Ucrania, el Afganistán de Putin y otro susto pasajero para los mercados

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Nunca creí que Putin se atreviera. De hecho, dije hace apenas un mes que iba de farol. Pero tampoco pensé que estuviera tan desesperado e inseguro de su capacidad para eternizarse un par de décadas más en el poder. Ahora, el farol ha quedado al descubierto. Putin no sólo ataca a los ucranianos, sino, sobre todo, a su propio pueblo, al que sacrifica a sufrir las contundentes sanciones económicas. Para el inversor de fondos, reitero mi consejo: calma y atentos para tomar nuevas posiciones aprovechando los tropiezos pasajeros –insisto, pasajeros– en los mercados.

Sinceramente, me entristece hablar de mercados cuando aquí lo principal que está en juego son vidas humanas. Y no sólo de ucranianos y de los militares rusos que pronto estarán llegando en bolsas de plástico a Moscú. Y que además llegarán mientras los ciudadanos rusos de a pie sufrirán las consecuencias de un rublo hundido, de una inflación desbocada, de un corte de suministros…

Cierto que por aquí van a subir aún más el precio de la energía y la inflación en general, pero no olvidemos que el PIB de esa “gran Rusia” que quiere resucitar el autócrata descerebrado émulo de Hitler es apenas comparable al español. Putin quería desunir a los 27 miembros de la Unión Europea (21 de los cuales también pertenecen a la OTAN), pero ha conseguido todo lo contrario, pues hasta los díscolos polacos prefieren ahora estar más cerca de sus socios de Bruselas que del oso oriental: si Rusia se queda en Ucrania, asentará sus tanques en la misma frontera de Polonia y de Rumanía. Putin quería también que Ucrania se alejara de la OTAN y de la Unión Europa, pero ha conseguido todo lo contrario: una masiva ayuda militar y económica el régimen de Kiev. Putin quería un segundo gasoducto para no vender su gas a través de Ucrania, pero ha logrado que Alemania lo clausure. Putin quería ganarse a China, pero pronto entenderá que Pekín sacará partido para debilitarle también a él y comprarle a precio de ganga todas las materias primas energéticas que pueda. Putin teme que la democracia se acerque a sus fronteras y vacune a su pueblo, pero es muy posible que logre todo lo contrario.

Repito, nunca creí que el ex jefe de la KGB estuviera tan loco y desesperado. Pero ahora, visto lo visto, veo a Ucrania como el Afganistán de Putin. Igual que la invasión del país asiático fue uno de los gérmenes del fin de la URSS, meter sus patas en Ucrania debería ser el principio del fin de Putin.

Lamentablemente, nos ha pasado como con Hitler: casi nadie creería que se lanzara sobre Europa hasta que finalmente su guerra relámpago fue el detonante que sembró el mundo de cadáveres. Pero son otros tiempos. Frente al nuevo dictador que no duda en pisotear la economía de sus propios súbditos (pues así ve Putin a su pueblo), no hay un caos de desunión en Europa, sino todo lo contrario. Y al final –ahora es cuando toca volver a los mercados– se va a imponer de nuevo aquello de “es la economía idiota”. Todo lo más que puede conseguir Putin es, quizás, quedarse con el Donbás, igual que se quedó con Crimea. Pero a lo mejor esta vez se encuentra con un efecto reversible, cuando tenga que comenzar a ponerles ceros a los billetes de rublos y en Rusia suban hasta la gasolina (como ha ocurrido en países exportadores de crudo pero regidos por autócratas, como, por ejemplo, Venezuela).

Puede parecer ir contracorriente recomendar calma en estos momentos (téngase en cuenta que este artículo se está escribiendo casi en las primeras horas de la ofensiva zarista), pero lo que menos debe hacer el inversor en fondos es entrar en pánico. Los mercados se recuperaron de un enemigo mucho más letal que Putin, ese virus que, por cierto, sigue machacando a los rusos más que al resto de los europeos. Las Bolsas internacionales (salvo la de Moscú, que cayó más de un 30% nada más abrir tras la invasión, frente a recortes del 4 al 5% en el resto del mundo) se recuperarán del efecto Putin mucho antes que el autócrata ruso de las consecuencias del ser el único responsable de traer otra guerra nacionalista y estúpida a la Europa del siglo XXI, un escenario de paz y crecimiento del que los pobres rusos se alejan para caer de nuevo en el siglo XIX. ¿Cuánto tardará en aparecer vida inteligente en el régimen de Moscú? Quizás lo mismo que se vacíen las arcas de los responsables de mantener a este loco nacionalista en el poder.

Aunque no se lo crean, estamos ya vacunados contra Putin. Sólo falta que los anticuerpos económicos comiencen a causar sus efectos no sólo en nuestros mercados, sino también en Moscú.