Pablo Duarte, analista senior del Instituto de Investigación Flossbach von Storch | Los datos de los índices de gestores de compras (PMI) de noviembre para la Eurozona parecen confirmar que el Banco Central Europeo (BCE) seguirá recortando sus tipos de interés. Francia mostró el desempeño más débil y España mantuvo un crecimiento fuerte tanto del sector de servicios como de las manufacturas. En conjunto, sin embargo, la economía real de la Eurozona sigue contrayéndose.
Según la narrativa predominante en los bancos centrales, la inflación es un síntoma de sobrecalentamiento económico. Si la producción supera su potencial, el trabajo y el capital están siendo utilizados al máximo de su capacidad, lo que genera presiones inflacionarias. Para contrarrestarlo, la política monetaria busca “enfriar” la economía subiendo los tipos de interés para reducir la demanda y con ello la presión sobre los precios. Así mismo un crecimiento débil se interpreta como una «hipotermia» de la economía real y trae consigo un riesgo de deflación, tal vez el peor espanto para los bancos centrales. Dentro de este marco teórico, los bancos centrales deberían entonces intervenir bajando tipos de interés.El problema de esta narrativa es que asume que la inflación no puede coexistir con bajo crecimiento económico. Sin embargo, esa fue la norma en los años setenta. De hecho, la presión inflacionaria no se ha ido en la eurozona a pesar del bajo crecimiento de los últimos dos años. La reducción en el índice armonizado de precios (IACP) se debe principalmente a una reducción en los precios de la energía, pero los precios de los servicios siguen subiendo a una tasa del 3,9%. Los salarios, que van de la mano con los precios de los servicios, aumentaron en un 5,4% en el tercer trimestre del año (ver gráfico). Además, muchos de los problemas económicos actuales de la Eurozona son de naturaleza estructural, no cíclica, y por ende no se resuelven con ajustes de política monetaria.
A pesar de ello, el BCE probablemente seguirá bajando tipos. Si bien los recortes podrían relajar las condiciones de financiamiento, no logrará eliminar (lamentablemente) la carga burocrática que frena a las empresas europeas. Por lo tanto, no es razonable esperar que las inversiones privadas se recuperen solo por un impulso monetario. Por otro lado, más estímulos podrían impulsar la inflación, especialmente si los gobiernos aumentan el gasto público y este se financia indirectamente a través del BCE. Con una inflación alta, la Eurozona podría volver a experimentar tasas reales negativas, lo que empujaría aún a más inversores hacia mercados con tipos reales positivos, como los Estados Unidos. Esto llevaría a un euro más débil que beneficiaría a los exportadores, pero difícilmente compensaría los altos costos regulatorios de producir en Europa.El BCE enfrenta, entonces, una tarea compleja: superar su trauma con la deflación sin permitir que la inflación vuelva a descontrolarse… y, por supuesto, salvar el clima. Tal vez un poco de humildad en cuanto a la precisión de sus modelos, su capacidad de intervención y el alcance de sus predicciones no solo les haría la vida más fácil a ellos, sino también a todos nosotros.