físicas, como grandes espacios bien refrigerados y seguros.
Leo en un interesante artículo de Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano Economics Research (El País, 21 de febrero), que en el mundo hay 300 billones de dólares de activos invertibles (líquidos, no inmobiliarios), básicamente en renta variable, en bonos y en liquidez. Pero “los activos alternativos (capital riesgo, infraestructuras, materias primas) representan menos de 10 billones”. Queda claro que esa cantidad aún pequeña tiene potencial de crecimiento, sobre todo porque los estímulos a la recuperación tras la Covid deben enfocarse en buena medida a mejorar todas las infraestructuras mundiales.
Datos de Morningstar indican que el año pasado más de 3.500 millones de dólares se sumaron a los fondos de inversión de renta variable especializados en infraestructuras registrados en el mercado europeo. Es cierto que los índices bursátiles representativos de este sector no lo hicieron bien en el primer año de la pandemia, pero esto puede cambiar a medida que los masivos estímulos fiscales y monetarios (que el mismo artículo de Arcano estima en 29 billones de dólares, unos 24 billones de euros) desencadenados por la Covid se destinen a mejorar nuestras redes eléctricas y de telecomunicaciones, nuestra infraestructura digital, nuestros aeropuertos y ferrocarriles, nuestros suministros de agua.
Recientemente se han puesto en marcha nuevos fondos en lo que llamamos “activos reales”, es decir, infraestructuras, transporte e inmobiliario (sector que en inglés se denomina, no casualmente, “real state”). Hay también nuevos fondos de inversión especializados en infraestructuras de transición energética, en todas aquellas que cada vez deben alejarnos más del carbono.
Crece, por tanto, la oferta para los inversores que no se dejen seducir por los altibajos y los calentones de inventos que en realidad no existen y son meras convenciones, como las criptodivisas, y prefieran poner su dinero en activos tangibles, reales como la vida misma y que, además, nos ayudarán a mejorar nuestra vida una vez superada la pandemia.