Juan Pedro Marín Arrese | Europa se ha beneficiado del paraguas extendido por la principal potencia mundial sin efectuar una aportación significativa a su propia defensa. Es más. Sólo se ha afanado por conseguir contrapartidas por las bases militares estadounidenses que le proporcionan protección. Como ese primer ministro belga que exigió a un presidente de los EE. UU. de visita adquirir cerveza y agua mineral a proveedores locales como precio para preservar en su suelo bombarderos nucleares. Así nos las gastamos por estos lares.
Esta vez, Trump no parece dispuesto a perder el tiempo saboreando en los campos de golf de Mar-a-Lago las mieles de su contundente victoria. Lejos de abandonarse a la molicie como muchos presagiaban, ha emprendido una ofensiva relámpago para desbaratar toda resistencia organizada. En sólo un mes de mandato ha conseguido monopolizar el debate a escala planetaria, trastocando el orden mundial reinante hasta la fecha. Aprovecha la ventaja que otorga preservar siempre la iniciativa para desestabilizar y atemorizar al adversario. En su caso, la práctica mitad de sus compatriotas y el resto del planeta.