Los fondos de renta fija no resucitan

Manuel Moreno Capa

Manuel Moreno Capa (Director de GESTORES) | Creo que durante los últimos años nunca he recomendado la inversión en fondos de renta fija. Hace un año escribí que estos productos comenzaban a descongelarse, con la primavera del crecimiento económico, tras la era glacial provocada por la pandemia y por los tipos de interés por debajo de cero. Pero esta descongelación ha durado poco. Los fondos de renta fija no sólo no resucitan, sino que se deprimen por una subida de tipos más acelerada de lo previsto y por las perspectivas de enfriamiento en el PIB global. Buena parte de culpa (como la de todo que ocurre últimamente en los mercados) la tiene ese criminal de guerra llamado Vladimir Putin.

Gestionar renta fija me parece tanto o en ocasiones más complicado que gestionar renta variable. Las acciones cotizadas pueden subir o bajar por multitud de factores y, además, cada compañía es un mundo y puede reflejar o no en su precio su valoración fundamental. La Bolsa es, además, un mercado muy sensible, que reacciona a veces en exceso ante cualquier causa.

Pero en la renta fija –cuyo mercado también es muy sensible– quizás las variables macroeconómicas sean más determinantes, sobre todo en momentos de cambio de ciclo en los tipos de interés. Ya sabemos que cuando los tipos oficiales (y, por ende, los de la deuda pública y privada) suben, los inversores en bonos tienden a vender los que tienen en cartera, que prometen rendimientos más bajos que los recién emitidos. Y eso provoca intensas caídas en los valores liquidativos de los fondos de renta fija, cuyos activos se deprecian ante el aluvión de ventas. Todo esto, además, condicionado por variables tan complejas como la curva de tipos en los distintos plazos, la duración, el riesgo de impago de los estados o las empresas…

Como resultado de todos estos condicionantes –acentuados por la guerra en Europa–, los índices globales de los mercados de bonos muestran una crisis nunca vista en los últimos años, al menos desde la crisis financiera de 2008. Y algunos bonos del Tesoro norteamericano están ofreciendo rendimientos al alza que no se veían desde mediados de los ochenta, cuando la inflación mostraba unos niveles altísimos, a los que ahora se acerca. La inflación española, por ir al ejemplo que más nos afecta, acaba de marcar en marzo una cota del 9,8%, la más alta desde 1985… el año previo a nuestra entrada en la entonces Comunidad Europea. Aunque la mayoría de los expertos descartan que la inflación actual se consolide y se perpetúe como en los ochenta, no deja de flotar por todas partes la palabra más temida por los mercados, particularmente por los de bonos: estanflación. Es decir, alta inflación y estancamiento económico, como la que, por ejemplo, se produjo tras las crisis petrolíferas de los años setenta.

Bien mirado, no tiene mucho sentido comparar la crisis energética actual con la de los setenta. En aquellos años, los países del Golfo decretaron un embargo petrolífero que afectaba a dos tercios del mercado mundial de crudo. Rusia apenas representa hoy día el siete por ciento de este mercado y, además, los suministros no se han interrumpido en ningún momento y parece obvio que buena parte de la subida de precios, tanto del gas como del petróleo, responde más bien a movimientos especulativos (como de costumbre, muchos operadores se están aprovechando), calentados a su vez por el miedo a que la guerra se alargue, se endurezca y, sobre todo, se generalice. Sin olvidar que países como Alemania son particularmente dependientes del gas uso, del que, sin embargo, otros dependen mucho menos.

Por todo ello, parece que en cuanto el conflicto se enfríe (Rusia no podrá mantenerlo mucho tiempo sin masivos costes para su economía, para su población y para el régimen de Putin, cada vez más inestable), la inflación debería volver a su cauce y el crecimiento económico debería soltar este lastre.

Pero, mientras tanto, así como la Bolsa se mueve con altibajos y, pese a la subida de tipos y del IPC, parece aguantar el golpe (quizás apoyada por los razonables fundamentos de muchas empresas cotizadas), el mercado de bonos está hecho un flan.

Hoy día, insistir en el reparto clásico de una cartera de fondos entre productos de renta fija y renta variable, o centrada en mixtos con excesiva renta fija, parece arriesgado. Los fondos de renta variable sufren con las crisis, las pandemias y las guerras, pero ya hemos visto cómo se recuperan. Los fondos de renta fija, que por naturaleza ofrecen rendimientos más bajos aunque en teoría (sólo en teoría) más estables, lo tienen más complicado en escenarios como el actual, a no ser que busquen rentabilidad en la deuda de los países emergentes (de mayor riesgo) o en los bonos empresariales de empresas de crecimiento, cuyo rendimiento también puede ser incierto. Si además la inflación se mantiene elevada más tiempo de lo deseable, un fondo de renta fija tiene muy difícil ofrecer al inversor una rentabilidad que la supere. Sin embargo, la renta variable, promediando periodos buenos con periodos malos, casi siempre logra batir al IPC a medio y largo plazo.