Repensar la desindustrialización española: ¿podemos fiarnos de la contabilidad nacional?

Sector industrial en España

Miguel Ángel Casaú Guirao y Ángeles Sánchez Díez via The Conversation | Tras la crisis de la covid-19, los debates sobre la desindustrialización y la importancia de la política industrial han ganado importancia tanto en España como en la Unión Europea.

¿Por qué nos preocupa la desindustrialización y el modelo productivo? El sector manufacturero es un motor de crecimiento de las economías. Tiene unas características especiales que impulsan el crecimiento, a través del efecto de arrastre sobre otros sectores, los rendimientos crecientes a escala y la importancia como generador y difusor de innovaciones.

Tras la pandemia, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR) y los proyectos estratégicos para la recuperación y transformación económica (PERTE) han puesto el foco en la reestructuración productiva de la economía española. Estos planes pretenden cambiar el modelo productivo, frenando la desindustrialización en un marco de sostenibilidad, digitalización y autonomía estratégica.

Los datos de la contabilidad nacional nos indican que, en las últimas décadas, se ha dado un proceso de desindustrialización, medida a través de la pérdida de importancia relativa del sector manufacturero en el total del producto interior bruto. Pero ¿reflejan esos datos la realidad productiva? Veamos.

La ‘ilusión estadística’ y sus problemas

Las estadísticas convencionales de la contabilidad nacional presentan dificultades a la hora de medir el peso real que tienen los sectores en la economía.

Desde la década de 1970, la mayor parte de empresas han llevado procesos de externalización. Es decir, hay ciertas actividades de las empresas manufactureras que han pasado a ser realizadas por empresas de servicios y, por lo tanto, contabilizadas en dicho sector. Esto hace que, aparentemente, la industria pierda importancia y los servicios la ganen.

Sin embargo, esas actividades industriales forman parte de la cadena de producción del sector manufacturero ya que, en última instancia, acaban repercutiendo en el producto manufacturado al que han provisto su actividad. Por ejemplo, si una fábrica química contrata a una empresa de servicios de limpieza, es decir, externaliza los trabajadores dedicados a la limpieza, esos empleos pasan a registrarse en el sector servicios. No obstante, siguen formando parte del proceso productivo del sector químico, pero no se refleja así en la contabilidad nacional.

A ese proceso se le denomina ilusión estadística. Así, la contabilidad nacional estaría infraestimando el peso del sector manufacturero y sobrestimando el del sector servicios.

Para poder lidiar con esta problemática debemos cambiar la unidad de análisis. Encontramos de gran utilidad la noción de subsistema que fue desarrollada por el economista italiano Piero Sraffa.

Un subsistema incluye todo aquello necesario para producir una mercancía final. Es decir, se incluyen los insumos de todos los sectores necesarios para producir dicha mercancía.

Por ejemplo, en la industria automotriz, la metodología tradicional únicamente mide el peso del sector del automóvil que reflejan las estadísticas de contabilidad nacional. Pero si se considera el subsistema automotriz, hay que incluir también los input de otras industrias como la textil o los servicios de limpieza, dado que son necesarios para fabricar los asientos, mantener limpia la fábrica, etc. Es decir, el subsistema registra todo el proceso productivo que envuelve una mercancía final concreta.

¿Qué estadísticas recogen mejor la realidad? Si se produce un fuerte proceso de externalización del sector manufacturero puede ocurrir que caiga el peso del sector según la contabilidad nacional pero no si utilizamos la idea de subsistema. En este caso habría un proceso de desindustrialización aparente pero no real. No habría habido una pérdida real del sector manufacturero, sino una reorganización sectorial del proceso productivo.

  • En el período previo a la crisis financiera, 1995-2008, hay un fuerte proceso de desindustrialización, observable en ambas variables.
  • Tras la crisis, el empleo sigue cayendo pero el valor añadido se frena.

A simple vista, estos datos podrían indicarnos que estamos ante una producción de mayor valor pero con menos cantidad de empleo. Entonces ¿se han producido mejoras en el proceso productivo?

Veamos ahora qué pasa si cambiamos la unidad de análisis a subsistema. En la siguiente figura, ilustramos el peso del sector manufacturero en el empleo en términos de subsistema y lo comparamos con el peso reflejado en las estadísticas tradicionales de la figura anterior:

Al comparar el enfoque tradicional con el de subsistema, vemos cómo la contabilidad nacional infraestima el peso del sector manufacturero en casi 10 puntos porcentuales. Esto se produce debido a que no está considerando todas las actividades externalizadas, como las del sector textil o de la limpieza mencionados con anterioridad.

Y… ¿qué ha pasado a lo largo del tiempo?

  • Ambos enfoques reflejan una caída en el período precrisis. El peso del empleo, medido de ambas formas, ha caído, por lo que se ha producido una desindustrialización real.
  • Sin embargo, a partir del año 2009 los indicadores presentan un comportamiento distinto. El peso del empleo del sector manufacturero se reduce medido de la forma tradicional, mientras que, en términos de subsistema, se mantiene. Es decir, la desindustrialización ha sido aparente.

La respuesta a la crisis de 2008 fue la externalización

¿Qué es lo que ha pasado en realidad? La desindustrialización observada a partir de los datos de empleo se debe al incremento del sector servicios como proveedor del sector manufacturero. Tras la crisis de 2008-2009, gran parte de las empresas manufactureras externalizaron algunas de sus actividades para reducir sus costes.

Si relacionamos estos resultados con los mostrados en el primer gráfico, vemos cómo cambian nuestras conclusiones. En un principio, las diferencias en el comportamiento del peso manufacturero en el valor añadido y el empleo podíamos atribuirlas a mejoras en la productividad. Sin embargo, al cambiar la unidad de análisis, encontramos que el empleo del subsistema manufacturero sí que se ha mantenido tras la crisis. Es decir, parte del empleo que se ha dejado de contabilizar en la industria ha sido externalizado al sector servicios, pero sigue formando parte del proceso productivo manufacturero.

Por lo tanto, al corregir la ilusión estadística concluimos que no ha habido mejoras en el proceso productivo que permitiesen optimizar recursos, avances en la productividad o mayores innovaciones. Simplemente, se han externalizado trabajadores de un sector a otro.

A la hora de definir la política industrial hay que considerar esta realidad. Se deben fortalecer los vínculos con otros sectores para que se produzcan mejoras en las capacidades tecnológicas. La interrelación entre manufacturas y servicios debe centrarse en servicios innovadores y no en servicios de bajo valor añadido, centrados en el abaratamiento de costes.